La Ley de Etiquetado Frontal y el negocio de no saber qué comemos

La Ley de Etiquetado Frontal y el negocio de no saber qué comemos

Como nunca antes en la historia, los alimentos y la comida forman parte de la conversación social y la vida de las personas. En las redes sociales, los magazines televisivos, los discursos médicos, las publicidades, los libros, e incluso los Reallity shows como Master Cheff o Bake off, se reproducen de forma continua imágenes, tendencias y significaciones sobre la comida.

Si bien a primera vista pareciera ser un aspecto positivo en tanto funciona como disparador de preguntas y propuestas novedosas, como las ligadas al discurso del medio ambiente y la producción sustentable, en el fondo la omnipresencia en las pantallas de la comida es producto del fortalecimiento de la sociedad del marketing y el espectáculo. En la actualidad voraz del capitalismo que transitamos la industria alimentaria ocupa un rol económico central y los alimentos se han convertido en las estrellas del show. Como señala Matias Bruera “la comida siempre es cultura, ya que se crea, se cocina y se consume”, y como toda mercancía atribuida de propiedades mágicas estimula el deseo.

Un mapa de la mesa promedio de lxs argentinos

Paradójicamente mientras nos bombardean desde todos los frentes con información e imágenes sobre consumo de alimentos, comemos cada vez peor, nos cuesta distinguir lo que hace bien de lo que hace mal, y no sabemos a quiénes escuchar. Según datos provenientes de la Segunda Encuesta Nacional de Nutrición y Salud (ENNyS), los patrones de consumo se fueron modificando a nivel mundial en las últimas décadas, y en la Argentina la foto es realmente preocupante. El relevamiento muestra que sólo unx de cada tres argentinxs consume frutas y verduras al menos una vez por día, tendencia que se contrapone a las recomendaciones de las Guías Alimentarias para la Población Argentina. Asimismo casi el 40% toma bebidas azucaradas a diario y más del 30% consume golosinas dos o más veces por semana. Este panorama es aún más grave en niñxs y adolescentes, rango etario que consume un 40 % más de bebidas azucaradas, el doble de productos de pastelería, galletitas dulces y snacks salados, y el triple de golosinas respecto de rangos de mayor edad.

Ignacio Porras, licenciado en Nutrición (MN 7270) y director de la Asociación Civil SANAR, advierte nuestra alimentación no es accidental: “en las últimas décadas se ha visto tanto en Argentina como en Latinoamérica, que los alimentos naturales o las recetas familiares han sido reemplazadas por productos listos para consumir o que requieren un mínimo tratamiento. Ese modo de consumo no solo tiene un impacto directo en la salud sino que lo vemos reflejado en los sistemas alimentarios. En Río Negro casi no resulta redituable cosechar peras y manzanas, y en paralelo tenemos miles de productos en góndolas saborizados y aromatizados de forma artificial con estos sabores. Entonces tenemos en la construcción de los sistemas alimentarios opciones para comer que prometen alimentos que en verdad no tienen y esos alimentos de verdad no se están consumiendo”. Este tipo de alimentos ultraprocesados están endulzados con jarabe de alta fructuosa, que es un derivado del monocultuvo del maíz, o tienen aditivos derivados de la soja, lo que, además de ser perjudicial para la salud, reproduce un modelo productivo en base a monocultivos.

Florencia Guma, Licenciada en Nutrición (MN 5465) y coordinadora de la Asociación Civil SANAR considera que la alimentación evoluciona con el tiempo bajo la influencia de muchos factores: “los ingresos, los precios, las preferencias individuales, las creencias y las tradiciones culturales, las estrategias de marketing y la masificación de los productos alimentarios así como factores geográficos, ambientales, sociales y económicos, conforman, en su compleja interacción, las características del consumo de alimentos. Estos cambios en la alimentación, caracterizada por su pobre calidad nutricional representan un alto impacto sobre la morbimortalidad, la calidad de vida y el gasto sanitario”.

En este marco en Argentina desde el Estado y la sociedad civil comenzaron a desarrollarse propuestas y políticas públicas al respecto. En nuestro país la Ley de Etiquetado Frontal, que obtuvo media sanción de la Cámara de Senadores en 2020 y llegará al recinto en Diputados en las próximas semanas, busca problematizar y poner sobre la mesa el debate franco y consciente. Lo que propone es la posibilidad de informar a ciudadanxs y consumidorxs, a partir de etiquetas en los paquetes de los productos ultra procesados, y que con esa información puedan tomar una decisión consciente sobre qué comprar y cómo alimentarse.

