Cristina y Macri se sienten candidatos en una sociedad que no cree en nadie

Cristina y Macri se sienten candidatos en una sociedad que no cree en nadie

Por: Fernando González. La Vicepresidenta apuesta al factor religioso. Y el ex mandatario define en marzo su futuro electoral. Los argentinos se perciben más pobres y sin chances de mejora para la elección de 2023.

Ninguna de las crisis que ha tenido la Argentina en las últimas cuatro décadas ha sido gratuita. Fue traumática la transición entre Raúl Alfonsín y Carlos Menem. Fue doloroso el estallido del 2001 y este tiempo signado por la gestión de Alberto Fernández y Cristina Kirchner ha sumergido al país en un subsuelo de decadencia y degradación que hasta consigue el milagro de mejorar la imagen de muchas de las desgracias recientes.

Este fenómeno comienza a quedar registrado en muchas de las encuestas cualitativas que encargan los dirigentes políticos, expectantes ante las elecciones del año próximo. Un trabajo de la consultora Isonomía, por ejemplo, advirtió en sus focus groups cómo se han ido desmoronando las esperanzas hacia el futuro de un amplio sector de la sociedad argentina.

En la encuesta hay varias respuestas que configuran ese estado de decepción, pero hay tres datos que sobresalen del resto.

1.- La mayoría de los encuestados creen que esta crisis económica y social, la que administra el Frente de Todos con Alberto y Cristina como gobernantes, es peor aún que la de diciembre del 2001, que lideró la Alianza y que terminó con la renuncia del presidente Fernando De la Rúa. Es un punto bien sujeto a polémicas, pero es lo que surge de las respuestas.

2.- Una mayoría parecida está convencida de que las elecciones del año próximo no van a resolver sus carencias actuales. La situación fue muy diferente en 2015, cuando centraban sus expectativas en el próximo gobierno. Eso ahora no ocurre, sea quien sea el elegido o elegida como próximo presidente.

3.- Cuando se consulta a personas de sectores socioeconómicos medios o medio bajos, la mayoría de ellos afirman que son pobres. Que se perciben pobres, que sus familias son pobres y que sus amigos y conocidos también son pobres. Y eso a pesar de que, por sus niveles familiares de ingresos, no pertenecen al segmento de la población considerada pobre o indigente.

Los encuestadores denominan a ese fenómeno con un concepto que habrá que tener muy encuenta: “pobreza emocional”. Se trata de personas que, por haber sido forzados a reducir sus niveles de consumo alimentario, de sus gastos en salud, en educación y en entretenimientos, se consideran más pobres de lo que son realmente. Esa preocupación y esa carencia se traduce básicamente en angustia. Y todos esos sentimientos son ríos que desembocan en un mismo mar: el del descreimiento.

Por eso, por ese sentimiento que embarga a una sociedad absolutamente descreída, no es extraño que todas las encuestas encargadas después del intento de atentado contra Cristina Kirchner registren las sospechas de los sectores mayoritarios.

La evidencia de las imágenes, que mostraron al brasileño Fernando Sabag Montiel fallando un disparo contra la Vicepresidenta, y los mensajes telefónicos entre él y su pareja, la joven Brenda Uliarte, que investiga la Justicia y que los muestran planeando una acción agresiva en los días previos, parecen no ser suficiente prueba. Una buena cantidad de argentinos se muestran todavía escépticos sobre los orígenes del incidente.

La Virgen, el Papa y la Constitución en la mano

Más allá de cómo avance la investigación sobre el ataque, la Vicepresidenta se ha lanzado desde el primer momento a aprovechar el impacto político que pueda generar, sobre todo, entre los votantes perdidos entre aquel 54% con el que obtuvo la reelección en 2011 y los sondeos actuales que le adjudican porcentajes de intención de voto mucho más bajos.

Misa por la Paz en la Basílica de Luján (Gustavo Gavotti)

Según los encuestadores que consulta Cristina, se trata de votantes de clase media y media baja que acusaron el golpe económico de la inflación y las malas decisiones económicas del Gobierno. La estrategia para recuperarlos es apelar al factor religioso ya que muchas de esas personas son católicas o sensibles a cualquier simbología de la religiosidad popular.

