El Dogma de la Asunción de la Virgen: cinco claves para comprender esta verdad de fe

El Dogma de la Asunción de la Virgen: cinco claves para comprender esta verdad de fe

En el día en que se celebra la solemnidad más importante dedicada a María, repasamos cómo se formó el cuarto dogma mariano. Durante muchos siglos, en ausencia de fuentes evangélicas, ha sido una convicción bien arraigada en el corazón de los creyentes.

La Solemnidad de la Asunción de la Santísima Virgen María se celebra el 15 de agosto, desde el siglo V, con el significado de "Nacimiento al Cielo" o, según la tradición bizantina, de "Dormición". En Roma, esta fiesta se venía celebrando desde mediados del siglo VII, pero hubo que esperar hasta el 1 de noviembre de 1950, cuando Pío XII proclamó el Dogma de la Asunción de María, llevada al cielo en cuerpo y alma.

Un dogma es una verdad de fe absoluta, definitiva, infalible, irrevocable e incuestionable revelada por Dios a través de la Biblia o la Sagrada Tradición. Luego de ser proclamado no se puede derogar o negar, ni por el Papa ni por decisión conciliar. Para que una verdad se torne en dogma es necesario que sea propuesta de manera directa por la Iglesia Católica a los fieles como parte de su fe y de su doctrina, a través de una definición solemne e infalible por el Supremo Magisterio de la Iglesia.

Según la tradición y teología de la Iglesia Católica, la Asunción de María es la celebración de cuando el cuerpo y alma de la Virgen fueron glorificados y llevados al Cielo al término de su vida terrena. No debe ser confundido con la Ascensión, la cual se refiere a Jesucristo. Se dice que la resurrección de los cuerpos se dará al final de los tiempos, pero en el caso de la Virgen María este hecho fue anticipado por un singular privilegio. La Asunción también es celebrada por la Iglesia Ortodoxa, que la conoce como “dormición”.

Desde 1849 empezaron a llegar a la Santa Sede diversas peticiones para que la Asunción de la Virgen sea declarada dogma de fe. Fue el Papa Pío XII que, el 1 de noviembre de 1950, publica la Constitución Apostólica “Munificentissimus Deus” que proclama el dogma con estas palabras:

“Después de elevar a Dios muchas y reiteradas preces y de invocar la luz del Espíritu de la Verdad, para gloria de Dios omnipotente, que otorgó a la Virgen María su peculiar benevolencia; para honor de su Hijo, Rey inmortal de los siglos y vencedor del pecado y de la muerte; para aumentar la gloria de la misma augusta Madre y para gozo y alegría de toda la Iglesia, con la autoridad de nuestro Señor Jesucristo, de los bienaventurados Apóstoles Pedro y Pablo y con la nuestra, pronunciamos, declaramos y definimos ser dogma divinamente revelado, que la Inmaculada Madre de Dios, siempre Virgen María, terminado el curso de su vida terrena fue asunta en cuerpo y alma a la gloria celestial”.

Esta fiesta tiene un doble objetivo: la feliz partida de María de esta vida y la Asunción de su cuerpo al cielo. La respuesta al por qué es importante para los católicos, la encontramos en el Catecismo de la Iglesia Católica, que dice en el numeral 966: “La Asunción de la Santísima Virgen constituye una participación singular en la Resurrección de su Hijo y una anticipación de la resurrección de los demás cristianos”.

La importancia que tiene para todos nosotros la Asunción de la Virgen se da en la relación que ésta tiene entre la Resurrección de Jesucristo y nuestra resurrección. El que María se halle en cuerpo y alma ya glorificada en el Cielo, es la anticipación de nuestra propia resurrección, dado que ella es un ser humano como nosotros.

La Escritura no da detalles sobre los últimos años de María sobre la tierra desde Pentecostés hasta la Asunción, solo sabemos que la Virgen fue confiada por Jesús a San Juan. Al declarar el dogma de la Asunción de María, Pío XII no quiso dirimir si la Virgen murió y resucitó enseguida, o si marchó directamente al cielo. Muchos teólogos piensan que la Virgen murió para asemejarse más a Jesús, pero otros sostienen que ocurrió el “Tránsito de María” o Dormición, que se celebra en Oriente desde los primeros siglos.

En lo que ambas posiciones coinciden es que la Virgen María, por un privilegio especial de Dios, no experimentó la corrupción de su cuerpo y fue asunta al cielo, donde reina viva y gloriosa junto a Jesús.

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