El Papa: “Siria corre el peligro de una catástrofe humanitaria; salvar vidas civiles”

El Papa: “Siria corre el peligro de una catástrofe humanitaria; salvar vidas civiles”

Nuevo llamado de Francisco durante el Ángelus: «Valerse del diálogo y de la negociación». En la catequesis: «quien vive con soberbia y vanidad y condena a los demás es un hipócrita»

Ante los vientos de guerra que siguen soplando sobre Siria, desde donde llegan noticias alarmantes sobre los peligros de una posible catástrofe humanitaria, sobre todo en la provincia de Idlib, el Papa Francisco sigue invocando la paz para este país martirizado desde hace más de ocho años. «Renuevo mi urgente llamado a la Comunidad internacional y a todos los autores involucrados para que utilicen los instrumentos de la diplomacia, del diálogo y de las negociaciones, en el respeto del Derecho humanitario internacional y para salvaguardar las vidas de los civiles», fue el llamado que lanzó al final del Ángelus que recitó hoy con los fieles reunidos en la Plaza San Pedro desde la ventada del estudio del Palacio Apostólico. 

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En su catequesis, antes de la oración mariana, el Papa invitó a liberar la propia relación con Dios y con los demás de cualquier tipo de «hipocresía», partiendo de la lectura del Evangelio de hoy, que plantea el tema de la «autenticidad de nuestra obediencia a la Palabra de Dios, contra cualquier contaminación mundana o formalismo legalista». 

  

La narración evangélica comienza con la objeción que los escribas y los fariseos presentan a Jesús, acusando a sus discípulos de no seguir los preceptos rituales según las tradiciones. Una manera para «golpear la confiabilidad y la autoridad de Jesús como Maestro», observó el Papa, «porque decían: “Este maestro deja que los discípulos no cumplan las prescripciones de la tradición”». Pero el Mesías «replica fuerte», citando al profeta Isaías y llamando «hipócritas» a sus interlocutores: «Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. En vano me rinden culto, enseñando doctrinas que son preceptos de hombres». 

  

«¡Palabras claras y fuertes!», comentó Bergoglio. «Hipócrita es uno de los adjetivos más fuertes que usa Jesús en el Evangelio y lo dirige a los maestros de la religión», porque, explicó, «hipócrita es un mentiroso, no es auténtico». Jesús, efectivamente, quiere «sacudir a los escribas y a los fariseos del error en el que han caído, es decir el de desfigurar la voluntad de Dios descuidando sus mandamientos para observar las tradiciones humanas». La reacción de Jesús es «severa», pero lo que está en juego es muy importante: «se trata de la verdad de la relación entre el hombre y Dios, de la autenticidad de la vida religiosa». 

  

«También ahora –subrayó Francisco– el Señor nos invita a huir de este peligro de darle importancia a la forma más que a la sustancia. Nos llama a reconocer, cada vez nuevamente, el que es el verdadero centro de la experiencia de fe, es decir el amor de Dios y el amor del prójimo, purificándola de la hipocresía del legalismo y del ritualismo». 

  

Este mensaje queda reforzado con las palabras del apóstol Santiago que exhorta a «visitar a los huérfanos y a las viudas en los sufrimientos, y a no dejarse contaminar por este mundo». Concretamente, explicó el Papa, «significa practicar la caridad hacia el prójimo, empezando por las personas más necesitadas, más frágiles, más marginadas». Es decir, todas las personas «de las cuales Dios se ocupa especialmente, y nos pide que hagamos lo mismo». 

  

«No dejarse contaminar por este mundo», no quiere decir «aislarse y cerrarse a la realidad». «No debe haber una actitud exterior, sino interior, de sustancia», aclaró el Pontífice; significa, más bien, «velar para que nuestra manera de pensar y de actuar no quede contaminada por la mentalidad mundana, es decir por la vanidad, la avaricia, la soberbia». 

  

«Un hombre o una mujer que viva en la vanidad, en la soberbia, en la avaricia y al mismo tiempo se muestre como religioso e incluso llegue a condenar a los demás, es un hipócrita», afirmó Francisco. 

  

  

Por ello invitó a hacer un «examen de conciencia para ver cómo acogemos la Palabra de Dios». «La escuchamos en la Misa los domingos. Si la escuchamos distraída o superficialmente, no nos servirá mucho. Debemos, por el contrario, acoger la Palabra con la mente y el corazón abiertos, como un terreno bueno, para que sea asimilada y dé frutos en la vida concreta». De esta manera, «la Palabra misma nos purifica el corazón y las acciones, y nuestra relación con Dios y con los demás queda libre de la hipocresía». 

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