España | El soberanismo catalán rompe la comunión episcopal

Xavier Novell, obispo de Solsona, pide el voto para los independentistas de Junts pel Sí

 Dicen que no hay nada más parecido a un obispo español que otro obispo español. Y es verdad en casi todo, menos en el tema de la unidad de España. En este asunto, los obispos discrepan y reflejan una división casi calcada de la del resto de la sociedad.

El obispo más joven de España, el de Solsona -Lérida-, Xavier Novell, se ha proclamado portavoz del ala rupturista pidiendo el voto a Junts pel Sí y animando a repicar las campanas el 27-S para "anunciar que ha llegado el día de la libertad".

El obispo, eclesiásticamente conservador pero independentista políticamente, también se ha dirigido a los indecisos en su glosa, titulada Per ells: "Si no sabéis qué votar, escuchad a vuestros hijos y nietos".

Hasta ahora, y para no romper la comunión eclesial, los prelados cumplían un pacto implícito de mantener perfil bajo por ambas partes, la catalana y la del resto de España, de cara al 27-S. Bajo estas condiciones sólo se publicó, el 7 de septiembre, una nota de la Conferencia tarraconense defendiendo la "legitimidad moral" de las distintas opciones de voto y reclamando honestidad, justicia y regeneración política.

Principios generales, como reconoció el arzobispo de Madrid, Carlos Osoro. "Los obispos catalanes están actuando con prudencia y generosidad", señalaba.

Más beligerante se ha mostrado el cardenal Cañizares, férreo defensor de la unidad de España, que publicó anteayer una pastoral, en la que afirmaba tajantemente que "no hay justificación moral para la secesión".

Escenificaba así una ruptura episcopal que viene de antiguo. Ya en 2006, en las votaciones sobre el documentoOrientaciones morales ante la situación actual de España, se apostaba por la "unidad de España como bien moral", con 53 obispos a favor y sólo 25 en contra. Y los números siguen así e incluso aumentaron a favor de la mayoría conservadora.

La minoría está integrada ahora sólo por los obispos catalanes y hasta entre los vascos, como los jubilados monseñor Setién y monseñor Uriarte, predominan los conservadores, encabezados por Munilla e Iceta.

Las posturas entre ambos bandos son irreconciliables. Los conservadores creen que la unidad de España es un bien moral a proteger sobre el que la Iglesia tiene que pronunciarse teológicamente y sin ambigüedades. Mientras, los prelados catalanes consideran que no se debe "sacralizar la idea de España" ni estigmatizar a los nacionalismos, y creen que la Iglesia catalana traicionaría sus raíces si no bendice lo que decida su pueblo.

Ambas partes esgrimen razones "teológicas" y mientras tanto, desde Roma se guardia un silencio respetuoso y prudente. El Vaticano no quiere mezclarse en esta guerra y apuesta por el statu quo. Y, de hecho, el Papa Francisco ha prorrogado ya más de tres años al cardenal Sistach, conocido por su moderación y su seny, al frente del arzobispado de Barcelona. Y no aceptará su renuncia hasta después de las elecciones.

Pero para el propio Sistach, Cataluña es un pueblo de "hondas raíces cristianas" y en el altar de la basílica de la Sagrada Familia, de Gaudí, campea una senyera como fondo de la cruz. El símbolo del cristianismo arropado y fundido en la bandera catalana. Como si la esencia de Cataluña y de la fe fuesen la misma cosa.

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