No a una cultura de “odiadores” sí a la cultura del encuentro

No a una cultura de “odiadores” sí a la cultura del encuentro

Por monseñor José Luis Corral. Obispo de la Diócesis de Añatuya.

En estos últimos días sigo con preocupación expresiones y acciones que hacen referencias directas al “odio”; discursos que difunden e incitan a la enemistad y a la hostilidad ante las disímiles posiciones y miradas; prácticas de diferentes sectores que se manifiestan en violencia con daños y destrucción de bienes; síntomas de malestar y desconfianza; gestos y escenas teñidas de intolerancia y fanatismo donde unos pretenden autoafirmarse y disolver a los otros con exclusión-marginación y descalificación.

Entrar en este terreno no es fácil, para no caer en simplificaciones corresponde dar cuenta que el “odio” ha sido, a lo largo de la historia del pensamiento, un foco de atención. Por ejemplo, en la mitología griega; en la sabiduría bíblica desde el relato de Abel y Caín; en la filosofía de Empédocles con la teoría de los elementos y las fuerzas del amor y odio que ligan y separan; en la psicología y el psicoanálisis con Freud, Eros y Thanatos como instintos básicos de la persona; en la sociología cuando analiza formatos culturales, de ejercicio del poder y control, desde fuerzas antagónicas y hegemónicas, etc.

El Presidente de la Nación en su mensaje del 9 de julio próximo pasado resaltó: “Vine acá a terminar con los odiadores seriales. No vengo a instalar un discurso único. Sé que hay diversidad, y la celebro y la propicio, lo que necesito es que sea llevada con responsabilidadàel odio y la división nos posterga y paraliza”. Por su parte, la Comisión Episcopal de Pastoral Social, al terminar su Semana Social virtual el reciente viernes 10 de julio, en el mensaje final declara: “... como escenario de salida pospandemia tenemos claro encontrarnos en un país con muchas dificultades, pero que necesita abrir nuevos caminos que superen el odio y los internismos, por ello es que también lo vemos como una oportunidad...”.

Estas declaraciones ahora deben ser acompañadas y sostenidas con mucho coraje y mucha fortaleza para decir “no” al odio, a la venganza y a los revanchismos, a los rencores y a la violencia, para cultivar gestos de paz y de concordia con acciones concretas. La crisis que nos afecta y que seguirá, es severa y compleja, se exigen dirigentes con actitudes de grandeza y de renunciamiento, se requiere abrir caminos y canales de participación para la construcción de la paz y amistad social.

Todos, gobernantes y ciudadanos, debemos comprometernos con una convivencia que no dé riendas sueltas a las fuerzas disgregadoras que son nocivas y contaminan los vínculos. No podemos seguir cocinando el espeso guiso cotidiano con odios, broncas, tensiones y amarguras que lo hacen indigerible. Si nos quedamos masticando frustraciones e insatisfacciones no saldremos de los enojos, de descargar ira, de culpabilizar y responsabilizar a los otros, de enjuiciar y justificarnos; sin capacidad de asumir la parte que podemos transformar y sin poder desterrar los sentimientos que agrian los vínculos.

Pensar el “odio” es un ejercicio para no negarlo ni maquillarlo, para no dejar que invada como una fuerza omniabarcante y omnnipotente, para no quedar fijados y encapsulados en sus artimañas, para que no sea quien nos discipline y gobierne. El odio, el rencor, la venganza, destruyen y producen muerte; arruinan y ensucian la vida; contaminan y desertifican la convivencia degradándola y deshonrándola. El odio como el mal tienen una potente capacidad de propagarse rápidamente, puede ser como un incendio en un pajonal, un aluvión que anega todo y nos deja encharcados en sus lodos infectados.

Como creyentes pedimos crecer siempre en mansedumbre, desde un corazón pacífico que quiere reconciliar, construir armonía y concordia. Poder denunciar los abusos y las injusticas, desvelar mecanismos mentirosos y homicidas. Saber achicar diferencias y acercar corazones, equilibrar e integrar emociones y sentimientos; donde más que ocupar espacios y ganar protagonismos, nos preocupemos de acompañar procesos de humanización.

Seguimos a Jesús, el Cordero que quita el pecado del mundo: “Ahora están en Cristo Jesús. Ahora, por la sangre de Cristo, estáis cerca los que antes estaban lejos. Él es nuestra paz. Él ha hecho de los dos pueblos, judíos y gentiles, una sola cosa, derribando con su cuerpo el muro que los separaba: el odio. Él ha abolido la ley con sus mandamientos y reglas, haciendo las paces, para crear en él un solo hombre nuevo. Reconcilió con Dios a los dos pueblos, uniéndolos en un solo cuerpo mediante la cruz, dando muerte en él al odio.” Ef 2, 13-16

Que en el campo de nuestra patria sembremos las semillas buenas del diálogo y de la escucha respetuosa, de la corresponsabilidad y de la honestidad, de servicio solidario y de compasión; sin ambiciones desmedidas de riquezas ni ansias de poder para el rédito propio. Que extirpemos los tumores malignos que enferman a la sociedad; que cultivemos tacto y esperanza en medio de tanto desánimo y fastidio. Hacemos nuestro el proyecto de Francisco de Asís cuando pedimos:” Señor haz de mí un instrumento de tu paz. Que allí donde haya odio ponga yo amorà”

Y... ¿si lo intentamos? ¿si nos disponemos a trillar los caminos de la mansedumbre y de la no violencia desactivando mecanismos feroces y agresivos (políticos-económicos-ideológicos-religiosos...)? ¿si nos forjamos militantes del encuentro en lugar del enfrentamiento? ¿si nos disponemos a cocer un nuevo guiso con sabor a confianza y comunión? ¿si no asumimos como parte del problema para ser parte de la solución, para sobrellevar juntos la carga y las consecuencias, de forma compartida y proporcional, sin permitirnos enturbiar por la corrupción ni la impunidad?

Que sean los valores evangélicos y las virtudes ciudadanas donde gestemos la cultura del encuentro, con soluciones de fondo y no sólo de emergencias, para la patria grande y libre que nos mereceremos.

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