Ley de Etiquetado Frontal, información y hábitos de consumo

Los objetivo primordiales de la Ley se pueden identificar en dos grandes líneas: por un lado batallar contra las enfermedades crónicas no transmisibles asociadas con el exceso en el consumo de los nutrientes críticos (cáncer, diabetes tipo 2, enfermedades cardiovasculares, hígado graso, y aumento de la presión arteria) que hoy son la principal causa de muerte en Argentina (689 muertes por día) y en el mundo, e incluso han comenzado a detectarse en las infancias; y por otro lado generar información que permita a lxs consumidorxs tomar decisiones sobre qué comprar. Para eso los productos ultra procesados e industrializados tendrán en los paquetes unas etiquetas en forma de Octágonos negros con las siguientes leyendas: “exceso en azúcares”, “exceso en sodio”, “exceso en grasas saturadas”, “exceso en grasas totales” y “exceso en calorías”. Asimismo los alimentos con edulcorantes deberán decir “no recomendable en niños/as”, y los que contengan cafeína, el mensaje “evitar en niños/as”.

El Licenciado Porras explica que “es importante que se apruebe la Ley porque actualmente la normativa vigente, a través del Código Alimentario Argentino, no tiene una mirada preventiva sobre las enfermedades crónicas no transmisibles, y a la vez desde el posicionamiento de lxs consumidorxs no hay información que permita hacer una elección correcta. Hoy los datos en los paquetes no son claros ni precisos”. Según la Encuesta Nacional de Nutrición y Salud ENNYS de 2019 solo 3 de cada 10 individuos mayores de 13 años lee las etiquetas, y de esa cifra solo la mitad las entiende, lo cual implica que menos del 15% de la población comprende la información nutricional de un envase. “El negocio es nuestra desinformación. El hecho de que solo elegimos en función de la pauta publicitaria, los claims engañosos, lxs famosxs en las publicidades, etc. Hay un montón de cosas que influyen en la elección de un alimento pero no la información correcta para saber si eso nos conviene o esconde algún riesgo. Mientras no sepamos somos presos de las pautas publicitarias que son la voz del productor y quien te vende ese producto”, advierte.

En Chile donde este sistema se aplica desde 2016 se evidencian buenos resultados. Un estudio  de La Facultad de Economía y Negocios de la Universidad de Chile, la Universidad de Carolina del Norte y el Instituto Nacional de Salud Pública (INSP) observa una disminución de un 14% en la compra de cereales para desayuno; 25% menos en la compra de bebidas azucaradas; 17% menos en postres envasados; la reducción promedio de entre 46-62% en exposición de publicidad de alimentos en preescolares y adolescentes; una reducción en promedio de 25% de azúcares en las categorías de alimentos estudiadas; y una disminución en promedio entre un 5-10% de sodio en las categorías de alimentos estudiadas.

Estrategias de publicidad e infancias en peligro

Uno de los puntos centrales es la posibilidad de comenzar a pensar la problemática de la alimentación asociada a lxs ninxs y el futuro. Las cifras marcan que 9 de cada 10 productos alimentarios orientados a niñxs son de bajo valor nutricional y en la actualidad tenemos poca o nula educación nutricional en entornos escolares. El director de SANAR explica que “en términos de política pública integral la Ley busca cuidar a las infancias protegiendo los entornos, impidiendo que estos productos puedan venderse, regalarse o patrocinarse entornos escolares, como también regular la publicidad destinada a niñxs y adolescentes que hoy es una fuerte pulsión para que compren a través de licencias de Disney o la participación en sus comerciales de futbolistas, artistas, etc.”.

El marketing influye en gran medida en la elección de los alimentos y la creación de hábitos en edades tempranas. Porras indica que “en niñxs y adolescentes durante 2018 se evidenció que recibieron más de 4 mil publicidades de alimentos de baja calidad nutricional, lo que hace que haya unas 60 publicidades semanales que reciben invitándolos a comer postres lácteos con exceso de azúcar, comida chatarra, gaseosas o golosinas”. El 75 % de esas publicidades van acompañadas de una mascota o un dibujo animado, y el 50% presentó a un famosx como cara de la marca. Por eso, de aprobarse la Ley de Etiquetado Frontal, los productos que tengan el sello negro deberán cumplir algunas restricciones importantes: no podrán incluir la declaración de propiedades nutricionales o “claims” en los envases; no podrán utilizar elementos gráficos, dibujitos, personajes divertidos, o ganchos comerciales que influyan en su elección; no podrán ser ofrecidos o entregados a título gratuito a niñxs y adolescentes; y se prohíbe su venta en entornos escolares.

Guma en este sentido recalca que “la ley, tal como fue aprobada por el Senado de la Nación, hará que nuestro país de un gran paso y ejemplar en la protección de los derechos de niñas, niños y adolescentes, en la mejora de la alimentación y en la salud pública, previniendo enfermedades, discapacidad y hasta muertes. Se trata de una medida clave para la prevención de enfermedades crónicas no transmisibles que afectan a la población argentina”.

El marketing y la post modernidad alimentaria

La alimentación humana comporta tres dimensiones: la imaginaria, la simbólica y la social. Al comer incorporamos además de productos alimenticios evocaciones, significaciones,  representaciones sociales, y sentidos. “En la actualidad en los supermercados los ultraprocesados ocupan el 75% del espacio, productos que demás cuentan con políticas públicas que los subvencionan y una artillería enorme de publicidades que te acercan a tu ídolo o te proponen un juego. Pero no existen las publicidades de alimentos naturales como manzanas o garbanzos. Solo se publicitan alimentos procesados y eso nos constituye como consumidores”, explica porras.

