El padre Ángel Rossi asesoró y guió a los voluntarios que plantaron en Villa de Mayo (Buenos Aires, 1992) la semilla de Manos Abiertas. Estuvo presente en la inauguración de la Casa de la Bondad en Salta y esto le dijo a El Tribuno.
¿Por qué es tan fuerte este voluntariado y cómo se sostiene?
Hay gente que dice: "Con un voluntariado no se pueden hacer estas obras". Y el desafío es demostrar que cuando un voluntariado se vive en serio es tan comprometido o más que lo laboral. Lo hago porque quiero y es muy afectivo. Se hace con las manos, pero viene desde el corazón. El desgaste del voluntario se da cuando pierde la motivación. El voluntario, cuando encuentra su carisma y su sentido, es perseverante. El voluntariado interpela a la sociedad. Como decía San Alberto Hurtado: "Nuestras obras son el modo de hacerle entender a la gente que comprendemos su dolor, no nuestras palabras". De la ventana de mi casa para allá hay un mundo doloroso y yo soy responsable de esta fragilidad. Entonces miro mi corazón y me doy cuenta de que hay espacio para otros más.
¿Cómo es esa labor de reparación espiritual antes de que los pacientes partan?
Algunos vienen bastante maltrechos pero espiritualmente más reparados que nosotros, te advierto. No necesariamente espiritualmente están destripados. El cariño, el estar cerca, la mirada, el sentir que no valen menos porque estén enfermos, el ayudarlos a dar ese paso les da una reparación profunda. Y a veces el reparado es el voluntario, que va creyendo que tiene la gran receta y el enfermito lo pone de pie. El enfermo, el linyera o el niño son nuestros maestros. Este trabajo no es una bajada de mayor a menor, sino de pequeños cuidando a pequeños.
¿Cuál es el clima que se vive en un hogar que brinda cuidados paliativos a enfermos terminales?
Contra todo pronóstico, no es ni tétrico ni triste, tiene el récord de alegría. Entrás y no tenés esa sensación de hablar bajo, de lúgubre, y hasta los enfermitos se contagian de esa riqueza. Es notable cómo el cariño y la ternura con que se los trata los pone de pie, aun cuando muchos de ellos son terminales. Algunos vuelven a hablar, otros a soñar. En fin, uno ve milagritos hermosos.
Le pido que ejemplifique, en una anécdota, qué van a vivir los voluntarios de la Casa de la Bondad...
Recuerdo la llegada a la hospedería Padre Alberto Hurtado, en Córdoba, del primer hombre en situación de calle. Éramos como 15 o 20 voluntarios que estábamos al acecho para cuidarlo. Llegó don Ángel y ese hombre casi muere de caridad en vez de morir a la intemperie, porque quedó lampiño para siempre de la afeitada que le dimos, se cambió tanto de ropa que la superó a Mirtha Legrand y se comió como 37 platos. Cuando terminó esa parafernalia de la caridad, que el pobre hombre miraba desesperado como diciendo quién me hizo traspasar esa puerta, el voluntario que se quedaba le dijo: "Andá a dormir, don Ángel, y cualquier cosa que necesités me despertás". Y don Ángel se largó a llorar como un chico. Y yo decía qué es este llanto. Y después nos dimos cuenta de que don Ángel se había ido a su infancia. "Cualquier cosa que necesités me despertás". ¿A qué le sonó? A su mamá, a su abuela. Para un hombre que lleva años en la calle es novedoso y tremendamente sanador. Eso van a vivir los voluntarios de la Casa de la Bondad.
Y quienes traspongan las puertas de la Casa para escribir el último capítulo de su vida tendrán, así como en el poema de Pedro Salinas, la memoria en las manos, "porque el alma no se acuerda, dolida de tanto recordar". Y así como en la anécdota del padre Rossi, en las manos les habrá quedado el recuerdo de lo que han tenido. En esta historia aun hay otras manos, las voluntarias, que lo darán todo, como lo siente Peque, y que aunque parezca que nada les vaya a quedar entre las palmas, hallarán el triunfo de no estar nunca vacías.
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