En esa línea hay que anotar la misa militante en la Basílica de Luján, que terminó con el sonido de los tambores en vez de las canciones parroquiales, y con las banderas de los activistas K dominando el panorama visual en vez de los ornamentos de la Iglesia. El escaso ejercicio religioso, y en algún caso el desinterés, se notó en los gestos de algunos funcionarios. Fue el caso del ministro Andrés “Cuervo” Larroque, quien se guardó la hostia en un bolsillo cuando un sacerdote le dio la eucaristía. Poca misa de chico o rechazo de un dirigente formado en el agnosticismo.

Si alguno creyó que se trataba de un gesto aislado, como intentó hacerlo pasar el obispo Jorge Scheinig con su disculpa “por meter la pata”, la estrategia se confirmó el último jueves. En su discurso en el Senado, el primero después del intento de atentado, Cristina se mostró junto a curas villeros (“Me hubiera gustado que estuvieran las carmelitas descalzas”, sumó) y contó que la había llamado el Papa Francisco, el jefe de la Iglesia Católica en el Vaticano, quien por estos días enfrenta la furia del presidente de Ucrania (Volodymyr Zelenski) por su sorprendente postura de equilibrio entre la Rusia invasora y los ucranianos bombardeados, masacrados y muchas veces torturados, como se vio en estos días con las fosas comunes en la ciudad de Izium.

Reunión de CFK con curas "villeros"

En su charla telefónica con Francisco, aquel al que Néstor Kirchner llamaba “el diablo” cuando era Monseñor Jorge Bergoglio, Cristina aseguró haberle dicho que no la seducía la presidencia, cargo en el que había estado en dos oportunidades. A la Vicepresidenta le gusta jugar con el misterio de sus candidaturas. “No se hagan los rulos”, fue su metáfora preferida en 2011, para avisarle a la audiencia que no competiría por la reelección. Poco después quedó claro que los que se apuraron a hacerse los rulos fueron los que acertaron con el pronóstico.

“Estoy viva por Dios y por la Virgen”, aseguró Cristina, como argumento divino para explicar la fortuna de que el atentado no haya sido exitoso. El factor religioso tiene una gran ventaja sobre las justificaciones sociales o científicas. Responde a un dogma, y los dogmas jamás se discuten. Hay un núcleo duro en el voto de Cristina, y en eso coinciden los encuestadores, al que no le importa que haya cometido hechos de corrupción. Como ha sucedido con otros liderazgos políticos en la historia, está basado en un fanatismo religioso y, por lo tanto, no se lo discute.

Además de la estrategia religiosa que viene probando Cristina, también está la de arrojar a la hoguera de vanidades la ofrenda del acuerdo político. Varios de sus operadores habituales (incluso el presidente Alberto Fernández, aunque como tantas otras de sus frases pasó desapercibida) se dedican a esparcir el incienso del acuerdo con la oposición. Y buscan como Caperucita del cuento a Mauricio Macri para embarcarlo en la maniobra.

El kirchnerismo está convencido de que Macri es el mejor rival para Cristina por tres razones. Al igual que la Vicepresidenta, tiene un alto componente de imagen negativa y hay demasiada gente que nunca lo votaría. Si el ex presidente fuera el candidato opositor, la UCR probablemente rompa la coalición opositora. Creen que Macri tendría la suficiente influencia sobre la Justicia como para evitar que se confirme la condena judicial de doce años pedida por el fiscal Diego Luciani en la causa Vialidad.

Mauricio Macri, recorrida por San Miguel, provincia de Buenos Aires

Las primeras dos razones son hipótesis que hoy nadie puede confirmar. Pero la creencia kirchnerista de que Macri podría siquiera frenar la eventual condena contra Cristina revela el desconocimiento que tienen del escenario judicial actual de la Argentina. El grupo Liverpool, por llamar de alguna manera a la generación de funcionarios judiciales que integran el fiscal Luciani, los jueces del Tribunal Federal Oral 2, como Rodrigo Giménez Uriburu o Jorge Gorini, y otros magistrados como es el caso del presidente de la Cámara Federal, Mariano Llorens, están lejos de ser influenciables por cualquier espectro político.

