Mons. Castagna alienta a vivir “en Cristo” la vida temporal

Mons. Castagna alienta a vivir “en Cristo” la vida temporal

“Mientras no logremos vivir ‘en Cristo’ nuestra vida temporal sufrirá la amarga contradicción entre el espíritu y la carne; entre los reclamos de Dios, que nos propone vivir conforme al Espíritu - como Jesús lo ha hecho ‘hasta el fin’ - y las oscuras imposiciones del mundo”, advirtió el arzobispo emérito de Corrientes, monseñor Domingo Salvador Castagna. 

“Mientras no logremos vivir ‘en Cristo’ nuestra vida temporal sufrirá la amarga contradicción entre el espíritu y la carne; entre los reclamos de Dios, que nos propone vivir conforme al Espíritu - como Jesús lo ha hecho ‘hasta el fin’ - y las oscuras imposiciones del mundo”, advirtió el arzobispo emérito de Corrientes, monseñor Domingo Salvador Castagna. 

“Las situaciones de extremo dramatismo, que observamos en los variados acontecimientos de la actualidad, expresan a las claras que algo no anda bien en nuestras relaciones con Dios y entre nosotros”, agregó en su sugerencia para la homilía dominical. 

El prelado recordó que “Jesús vino a restablecer esas relaciones personales con Dios y con los demás. Lo hace poniendo la cara y dejando que el mal lo persiga hasta la muerte humillante de la cruz. Es el misterioso modo elegido para hacer efectiva la reconciliación” y expresó: “¡Cuánto discurso se gasta en muchas horas de inútiles controversias!” 

“Cristo deja de hablar en el momento de hacer lo que su Palabra ilustra. Acabamos de celebrar ese momento - o esa hora - y no acabamos de entender que es preciso tender puentes y no intercambiar improperios con quienes, hasta ahora, nos han mantenidos relacionados por el espanto y el odio”, concluyó. 

Texto de la sugerencia1.- No basta ver para creer. A pesar de sus apariciones gloriosas, no se entiende por qué algunos dudaron: “Al verlo, se postraron delante de él; sin embargo, algunos todavía dudaron” (Mateo 28, 17). La fe incluye una respuesta. No basta con ver al Señor resucitado, será preciso aceptar la misión que la fe exige al creyente. Aquel grupo, bastante numeroso, escuchará el mandato misionero y lo incluirá obligatoriamente en esa nueva relación con el Señor resucitado. No todos estarán dispuestos a hacerse cargo de la exigente tarea de anunciar y celebrar a ese Señor, que les muestra sus llagas y les hacer oír su voz. Algunos lo abandonarán, por cobardía o desconocimiento del alcance de sus palabras; otros, como los santos, se comprometerán en la empresa desbordante de proponer el Evangelio al mundo y de testimoniarlo. Hoy se reproduce aquello: los fieles “que cumplen sus mandamientos”, y los indiferentes, traidores y tibios; el porcentaje de estos últimos es abrumador e invade espacios teóricamente consagrados a la virtud. Al primer grupo pertenecen los pobres y puros de corazón: ignorados, silenciosos y conformados con un anonimato libremente adoptado. Me refiero al “último lugar” preferido por Cristo, “manso y humilde de corazón”. 

2.- Los malos cristianos causan escándalo. Quienes se autocalifican “católicos”, aunque no practicantes, encarnan la realidad contradictoria de muchos bautizados que – habiendo recibido la Buena Noticia de la Resurrección de Cristo - no manifiestan creer de verdad. La actitud de aquellos testigos presenciales de la Ascensión, que todavía dudan, contrarían las enseñanzas del Maestro. La conducta, impropia de la fe, que numerosos cristianos adoptan hoy, en medio del mundo, causa un doloroso escándalo a quienes buscan la verdad y la santidad en la Iglesia. A veces lo expresan con una desgarradora honestidad. Es necesario y saludable escucharlos. Es verdad que los culpables de diversos delitos, desde la pedofilia a la violencia de género, deben ser sancionados ejemplarmente, tanto por la justicia civil como por la eclesiástica. No obstante, la respuesta al delito no es la destrucción de quien lo ha cometido sino una acción que cambia mentalidades e inspira comportamientos morales nuevos y superadores del mal. El Evangelio, como “poder de Dios que salva al que cree” (Carta de Pablo a los romanos), tiene la misión de producir ese cambio o transformación. 

3.- Creer es comprometerse a ser testigos de la Resurrección. Aquellos “que aún dudaron” manifestaban una fragilidad que, de manera inexplicable, perdura en muchos cristianos contemporáneos. En aquellos momentos fundacionales de la Iglesia los discípulos, postrados ante el Señor resucitado, se comprometen a ser testigos y llevar adelante la misión evangelizadora: “Al verlo, se postraron delante de él”… “Acercándose, Jesús les dijo: Yo he recibido todo poder en el cielo y en la tierra. Vayan, entonces, y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos…” (Mateo 28, 17-19). Los discípulos del Señor son auténticos creyentes. Se constituyen en modelos de obediencia a su Maestro prestándole todo el consentimiento de su fe. ¿Cómo?, naturalmente nos preguntamos. Aprendiendo de aquellos a entender que la fe es un combate continuo contra la incredulidad que el pecado ha instalado en nuestras vidas. El creyente contempla toda la realidad temporal desde la perspectiva de la fe en Jesucristo. San Pablo es un modelo emblemático: a partir de su conversión no tendrá otro deseo que “vivir en Cristo” y valorarlo todo desde la riqueza insondable de su Maestro. 

4.- La auténtica reconciliación. Mientras no logremos vivir “en Cristo” nuestra vida temporal sufrirá la amarga contradicción entre el espíritu y la carne; entre los reclamos de Dios, que nos propone vivir conforme al Espíritu - como Jesús lo ha hecho “hasta el fin” - y las oscuras imposiciones del mundo. Las situaciones de extremo dramatismo, que observamos en los variados acontecimientos de la actualidad, expresan a las claras que algo no anda bien en nuestras relaciones con Dios y entre nosotros. Jesús vino a restablecer esas relaciones personales con Dios y con los demás. Lo hace poniendo la cara y dejando que el mal lo persiga hasta la muerte humillante de la cruz. Es el misterioso modo elegido para hacer efectiva la reconciliación. ¡Cuánto discurso se gasta en muchas horas de inútiles controversias! Cristo deja de hablar en el momento de hacer lo que su palabra ilustra. Acabamos de celebrar ese momento - o esa hora - y no acabamos de entender que es preciso tender puentes y no intercambiar improperios con quienes, hasta ahora, nos han mantenidos relacionados el espanto y el odio.+ 

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