Santiago Agrelo, a los cardenales díscolos: "Son sencillamente contrarios al Evangelio del Señor"

Santiago Agrelo, a los cardenales díscolos:

"¿Quién eres tú para decir de nadie que vive en situación de pecado grave, y que quiere permanecer en ella?"

Ya ha transcurrido un año desde la publicación de "Amoris Laetitia". En este periodo se han publicado ciertas interpretaciones de algunos pasajes obviamente ambiguos de la Exhortación post-sinodal, no divergentes de, sino contrarios al Magisterio permanente de la Iglesia. A pesar de que el Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe ha declarado en distintas ocasiones que la Doctrina de la Iglesia no ha cambiado, han aparecido numerosas declaraciones individuales de obispos, cardenales e incluso conferencias episcopales que aprueban lo que el Magisterio de la Iglesia no ha aprobado nunca. No sólo el acceso a la Santa Eucaristía de quienes objetiva y públicamente viven en una situación de pecado grave y quieren permanecer en ella, sino también una concepción de la conciencia moral contraria a la Tradición de la Iglesia. Y, así, lo que sucede -¡qué dolor es constatarlo!- es que lo que es pecado en Polonia es un bien en Alemania, lo que está prohibido en la Archidiócesis de Filadelfia es lícito en Malta. Etcétera. Nos recuerda la amarga constatación de B. Pascal: "Justicia en este lado de los Pirineos; injusticia en el otro; justicia en la orilla izquierda del río, injusticia en la orilla derecha".

Y el escrito no deja lugar a dudas: los cardenales que lo suscriben, declaran "contrarios al magisterio permanente de la Iglesia" algunos pasajes de la Exhortación postsinodal -salvo que la traducción esté mal hecha, y ellos hayan dicho otra cosa distinta de la que en el texto publicado se dice-.

Para entendernos, no es lo mismo declarar "contrarios" al magisterio algunos pasajes -género masculino- de la Exhortación, que declarar "contrarias" al magisterio ciertas interpretaciones de esos pasajes -género femenino-.

Entre las cosas que supuestamente el magisterio de la Iglesia nunca habría aprobado, estarían,

"no sólo el acceso a la Santa Eucaristía de quienes objetiva y públicamente viven en una situación de pecado grave y quieren permanecer en ella, sino también una concepción de la conciencia moral contraria a la Tradición de la Iglesia."

No para los señores cardenales, que no me han preguntado, sino para mi coleto, que es un espacio sagrado de libertad donde el discernimiento busca iluminar la vida desde el evangelio, recordaré algunas cosillas que considero iluminantes:

1. Ni siquiera de mí mismo sería capaz de establecer con certeza si estoy apartado de Dios o estoy en su gracia. Me toca pedir humildemente que el Señor me tenga siempre de su mano si quiero permanecer en su gracia.

2. Si de mí no puedo decirlo, afirmarlo de otro cualquiera, sea cual fuere su supuesta situación objetiva, sería una presunción fuera de lugar.

3. No sólo: Sería también negación pura y simple del mandado del Señor: "No juzguéis".

4. Y esa negación añadiría a la primera presunción una nueva y aberrante: la de que yo soy más que el Señor para conocer, para juzgar y para condenar.

5. No sé si ese conocimiento y ese juicio y esa condena son o no parte de la Tradición de la Iglesia; sé que son sencillamente contrarios al evangelio del Señor.

Y ahora voy a imaginar por un momento que las palabras de los señores cardenales son mías; y entonces para mí mismo, sólo para mí mismo, formularé unos «dubia» que el discernimiento habrá de iluminar:

1. Eso que tú llamas situación objetiva y pública de pecado grave, ¿excluye que alguien la pueda estar viviendo personalmente en gracia?

2. ¿Eres tú el dueño de la gracia o es el Señor?

3. ¿Es tu conciencia la que determina el estado de los demás, o es en la conciencia propia donde cada uno se encuentra con el amor de su Dios?

4. ¿Quién eres tú, hermano Santiago, para decir de nadie: "que vive en situación de pecado grave", y "que quiere permanecer en ella". Le deberás al menos la atención del discernimiento, y habrás de hacerlo desde la realidad de su vida, no desde la mera objetividad de tus principios.

5. ¿Eres acaso más que Dios? ¿Necesita Dios tu permiso para amar, para sanar, para justificar, para santificar?

6. Mucho me temo, hermano Santiago, que has entrado en un camino de perdición, pues el juicio con que juzgas, será el mismo con el que vas a ser juzgado.

A todo ello he de añadir una confesión de asombro: ¿Por qué no se habla de la responsabilidad personal de cada cristiano, empezando por los señores cardenales y los señores obispos y los señores presbíteros, en la creación de una situación de muerte para millones y millones de personas, por hambre, por desplazamiento violento, por explotación inicua?

Pregunten sobre esto, y no lo hagan al Papa sino al Padre de todos los que mueren, de todos los que nosotros condenamos a muerte, mientras andamos ocupados en hacernos ricos y en condenar a los que señalamos como pecadores.

Mucho me temo que nos espera un terrible castigo.

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