Venezuela. Ahora o nunca.

Venezuela. Ahora o nunca.

El domingo 30 de octubre comienza una de las mediaciones más difíciles del escenario geopolítico de América Latina. Justo al borde del precipicio.

por Luis Badilla

Nicolás Maduro y los suyos lo han comprendido demasiado tarde. Es de desear, por el bien del pueblo venezolano, que no se les haya acabado el tiempo. Este diálogo que comienza el domingo debió haber arrancado hace por lo menos dos años, pero lamentablemente la situación se había deteriorado de tal modo que entre las partes solo quedaba un común denominador: el odio recíproco, a veces visceral e irracional, indiferente a los sufrimientos de un pueblo exhausto. Ahora será difícil remontar la pendiente, pero no quedan alternativas. Caso contrario, el gobierno y la oposición terminarán fagocitados en el agujero de una página negra de la historia del país.

Por el momento, después de poner en marcha las consultas preliminares que comenzaron ayer, y sobre todo después de la audiencia del Presidente Nicolás Maduro con el Papa Francisco, todo parece un poco más prometedor, aunque el horizonte todavía está lleno de insidias, muchas de las cuales son el fruto envenenado del odio. Durante años, todos estuvieron pidiendo diálogo pero nadie hizo nada en serio para concretarlo.

Fueron protagonistas externos los que impusieron esta vía, la única transitable, temiendo lo peor no solo para Venezuela sino para toda la región latinoamericana. Fue decisivo el enfoque coincidente de la Santa Sede, el Papa y los gobiernos reunidos en la Unión de Naciones Suramericanas (Unasur) que preside Ernesto Samper. Igualmente decisiva fue la colaboración y disponibilidad de tres líderes prestigiosos: el ex Primer Ministro español José Luis Rodríguez Zapatero y los ex presidentes de Panamá, Martín Torrijos, y Leonel Fernández de la República Dominicana.

También fueron fundamentales los “buenos consejos” que dieron al gobierno de Caracas los líderes políticos de Cuba, Ecuador, Brasil, Uruguay, Argentina, Estados Unidos y Panamá, para citar solo algunos.

Pero ahora ha llegado la hora de la verdad. Y en seguida se ven las grietas.

Los sectores más extremistas de la oposición – encabezados sobre todo por Enrique Capriles, actual gobernador del Estado de Miranda y ex candidato derrotado por Maduro en las elecciones presidenciales – declara abiertamente que en su opinión “no existe ningún diálogo” y que él no tomará parte en ninguna conversación con el gobierno. Rechaza todo: las conversaciones, el anuncio, la sede, la fecha… Capriles hace también una advertencia al Papa: «¡Ojo, Su Santidad, estamos lidiando con el diablo!».

Otros líderes opositores menores se quejan de haberse enterado de este diálogo a través de las redes sociales y la televisión, y por lo tanto no se sienten involucrados. Entonces no se termina de entender de qué “diálogo” han estado hablando en estos años.

Estas posiciones extremistas son insidiosas y dificultan los esfuerzos de los mediadores y de los “facilitadores”. Fracasar, a esta altura, ya no es una opción posible ni aceptable.

Todos los dirigentes deben asumir la responsabilidad, aceptando, si son coherentes y honestos, las consecuencias que supone, o bien para ellos la búsqueda del diálogo fue solo una maniobra política y mezquina que utilizaron a costa del sufrimiento y la crisis de todo el pueblo y el sistema de Venezuela. Y eso vale para todos, para cualquiera que encuentre excusas, pretextos o evasivas para no sentarse a la mesa de negociación.

En estas horas en Venezuela se debería publicar por todas partes el texto de la catequesis del Papa Francisco el sábado pasado, centrada en la Misericordia y el diálogo. Las palabras de Francisco subrayan: «Todas las formas de diálogo son expresión de la gran exigencia de amor de Dios, que va al encuentro de todos y en cada uno pone una semilla de su bondad, para que pueda colaborar con su obra creadora. El diálogo abate los muros de las divisiones y de las incomprensiones; crea puentes de comunicación y no consiente que uno se aísle, encerrándose en el propio pequeño mundo. No lo olvidéis: dialogar es escuchar lo que me dice el otro y decir con mansedumbre lo que pienso yo. Si las cosas son así, la familia, el barrio, el puesto de trabajo, serán mejores. Pero si yo no dejo que el otro diga todo lo que tiene en el corazón y comienzo a gritar –hoy en día se grita mucho- no irá a buen fin esta relación entre nosotros; no irá a buen fin la relación entre marido y mujer, entre padres e hijos. Escuchar, explicar, con mansedumbre, no ladrar al otro, no gritar, sino tener un corazón abierto».

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