El Papa: “detrás del odio social hay a menudo personas infelices”

El Papa: “detrás del odio social hay a menudo personas infelices”

Durante la Audiencia general, Francisco criticó la «meritocracia» de un mundo infernal en el que todos «mendigan atención» y nadie ama con gratuidad. Primero saludó a los enfermos en el Aula Pablo VI y dijo: «En la plaza será un baño turco»

Por IACOPO SCARAMUZZI

 

«Detrás de muchas formas de odio social a menudo hay un corazón que no ha sido reconocido». Lo dijo el Papa durante la Audiencia general en la Plaza San Pedro. El Pontífice afirmó que «no existen niños malos, como tampoco existen adolescentes del todo malvados, sino que existen personas infelices», y dijo que en este «infierno» de mundo en el que, siguiendo la vía de la «meritocracia», todos mendigan «motivos para suscitar la atención de otros», nadie está dispuesto a «amar gratuitamente a otra persona». Por ello, la «medicina» para «cambiar el corazón de una persona infeliz» es «abrazarla» y amarla. 

 

Antes de dirigirse a la Plaza San Pedro, Francisco visitó a los enfermos que se encontraban en el Aula Pablo VI. «Hoy —dijo— haremos la audiencia en dos lugares diferentes, pero estaremos unidos con la mega-pantalla, así estarán ustedes más cómodos, porque el calor pega, será un baño turco hoy… Muchas gracias por haber venido y escuchen lo que diré, pero con el corazón unido a los que están en la plaza. La Iglesia —añadió— es así, un grupo aquí, un grupo allá, pero todos unidos. ¿Y qué une a la Iglesia? El Espíritu Santo; recemos al Espíritu Santo para que nos una a todos en esta audiencia de hoy». Palabras que Francisco repitió después con los fieles que estaban en la Plaza San Pedro. 

 

«Ninguno de nosotros puede vivir sin amor», dijo Jorge Mario Bergoglio al retomar su ciclo de catequesis dedicado a la esperanza cristiana. Hy reflexionó sobre el tema «Hijos amados, certeza de la esperanza». «Una fea esclavitud en la que podemos caer es la de considerar que hay que merecer el amor», prosiguió. «Tal vez buena parte de la angustia del hombre contemporáneo deriva de esto: creer que si no somos fuertes, atractivos y bellos, entonces nadie se ocupará de nosotros. Es la vía de la meritocracia, ¿no? Muchas personas buscan hoy una visibilidad solo para colmar un vacío interior: como si fuéramos personas eternamente necesitadas de confirmas. Pero, ¿se imaginan un mundo en el que todos mendigan motivos para suscitar la atención de los demás, y nadie, en cambio, está dispuesto a amar gratuitamente a otra persona? Imagínense un mundo sin la gratuidad del amar. Parece un mundo humano, pero en realidad es un infierno. Muchos narcisismos del hombre nacen de un sentimiento de soledad. Incluso de orfandad. Detrás de muchos comportamientos aparentemente inexplicables se cela una pregunta: ¿es posible que yo no merezca ser llamado por mi nombre? Es decir: ser amado, porque el amor se llama por su nombre. Cuando el que no es o no se siente amado es un adolescente, entonces —subrayó Francisco— puede nacer la violencia. Detrás de muchas formas de odio social hay a menudo un corazón que no ha sido reconocido. No existen niños malos, así como no existen adolescentes del todo malvados, sino que existen personas infelices». 

 

El Papa argentino prosiguió: «¿qué puede hacernos felices si no la experiencia del amor dado y recibido? La vida del ser humano es un intercambio de miradas: alguien que al mirarnos nos arranca la primera sonrisa, y nosotros que gratuitamente sonreímos a los que están encerrados en la tristeza, y así le abrimos una salida. Intercambio de miradas, ver a los ojos y se abren las puertas del corazón». 

 

En este sentido, Dios «nos ha amado incluso cuando estábamos equivocados». Y «¿quién de nosotros ama de esta manera, si no quien es un padre o una madre? Una mamá —dijo Francisco— sigue queriendo a su hijo incluso cuando este hijo está en la cárcel. Yo recuerdo a muchas mamás haciendo la cola para entrar a la cárcel en mi diócesis de antes», Buenos Aires. «No se avergonzaban. El hijo estaba en la cárcel pero era su hijo. Y sufrían muchas humillaciones, cateos antes de entrar. “Pero, señora, su hijo es un delincuente”. “Es mi hijo”. Solo este amor de madre y de padre nos hace comprender cómo es el amor de Dios. Una madre no pide la eliminación de la justicia humana, porque cada error exige una redención, pero una madre no deja nunca de sufrir por el propio hijo. Lo ama incluso cuando es pecador. Dios hace lo mismo con nosotros: ¡todos somos sus hijos amados! ¿Hay alguien que no pueda no ser amado? No, todos. No hay ninguna maldición sobre nuestra vida, sino solamente una benévola palabra de Dios, que sacó nuestra existencia de la nada». 

 

«Para cambiar el corazón de una persona infeliz, ¿cuál es la medicina?», preguntó el Papa al final. Y a la multitud de fieles que gritaba «Amor», el Papa respondió: «¡Muy bien! Y ¿cómo se hace sentir que uno la ama? Antes que nada hay que abrazarla. Hacerle sentir que es deseada, que es importante, y dejará de estar triste. Amor llama amor, con mucha más fuerza que el odio que llama la muerte». La resurrección de Jesús indica que es «tiempo de resurrección para todos: tiempo para volver a levantar a los pobres del desánimo, sobre todo a los que yacen en el sepulcro desde un tiempo mucho más largo que tres días. Sopla aquí, sobre nuestros rostros, un viento de liberación. Germina aquí el don de la esperanza. Y la esperanza —dijo el Papa— es la del Dios Padre que nos ama como somos, nos ama siempre, a todos, buenos y malos, ¿de acuerdo?». 

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