Mons. Castagna: "Cristo único e insustituible autor de la fe"

Mons. Castagna:

"Dios hace libres a quienes ama, hasta la Cruz de su Hijo, y enseña a respetar, sin desnaturalizarlo, el don divino de la humana libertad", recordó el arzobispo emérito de Corrientes.

 

El arzobispo emérito de Corrientes, monseñor Domingo Salvador Castagna, reconoció que es “ardua la lucha por adecuarse al ideal cristiano”, al recordar que “la gracia - o poder divino - de Jesucristo, hace posible la realización de ese ideal”.

“Las experiencias luminosas de los convertidos de la incredulidad a la fe, demuestran la importancia decisiva de un encuentro personal con Cristo”, subrayó en su sugerencia para el homilía dominical.

“Él es el autor de la fe en un mundo donde nadie parece suscitar la fe de nadie. Si queremos desear lo mejor a quienes amamos, supliquemos que se encuentren con Jesús y establezcan con Él una relación que reconstituya los valores humanos esenciales”, agregó.

Monseñor Castagna advirtió que “es imposible sustituirlo, nuestra subordinada misión - como cristianos - es presentarlo como al Amigo que da su vida. Lograda esta presentación, nos urge respetar la libertad de ambos: de Dios y del hombre”.

“Dios hace libres a quienes ama, hasta la Cruz de su Hijo, y enseña a respetar, sin desnaturalizarlo, el don divino de la humana libertad”, concluyó.

 

Texto de la sugerencia

1.- El señor que ocupa a los desocupados. Es ésta una parábola de múltiples y esenciales aplicaciones. Es preciso atender a la totalidad de su contenido. El propietario de la viña, desde la primera hora del día, busca trabajadores contratándolos por un justo salario. En varios recorridos, y en diversas horas de la jornada, encuentra hombres desocupados con quienes acuerda por el mismo salario. El incansable dueño de la viña sigue ofreciendo trabajo hasta la hora previa al cierre de la jornada. Jesús describe el hecho sin dejar espacio para la libre interpretación. El dueño es justo en la remuneración salarial, pero, al mismo tiempo, libre y generoso en la utilización de su fortuna personal. Paga a todos lo convenido y responde ante el juicio descomedido de quienes se consideran víctimas de una irritante discriminación, en realidad inexistente: “Fueron entonces los que habían llegado al caer la tarde y recibieron cada uno un denario. Llegaron después los primeros, creyendo que iban a recibir algo más, pero recibieron igualmente un denario”. (Mateo 20, 9-10) La objeción de quienes trabajaron la jornada entera, parece comprensible. Pero, no resiste a la justa medida de lo convenido. Ante la protesta, promovida por aquellos disconformes, el dueño de la viña dirime la cuestión y deja en claro su comportamiento: “El propietario respondió a uno de ellos: “Amigo, no soy injusto contigo, ¿acaso no habíamos tratado en un denario?” (Ibídem)

2.- Dios es justo y bueno. Es preciso leer entre líneas el mensaje que Jesús acerca al mundo en el lenguaje balbuciente de los hombres. Dios es justo “a su manera” - la verdadera - desbordando la “justicia” intentada por quienes la administran en la tierra. La paga, al concluir la jornada de trabajo - el tiempo de la vida - es única: justa y satisfactoria. No hay otra “paga”, tampoco alguna pretendida gratificación extra. La remuneración que corona la jornada es Dios mismo, al que todo ser humano tiende como a su único e indecible Bien. Los bienaventurados no especulan si merecen algo más, por una jornada cronológicamente completa, frente a otros que llegan al caer la tarde. Son felices con el mismo salario que perciben quienes fueron contratados al final de la jornada. La recompensa de una vida fiel es Dios. En Él está la felicidad de una vida plena, que es participación, por adopción, de la Vida divina. La razón de ese salario, que supera todo mérito humano, es la bondad del Dueño de la viña: “¿Por qué tomas a mal que yo sea bueno?” (Mateo 20, 15). Dios es infinitamente bueno, y, lo que nos inspira y alienta, en el trajín de la jornada de trabajo, es que nos ama. Cierta vez alguien me preguntó por qué se me veía tan alegre y, respondí sin titubear: “Porque Dios es Bueno y me ama”.

3.- Un salario singular que satisface toda exigencia de justicia. Como síntesis de la parábola, la enseñanza de Jesús se vuelve sentencia: “Así, los últimos serán los primeros y los primeros será los últimos”. (Mateo 20, 16) El actual lenguaje cultural no consigue transmitir la lección y desalienta la búsqueda de su exacta comprensión. Algunos creyentes, como los discípulos del Señor - ya resucitado -  “aún dudan” (Mateo 28, 17). Volvemos a la virtud que hace posible el conocimiento de la Verdad y la práctica perfecta de la caridad. Quienes, inculpablemente, se incorporan a última hora al trabajo de la viña, reciben sorprendidos el mismo sueldo que los de la primera hora. La razón de esa misteriosa nivelación, que suscita una descortés protesta entre quienes fueron contratados al principio de la jornada, es clara y tajante: “Amigo, no soy injusto contigo, ¿acaso no habíamos tratado en un denario? Toma lo que es tuyo y vete. Quiero dar a este que llega último lo mismo que a ti”. (Mateo 20, 13-14) Entre los operarios de la viña, no vale el desafortunado reclamo, al contrario, en la realidad, allí significada, la calidad del pago satisfará a unos y a otros. La felicidad es la consecuencia de la paga acordada. Es Dios el premio único y causante de la bienaventuranza o felicidad eterna. En la eternidad nadie envidia a nadie, nadie ambiciona incrementos especiales. Dios es Todo en todos.

4.- Cristo único e insustituible autor de la fe. Será ardua la lucha por adecuarse al ideal cristiano. La gracia - o poder divino - de Jesucristo, hace posible la realización de ese ideal. Las experiencias luminosas de los convertidos de la incredulidad a la fe, demuestran la importancia decisiva de un encuentro personal con Cristo. Él es el autor de la fe en un mundo donde nadie parece suscitar la fe de nadie. Si queremos desear lo mejor a quienes amamos, supliquemos que se encuentren con Jesús y establezcan con Él una relación que reconstituya los valores humanos esenciales. Es imposible sustituirlo, nuestra subordinada misión - como cristianos - es presentarlo como al Amigo que da su vida. Lograda esta presentación, nos urge respetar la libertad de ambos: de Dios y del hombre. Dios hace libres a quienes ama, hasta la Cruz de su Hijo, y enseña a respetar, sin desnaturalizarlo, el don divino de la humana libertad.

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