Giordani: ecumenismo y diálogo

Un manuscrito inédito, redactado por Giordani en los años setenta, nos acompaña en la Semana por la unidad de los cristianos. Para el escritor católico la unidad es “un problema de caridad”.

Igino Giordani fue un precursor del ecumenismo. Su sensibilidad ecuménica nace cuando, en el lejano 1927, se embarcó en una nave hacia los Estados Unidos de América, para estudiar Biblioteconomía, por indicación del Vaticano. Aquí descubrió aquello que todavía no conocía: a los cristianos de varias denominaciones, y quedó impresionado de su religiosidad.

En muchos de sus escritos posteriores Giordani afirmó que el diálogo, y por lo tanto, el diálogo ecuménico, tiene su modelo en las relaciones trinitarias, es decir coloca a todos en el mismo plan de amor. La comunión llama a todos al diálogo, de la misma manera hay que donarse para construir la unidad.

«Para eliminar las divisiones, en el pasado, se polemizaba; hoy se prefiere el intercambio respetuoso de las ideas, se busca la convergencia, la reconciliación. Hoy se comprende mejor que la unidad no es algo estático, sino que es dinámico, y crece en cantidad y calidad.

Por lo tanto con el diálogo, que marca una “transformación histórica innovadora, se termina la polémica, los choques, la excomunión, y en cambio comienza la comprensión, y la conquista de la verdad y el conocimiento de las virtudes de los otros. El diálogo por el cual se encuentran expositores de dos o más iglesias, no es propaganda ni academia. La posesión de la verdad no impide la penetración en los inagotables misterios, ni el real progreso de los dogmas. El dogma se profundiza, se reinterpreta.

«El diálogo ecuménico no nace de las diferencias doctrinales que existen entre dos (o más) partes, sino de la unidad que ya existe entre ellos, del patrimonio común de todos. El clima psicológico del diálogo es la simpatía, o mejor dicho, la caridad. Dice Maritain: “Una perfecta caridad hacia el prójimo y una perfecta fidelidad a la verdad son no sólo compatibles sino que se atraen mutuamente”

Por la función profética del Pueblo de Dios, el cristiano debe comunicar las verdades que posee y acoger las verdades que posee el otro. Por tal función profética, el cristiano no debe limitar el diálogo al aspecto teológico (y hacer el trabajo de un especialista). La unidad no es sólo un problema técnico y teológico sino que es problema de caridad.

«Los interlocutores deben tratarse de igual a igual. Mantener la estima mutua, nada de supuestos ni engaños, ninguna palabra ofensiva. Esta paridad no significa confusión o equiparación de doctrinas. Significa conciencia de pertenecer ambos al Cuerpo Místico de Cristo.

Deben aceptar el pluralismo, reconociendo cada diversidad como legítima. Son más fuertes las cosas que unen a los fieles que aquellas que los separan (Gaudium et Spes, 92). De lo contrario el diálogo se reduce a monólogos alternados. Todos los cristianos están llamados a ejercitar el diálogo. Pueden gozar así de cada encuentro (de trabajo, de turismo, de estudio, etc). No se admiten barreras entre una confesión y la otra, sino que se abren todas las puertas para llegar al encuentro y al diálogo.

La tarea es larga y difícil, pero Dios la quiere».

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