De hecho podríamos hablar de un proceso de cosificación ya que mayormente solemos comer cosas comestibles, no alimentos: “los alimentos son los de origen natural, vegetal o animal, pero los diseños industriales no son alimentos por más que el Código Alimentario Argentino intente definir a casi todo como un alimento, incluso sustancias que no cumplen un valor nutritivo”, diferencia el Licenciado. El mundo alimentario que nos rodea sobre actúa el ideal de la “soberanía del consumidor” como modelo de subjetividad a reforzar y cultura asociada al gusto y la “libre elección”, mientras  el mercado crece a partir de productos que le dan un valor agregado a cualquier cosa. Hemos naturalizado cómo el mercado es el que produce e inventa, a través de simulacros, ciertas cualidades “mágicas” y positivas de los alimentos que en definitiva provienen de procesos industriales.

Una de estas polémicas creaciones es lo que se conoce como el Bliss point. El término pertenece al psicofísico Howard Moskowitz y hace referencia a una combinación perfecta de productos como azúcar, sal o grasa, (o los tres juntos) y funciona como estimulante del sabor y el placer. “Esto produce una disminución de nuestra autonomía y básicamente crea la necesidad de querer más de algo. Nos genera mucho placer y nos lleva a un circuito de recompensa -enfatiza Porras - ninguna industria de la alimentación vive de nuestra moderación, lo que se busca es que consumamos cada vez más”. No casualmente son los sectores de la industria alimenticia los que más se oponen a la aprobación de la Ley de Etiquetado Frontal: la COPAL, presidida por Daniel Funes de Rioja; el Centro Azucarero Argentino (CAA), polo ubicado en Tucumán donde Ledesma monopoliza el mercado; la Cámara Argentina de la Industria de Bebidas sin Alcohol (Cadibsa); y la Cámara de Comercio de los Estados Unidos en la Argentina (Amcham).

La pobreza y la inseguridad alimentaria

Lo urgente sigue siendo la inseguridad alimentaria. En nuestro país la pobreza alcanza al 42% de la población, y según datos del primer trimestre del año de la Encuesta Permanente de Hogares (EPH) del Instituto Nacional de Estadísticas y Censos (INDEC) el 58,6% de lxs argentinxs tiene un ingreso promedio de $ 42.394, muy por debajo de la Canasta Básica calculada en $64.445.  Esto se traduce en que más de 19 millones de personas no tienen ingresos suficientes para adquirir alimentos, bienes y servicios esenciales.  Porras señala que además los programas de fijación de precios suelen priorizar elementos comestibles que son catalogados así pero son altos en nutrientes críticos, entonces al tiempo que los precios cuidados congelan ultraprocesados, siguen subiendo el precio de la fruta, la carne u otros productos más saludables: “por ejemplo si evaluamos los precios del programa ‘Súper Cerca’ podemos ver que el 50% de los productos tienen exceso en nutrientes críticos y no hay opciones en frutas y verduras”.

Como respuesta a esta problemática urgente la Ley plantea que en los programas estatales de asistencia alimentaria, como las políticas de precios y la entrega de bolsones, no se puedan incluir productos con sellos negros y se generen opciones que realmente nutran. “Creo que puede haber un cambio importante en el consumo, pero sobre todo a nivel de conceptual. El hecho de realmente sentirnos sujetos de derecho que podemos elegir con información. Por eso es importante remarcar que la Ley no busca sacar productos de la góndola, sino generar consumidorxs informadxs. Obviamente hay una responsabilidad de los Estados de informar y advertir sobre el consumo, también porque es el mismo Estado que después se hace cargo del costo de las enfermedades no transmisibles que hoy es más de 50 mil millones de pesos al años. Es una forma, un primer paso, de tratar de construir un sistema alimentario mejor y acercar educación alimentaria de manera inclusiva”, remarca Porras.

Por último es necesario comprender que, además de la cuestión económica, la problemática está atravesada por el “saber elegir”, la accesibilidad y el capital cultural. Como identifica la Licenciada Guma en sectores de la población con menor nivel educativo e ingresos más bajos “se leen aún menos las etiquetas de los productos, evidenciándose que los sistemas complejos de información nutricional vigentes son menos accesibles para la población en situación de mayor vulnerabilidad. Esto demuestra que el sistema vigente en nuestro país no funciona adecuadamente para informar a las mayorías”. De cara a los próximos años estos puntos deben ser encarados por el Estado Nacional, pero también por los medios de comunicación y la cultura en general, desde una visión integral y política que se aleje de los modelos publicitarios pasteurizados desprovistos de historicidad, y se acerquen más a la noción del derecho y la soberanía alimentaria.

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