Pizzaballa: «Que la paz de Jerusalén sea con todos»

Pizzaballa: «Que la paz de Jerusalén sea con todos»

La ordenación episcopal del administrador apostólico elegido por Papa Francisco para el Patriarcato latino: «Pido una paz que sea acogida cordial y sincera del otro».

GIORGIO BERNARDELLI

«Quiero ser obispo para todos. Para cuantos me han sido encomendados, principalmente. Pero también para todos los que comparten el amor y la preocupación por el Medio Oriente, para hebreos y musulmanes, para los más pobres, para toda la Iglesia».

Desde la catedral de Bérgamo, en donde ayer por la tarde fue consagrado arzobispo con la tarea de administrador apostólico del Patriarcado latino que le encomendó Papa Francisco, el padre Pierbattista Pizzaballa volverá a Jerusalén con este mensaje. No es un programa, sino pocas palabras muy sencillas y claras, pronunciadas al final del largo rito celebrado en su tierra natal.

En el «Domo» de Bérgamo estuvo bien representada la Tierra Santa durante el rito. Estaban el Patriarca emérito Fouad Twal, el obispo de Bérgamo, Francesco Beschi, y el cardenal Leonardo Sandri, Prefecto de la Congregación para las Iglesias Orientales, que presidió el rito de ordenación. También estaba el nuevo Custodio de la Tierra Santa, fray Francesco Patton, que acompañó a Pizzaballa al altar. Estaba el representante del patriarcado greco-ortodoxo de Jerusalén, Nektarios, para ofrecer el testimonio de una amistad que se tradujo en un regalo especial: una cruz pectoral. También se escuchó el árabe, lengua en la que fue proclamado el Evangelio; al final del rito, el nuevo obispo contó que, de alguna manera, en esa misma catedral estaba presente la oración de muchos hebreos y musulmanes, que en estos días le expresaron su cercanía.

«Te basta mi gracia», dice el lema que el padre Pizzaballa eligió para su episcopado. Y en su discurso recorrió algunos de los signos de esta gracia en su vida. Desde sus primeros recuerdos de niño, en las zonas rurales de los alrededores, y después la entrada al seminario menor, sus primeros encuentros con los misioneros… «Yo también quería ir como misionero. A China. Extrañamente, la sala de la Tierra Santa en el museo del seminario era la que menos me interesaba —sonrió. Y también después, yo no quería ir para nada: pero el provincial todavía era a la vieja manera y me dijo: “Coges y te vas”. Y ahí comprendí que el “Sí” al Señor pasa a través de muchos sí concretos y muy humanos, no es un sentimiento abstracto y vago».

Este “Sí” pasa hoy por el nuevo servicio que se le ha pedido en la misma realidad en la que durante doce años sirvió como Custodio franciscano de Tierra Santa. «En el escudo quise poner solo dos cosas: Jerusalén y la Palabra —explicó. A partir de la palabra, y no de los problemas o de los miedos, quiero comenzar  y fundar el ministerio que me ha sido asignado, para que poco a poco nos plasme, como ha hecho desde el principio con generaciones de creyentes, y para que ilumine nuestras decisiones, nuestras relaciones y nuestras ciudades».

Pero la Palabra también es la clave para ver el presente de la Ciudad Santa: «Pido paz para Jerusalén —continuó el arzobispo Pizzaballa—, pero, sobre todo, pido paz de Jerusalén, que es la paz ofrecida en el Cenáculo de la Cena y de Pentecostés. Es una paz que se puede incluso tener inmediatamente. Es la paz que no es supresión de las diferencias, anulación de las distancias, pero tampoco tregua o pacto de no beligerancia, garantizado por acuerdos o separaciones. Pido una paz que sea acogida cordial y sincera del otro, voluntad tenaz de escuchar y de dialogar, vías abiertas en las que el miedo y la sospecha cedan el paso al conocimiento, al encuentro y a la confianza, en donde las diferencias sean oportunidades de compañía y no pretexto para el rechazo recíproco».

«Pero me empeñaré —concluyó Pizzaballa— para que, también gracias a mi servicio en aquella tierra, surja para toda la Iglesia y para los hombres de aquella tierra, la paz de Jerusalén».

También el cardenal Sandri habló sobre esa misma paz en su homilía: «Muchos corazones en la Tierra Santa y particularmente en los territorios del Patriarcado Latino —recordó— tienen sed de justicia y de paz». El único instrumento, recordó Sandri, «en nuestras manos para evitar que los cristianos emigren del Medio Oriente, o que sean expulsados por proyectos poco claros, es encontrar formas antiguas y nuevas para ser Iglesia en salida, que se interesa por la promoción de espacios de encuentro y de reconciliación».

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