Ataques del demonio y estigmas por 50 años: la vida del Padre Pío

Ataques del demonio y estigmas por 50 años: la vida del Padre Pío

Un 23 de septiembre, en 1968, fallecía en un pequeño pueblo del sur de Italia un fraile al que fueron a despedir 100.000 personas. El sacerdote, conocido por sus estigmas y sus milagros, se había convertido en un fenómeno imposible de ignorar.

A lo largo de más de 2.000 años, la Iglesia ha elevado a los altares a miles de fieles. Cada historia es distinta: algunos santos incluso fueron criminales, borrachos, mujeriegos o declarados ateos. Pero lo que todas comparten es un camino de lucha interior y conversión, recordando que “los caminos del Señor son inescrutables”.

Uno de esos casos es el de Pío de Pietrelcina. A diferencia de muchos otros, no provenía de un pasado 'oscuro' ni rebelde; ingresó en el noviciado capuchino a los 16 años con una fe firme. Sin embargo, los fenómenos que experimentó lo harían único en la historia de los que llegaron a ser santos: estigmas que sangraban, éxtasis, bilocación que le permitía estar en dos lugares a la vez y una clarividencia capaz de penetrar en la conciencia de las personas, revelando la pureza o la corrupción de sus corazones.

Francisco Forgione nació el 25 de mayo de 1887 en Pietrelcina, en la región italiana de Campania, hijo de humildes agricultores. Desde pequeño mostró una sensibilidad espiritual extraordinaria, marcada por apariciones místicas, como la del Sagrado Corazón de Jesús cuando apenas tenía cinco años. Inspirado por un encuentro con un fraile capuchino, decidió dedicarse al sacerdocio y, en 1903, ingresó en el noviciado de los Capuchinos en Morcone, a 30 km de Pietrelcina, adoptando el nombre de fray Pío.

Su vida como fraile fue austera y entregada: ayuno, penitencia y una devoción total por la Eucaristía y la confesión. Pero lo extraordinario no tardó en manifestarse. Pronto aparecieron en su cuerpo estigmas visibles, heridas que reproducían las cinco llagas de la crucifixión de Cristo y que sufrió durante 50 años sin infectarse, exudando un perfume agradable y desapareciendo poco antes de su muerte.

El Padre Pío no solo sufrió físicamente, sino que enfrentó brutales ataques del demonio, prolongados episodios que fueron relatados tanto en cartas como en testimonios de quienes lo conocieron: golpes, arrastres por la habitación y noches enteras de tortura. Los sufrimientos que soportaba eran alucinantes.

En una de las peores noches, relató que el demonio no cesó de golpearlo desde las diez de la noche hasta las cinco de la mañana, arrastrándolo por la habitación y tirándolo de la cama. Al recordar aquel episodio, confesó: "Realmente pensé que era la última noche de mi vida; o si no me muero, me volvería loco".

A la vez, desarrolló dones extraordinarios: bilocación, que le permitía estar en dos lugares a la vez para asistir a moribundos y realizar sanaciones milagrosas sin abandonar físicamente el convento; clarividencia, que le permitía conocer la conciencia y los pecados de las personas; e incluso profecía, anticipando acontecimientos futuros, como el destino de Karol Wojtyła, quien más tarde se convertiría en el Papa Juan Pablo II.

A pesar de su fama, la Iglesia intentó limitarlo. Se decidió trasladar al Padre Pío, ya muy popular en Italia, a la ciudad de Ancona. Al enterarse, los ciudadanos de San Giovanni Rotondo, donde vivía el fraile desde 1916, reaccionaron con indignación, organizando protestas para impedir su partida.

Aunque las autoridades eclesiásticas intentaron alejarlo, el Padre Pío continuó su labor pastoral. En 1931 se le restringieron sus funciones sacerdotales, pero recuperó su ministerio completo en 1933. A pesar de sanciones y restricciones, su devoción no flaqueó: pasaba hasta 16 horas al día en el confesionario, escuchando pecados en lenguas que no conocía y respondiendo perfectamente en esos idiomas, consagrando su vida al servicio de los demás.

El 22 de septiembre de 1968 celebró su última misa. Durante la madrugada del 23, murió repitiendo los nombres de Jesús y María. Sus estigmas habían desaparecido; su vida de sacrificio y misterio estaba completa. En 2002, Juan Pablo II lo canonizó, cumpliéndose así la profecía que había recibido décadas antes, cuando se le anunció que algún día ocuparía un alto cargo en la Iglesia.

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