India; «mediadores de Dios» en los conflictos del noreste

India; «mediadores de Dios» en los conflictos del noreste

El arzobispo Menamparampil guía un equipo de negociadores que ha logrado en varias ocasiones evitar las violencias en una zona llena de tensiones. Gracias a un enfoque auténticamente evangélico

Lo llaman el equipo de «mediadores de Dios». Cuando explota una pelea, por razones políticas, económicas, sociales o religiosas, o si la tensión entre los grupos se transforma en conflicto abierto, el equipo interconfesional de paz de pone en movimento. Y muchas veces ha logrado éxitos inesperados, no por particulares habilidades diplomáticas, sino gracias a un enfoque auténticamente evangélico.

Estamos en el noreste de la India, región que está un poco aislada con respecto de la gran nación del subcontinente. Aislada físicamente del resto de la India y compuesta por siete estados de la unión, que se encuentran entre China, Myanmar, Bhután y Bangladesh. Es una periferia salvaje e incontaminada, fuera de las metas turísticas, y que se caracteriza por un territorio que sube hacia los Himalayas, en el que habitan cientos de grupos indígenas y tribales.

Justamente debido a su conformación geográfica y a su historia, el territorio en el que viven 45 millones de personas, desde siempre ha estado marcado por la inestabilidad: las poblaciones locales nunca digirieron la anexión a la gran India y aún hoy muchos y diferentes grupos rebeldes reivindican la autonomía política de Nueva Delhi, incluso recurriendo a la lucha armada.

Por su parte, el gobierno federal tiene mucho trabajo para calmar las agitaciones que desde hace cuarenta años se repiten regularmente. Desde 1958 impuso una draconiana ley anti-terrorismo (Armed Forces Special Power Act), que ha exacerbado a lo largo de los años el conflicto y ha ofrecido linfa a amplias violaciones de los derechos humanos por parte del ejército. Se calcula que, en las diferentes insurrecciones que se han sucedido a nivel local en el difícil noreste, han perdido la vida alrededor de 50 mil personas, sobre todo civiles.

En una situación potencialmente explosiva, la única autoridad moral respetada por todos, líderes civiles e indígenas, organizaciones, grupos y administraciones locales, es la Iglesia. O, mejor dicho, son las diferentes iglesias cristianas presentes en el tejido social. Entes que siempre ha ofrecido testimonio de un compromiso social indifeso en los sectores de la educación, de la sanidad, de la formación profesional, de la ayuda a los pobres y marginados.

Con las poblaciones indígenas, los líderes cristianos se han distinguido por un enfoque incluyente, basado en el principio del reconocimiento de todas las partes en conflicto, pero, al mismo tiempo, caracterizado por una acción que rechaza la violencia y promueve la armonía social y religiosa

En este contexto se desarrolló la clarividencia del arzobispo católico Thomas Menamparampil, que fue durante años pastor de Guwahati (en el estado de Assam), y que, después de una larga experiencia en el territorio, creó el Peace team, grupo ecuménico de mediadores que se especializa en las negociaciones de paz y se encarga de deshacer los nudos de los difíciles conflictos locales. Menamparampil, que tiene 78 años, gracias a los éxitos obtenidos en los últimos veinte años ha sido nominado para el Nobel de la Paz.

La filosofía y la metodología del grupo de los «mediadores de Dios», guiado por él, están llenos del Evangelio: se comienza por reconocer que «todos somos imperfectos y que todos podemos equivocarnos».  Se aprende a «ver y a reconocer lo bello y lo bueno que hay en el otro». Se desarrollan «los horizontes y las potencialidades abiertas de un espíritu de comunión, colaboración, unidad», con respecto a los resultados de los que apacientan en el «hortus conclusus del propio egoísmo».

Cualquier negociación, explicó a Vatican Insider el arzobispo Menamparampil, no puede sino partir de «escuchar al otro, para construir gradualmente la cercanía y la empatía entre los diferentes interlocutores».

Es así desde 1996, cuando la misión de paz llevó a la amistad entre las poblaciones de los bondos y los santal (los primeros indígenas del Asam y los segundos marginados en la región), después de que hubiera un aumento de la violencia sectaria que provocó la fuga de más de 250 mil personas (hombres, mujeres, ancianos y niños). Entonces, fue fundamental el esfuerzo de las comunidades cristianas (luteranas, bautistas, presbiterianas, católicas) para evitar una crisis humanitaria de enormes proporciones.

El secreto de una misión que en los años siguientes contribuyó a calmar numerosas situaciones de tensión, tanto entre los grupos indígenas locales, como en la relación entre los rebeldes y las autoridades civiles, es «la presencia compasiva», explicó el arzobispo. «Escuchar sin juzgar tiene el poder de curar heridas profundas y logra arrancar la rabia y el odio».

La paciencia, la misericordia y la política de los pasos pequeños hicieron lo demás. Las heridas que antes se consideraban incurables volvieron milagrosamente a la armonía. «Beatos los agentes de paz», es el ‘mantra’ evangélico que se escucha en el noreste de la India. Un testimonio cristiano que vale más que mil palabras.

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