Ellos y muchos otros funcionarios judiciales que asoman hoy en Tribunales construyeron sus trayectorias con estilos bien diferentes a la de los jueces y fiscales de las décadas menemista y kirchnerista, más acostumbrados a la negociación subterránea y a la permeabilidad de las decisiones sensibles que afectarán a la política. Jugar al fútbol en la quinta de los Macri es un juego diferente al de someter los fallos al rigor de la necesidad política.

El viernes, en una recorrida por la localidad bonaerense de Junín (una de las tantas que realiza para no ser candidato), Macri lanzó una frase que encendió el corazón helado del kirchnerismo. Le preguntaron si estaba dispuesto a un acuerdo con Cristina y respondió: “Con la Constitución arriba de la mesa, sí”, para agregar enseguida que “las ideas de Cristina han destruido a la Argentina”. El ex presidente sabe perfectamente que detrás de la oferta del diálogo hay una trampa de corto plazo, pero disfruta al mismo tiempo el lugar de primer referente de la oposición que le otorga la Vicepresidenta para atraerlo a la red de sus objetivos.

Quienes dicen conocer los secretos de la estrategia política de Macri aseguran que esperará a marzo para definir si elige apoyar a Horacio Rodríguez Larreta o a Patricia Bullrich, o si se decide a jugar él un nuevo intento presidencial en vez de escribir libros con sus experiencias. Hace poco ha vuelto a cruzarse con quien fue su oráculo estadístico, el ecuatoriano Jaime Durán Barba.

Mauricio Macri junto a Horacio Rodríguez Larreta y Patricia Bullrich (Roberto Almeida)

“Podés ganar la interna Mauricio, pero no te dan los números si vas a una presidencial”, le avisó el hombre que lo ayudó a llegar a la Casa Rosada, y que después también lo ayudó a alejarse. Nada que no le hayan dicho otros encuestadores, pero como Cristina, Macri confía en que los números adversos de hoy podrían revertirse a su favor si el país continúa agrietado.

Cristina y Macri no son candidatos todavía, pero sienten en estéreo que podrían serlo si las circunstancias de la Argentina se tornan aún más dramáticas. Por delante está la elección de Brasil y la Vicepresidenta cree que su camino puede allanarse si Lula Da Silva gana en primera vuelta el próximo 2 de octubre. Del mismo modo que Macri verá como una señal a su favor la posibilidad (hoy aparentemente más complicada) de que el ganador termine siendo el impredecible Jair Bolsonaro. Cintura cósmica del sur.

Sería una repetición de la batalla política de los últimos doce años, con Cristina y Macri siempre como antagonistas. Claro que están los dirigentes del recambio generacional dispuestos a cortarles el camino. Sergio Massa apuesta al milagro de frenar la inflación y ordenar la economía para convertirse en la opción inevitable a la Vicepresidenta. Y están Rodríguez Larreta y Patricia Bullrich, más los radicales Facundo Manes, Gerardo Morales, Alfredo Cornejo y la expectativa de María Eugenia Vidal para probar el modelo olvidado del diálogo entre gobierno y oposición que modere la sensación permanente de naufragio.

El desafío para todos ellos es cambiar las expectativas de una sociedad descreída. La de un país que ha probado la seducción mentirosa del carisma, que ha sufrido la ineficacia de los CEO, que soportó a los funcionarios que arrojaban dólares en los conventos y soporta a los científicos cuyo experimento más exitoso ha sido vacunarse antes que el resto de los argentinos.

Por eso no sorprende que, cuando un encuestador les pregunta por el futuro, la mayoría responda que no tiene sueños que se parezcan a esperanzas. Es todo un mal presagio porque, se sabe, ese vacío es el fantasma con el que se anuncian las pesadillas.

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