Francisco: nunca insultar a la mamá o al papá de los demás

Francisco: nunca insultar a la mamá o al papá de los demás

Durante la Audiencia general el Papa pidió «honrar» a los propios padres, aunque sean imperfectos: «No todas las infancias son serenas, todos los hijos pueden ser felices»

Si «nuestra infancia es un poco como una tinta indeleble», Dios, en el cuarto mandamiento «dice una cosa extraordinaria y liberadora: aunque no todos los padres sean buenos y no todas las infancias sean serenas, todos los hijos pueden ser felices», las «heridas» del pasado se convierten, «a la luz del amor» cristiano, en «potencialidades», «todo se invierte, todo se vuelve precioso, todo se vuelve constructivo», y entonces «podemos comenzar a honrar a nuestros padres con la libertad de hijos adultos y acogiendo misericordiosamente sus límites». El Papa Francisco prosiguió con el ciclo de catequesis dedicado a los Diez Mandamientos, y, traduciendo en ejemplos prácticos el mandamiento de «honrar al padre y a la madre», dirige a los fieles que estaban presentes en la Plaza San Pedro un doble consejo: primero, si tú «estás alejado de tus padres, haz un esfuerzo y vuelve»; segundo: «nunca, nunca, nunca, nunca insultar a los padres de los demás». 

 

El Papa se refirió al cuarto mandamiento completo, del Libro del Deuteronomio («Honrarás a tu padre y a tu madre como el Señor, tu Dios, te ha ordenado, para que se alarguen tus días y tú seas feliz en el país que el Señor tu Dios te da») para explicar que «honrar a los padres lleva a una larga vida feliz. La palabra “felicidad” en el Decálogo aparece solamente en la relación con los padres. Esta sabiduría plurimilenaria declara lo que las ciencias humanas han sabido elaborar hace poco más de un siglo: es decir que la huella de la infancia marca toda la vida. Puede ser fácil, a menudo, comprender si alguien creció en un ambiente saludable y equilibrado. Pero –prosiguió Jorge Mario Bergoglio– también lo es percibir si una persona proviene de experiencias de abandono o de violencia. Nuestra infancia es un poco como la tinta indeleble, se expresa en los gustos, en la formad e ser, aunque algunos traten de ocultar las heridas del propio origen. Pero el cuarto mandamiento dice mucho más. No habla de la bondad de los padres, no exige que los padres y las madres sean perfectos. Habla de un acto de los hijos, sin importar los méritos de los padres, y dice una cosa extraordinaria y liberadora: aunque no todos los padres sean buenos y no todas las infancias sean serenas, todos los hijos pueden ser felices, porque alcanzar una vida plena y feliz depende del justo reconocimiento hacia quien nos trajo al mundo». 

  

E invitó a reflexionar sobre las bondades de este consejo, que puede ser «constructivo para muchos jóvenes que provienen de historias de dolor y para todos los que han sufrido en la propia juventud». El Papa subrayó que «muchos santos y muchísimos cristianos después de una infancia dolorosa han vivido una vida luminosa, porque, gracias a Jesucristo, se han reconciliado con la vida. Pensemos en el beato, pero el próximo mes santo, Nunzio Suplrizio, ese joven napolitano que a los 19 años acabó su vida reconciliado con tantos dolores, porque su corazón estaba sereno y nunca había renegado de sus padres. Pensemos en san Camilo de Lelis, que de una infancia desordenada construyó una vida de amor y servicio; en santa Josefina Bakhita, que creció en una horrible esclavitud, o en el beato Carlo Gnocchi, huérfano y pobre, y en el mismo san Juan Pablo II, marcado por la pérdida de la madre a una tierna edad». 

  

La conclusión, según el Papa, es que «nuestras heridas comienzan a convertirse en potencialidades cuando por gracia descubrimos que el verdadero enigma ya no es “¿por qué”, sino “¿por quién?” me ha sucedido esto. ¿En vista de cuál obra Dios me ha forjado hacia mi historia? Aquí todo se invierte, todo se vuelve precioso, todo se vuelve constructivo. Mi experiencia, aunque triste y dolorosa, a la luz del amor se convierte en fuente de salud para los demás. Entonces –prosiguió el Papa– podemos comenzar a honrar a nuestros padres con la libertad de hijos adultos y acogiendo misericordiosamente sus límites. Honrar a los padres: ¡nos han dado la vida! Si tú te has alejado de tus padres, haz un esfuerzo y vuelve: tal vez sean viejos, te han dado la vida. Y luego, entre nosotros existe la costumbre de decir cosas feas, incluso groserías: por favor, ¡nunca, nunca, nunca insultar a los padres de los demás! ¡Nunca, nunca se insulta a la mamá o al papá, nunca! Tomen esta decisión interior: a partir de ahora nunca insultaré a la mamá o al papá de nadie, no deben ser insultados». 

  

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