Impuestos que salvan vidas

Los impuestos que se cobran al tabaco, licores y sodas funcionan solamente si estos dineros son utilizados para educar y sensibilizar a la población sobre el daño que causan estos productos a la salud.

Por: Rafael Carles (Empresario, consultor de nutrición y asesor de salud pública).

Los impuestos que se cobran al tabaco, licores y sodas funcionan solamente si estos dineros son utilizados para educar y sensibilizar a la población sobre el daño que causan estos productos a la salud. En el caso de las sodas, al igual que hicieron en el pasado las tabacaleras y las licoreras, su estrategia ha sido sembrar dudas que estos impuestos no cambian hábitos de consumo ni detienen el aumento de la obesidad.

Y es obvio que cuando los países cobran un impuesto y lo usan para fines distintos a su propósito original, los resultados no son los esperados. Sin embargo, existe una experiencia ejemplar de lo que sucede cuando un impuesto se cobra y utiliza correctamente. Y ese es el caso de Berkeley, California, con un impuesto creado en noviembre de 2014 y que ya en su tercer año había disminuido el consumo de sodas 52% y subido el de agua 29% (https://ajph.aphapublications.org /doi/10.2105/AJPH.2019.304971).

Berkeley es el primer caso en que se ha podido documentar el impacto a largo plazo del impuesto a las sodas, porque no solamente brinda pruebas sólidas de que el impuesto representa una herramienta eficaz para fomentar hábitos de consumo más saludables, sino que reduce el consumo de productos relacionados con las enfermedades crónicas no transmisibles como diabetes, cáncer, hipertensión y obesidad. Con lo cual, los hallazgos encontrados permiten enviar un mensaje certero de que los impuestos sí funcionan y que salvan vidas.

Además, el estudio llegó en un momento crítico cuando en diferentes países y ciudades se estaban considerando impuestos a las bebidas azucaradas. Si bien varias ciudades, incluidas Filadelfia y Seattle, pasaron sus impuestos a las bebidas azucaradas, otro tanto de lugares fueron sitiados por la industria embotelladora que gastó millones de dólares en cabildeo y compra de consciencia, y al final aprobaron proyectos de ley que prohíben a los municipios implementar futuros impuestos a las gaseosas.

La clave del éxito en Berkeley se debe que la totalidad del impuesto se dedica a apoyar los programas de educación nutricional y jardinería en las escuelas, y a crear las organizaciones locales que trabajan para fomentar comportamientos más saludables en la comunidad https://www.berkeleyside.org/2019/02/07/where- are-the-millions-from-berkeleys- soda-tax-going-lots-of-places). Además, existe un concejo municipal que escoge un administrador que tiene muy clara una realidad: las bebidas azucaradas están vinculadas a la proliferación de enfermedades cardiovasculares, diabetes y obesidad, y cuestan a los residentes millones de dólares cada año en gastos médicos. Por eso, los impuestos son una forma de tener en cuenta esos costos, independientemente de que estas bebidas gaseosas sean muy baratas.

La mayoría de los impuestos actuales a las sodas se basan en el volumen y no en su contenido de azúcar. Es decir, una bebida de ocho onzas con dos cucharaditas de azúcar (té helado) se grava con la misma tasa que una bebida de ocho onzas con siete cucharaditas de azúcar (bebida gaseosa). Esto permite a los distribuidores cobrar una tasa fija en función de las ventas. También funciona bien si el objetivo principal es aumentar los ingresos fiscales. Sin embargo, si el objetivo principal del impuesto es mejorar la salud pública al reducir el consumo de azúcar, lo lógico es gravar el contenido de azúcar y así alentar a los consumidores a elegir opciones con menos azúcar y posiblemente incentivar a los fabricantes, distribuidores y minoristas a comercializar opciones más saludables.

De allí la importancia de hacer que la interacción entre los motivos tributarios y las intenciones redistributivas sean las más óptimas. No hay duda que el impuesto influye en la elasticidad de la demanda y afecta el consumo, especialmente en consumidores de menores ingresos. Y contrario al argumento de la industria que los impuestos no funcionan, existen muchos modelos sobre preferencias, redistribución, nutrición y comercialización, y al final establecen que las tasas óptimas de un impuesto para las bebidas azucaradas debieran ser de 1 a 2.1 centavos por onza, aunque existen condiciones de subfacturación y contrabando que obligan a que esos impuestos deben subir hasta un 60% (https://www.nber.org/system/files/working_papers/w25841/ w25841.pdf). Y si bien el impuesto hasta ahora se aplica a los distribuidores, en lugar de directamente a los consumidores, también existen estudios que demuestran que los minoristas son los que incorporan los costos más altos en el precio de venta de las bebidas. En consecuencia, los impuestos al consumo de las sodas son medidas que representan una herramienta poderosa en la lucha contra la diabetes, las enfermedades cardiovasculares y la obesidad. De igual forma, los impuestos son una forma de enviar un mensaje directo a la industria para equilibrar la publicidad corporativa que nos bombardean todos los días. Definitivamente se necesitan mensajes e intervenciones consistentes que hagan que los alimentos más saludables sean deseables, accesibles y asequibles.

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