Nisman/Aniversario. Discurso de Federico Andahazi, escritor y psicólogo

Nisman/Aniversario. Discurso de Federico Andahazi, escritor y psicólogo

"A la memoria de Alberto Nisman"

Cuando me enteré de la muerte del fiscal Alberto Nisman no pude evitar un llanto infantil, desconsolado. Me sorprendí a mí mismo llorando por alguien a quien nunca había visto personalmente. No me unía a Nisman una relación de amistad, ni de trabajo, ni, mucho menos, familiar. No conocía a sus hijas, a quien fuera su esposa sino hasta ahora. Y sin embargo, no tenía forma de encontrar consuelo para aquella angustia sin palabras.

Recuerdo que la noche anterior me había quedado despierto escribiendo hasta la madrugada. Cuando supe a través de las noticias que Nisman había muerto, me acuerdo como si fuera hoy que, entre lágrimas, llamé a mi esposa, a mis amigos, a algunos colegas con la esperanza de que alguien me dijera que no era cierto, que era un error. Albergaba, incluso, la esperanza de que fuera una pesadilla de la que no me podía despertar. Pero cada persona con la que hablaba me contestaba con el mismo pasmo, con idéntico asombro, con la misma angustia.

¿Cómo puede alguien entristecerse de semejante manera por la muerte de alguien a quien no conoce? La muerte de Nisman tiene el impacto emocional de los magnicidios.

El país entero estaba esperando la presentación del fiscal Alberto Nisman en el Congreso de la Nación. Tal era la magnitud de la denuncia, que jamás llegó al recinto.

Ese sentimiento de pasmo y dolor invadió a miles de argentinos que no podíamos salir de nuestro asombro y desconsuelo. Sucede que con Nisman no sólo murió un hombre. Con el fiscal Alberto Nisman murió una parte de la República.

Solemos percibir a la instituciones de la República como un mero corpus legal carente de alma, una entelequia alejada de la vida cotidiana de los hombres. La sociedad suele ver a la Justicia como un sistema impersonal, deshumanizado, tal como la presentara Franz Kafka en su monumental obra “El proceso”.

Pero ante la muerte violenta, salvaje, brutal de los hombres que representan los diferentes órganos de la República, entendemos la dimensión humana de las leyes. Porque la República está, ante todo, para proteger la vida de todos nosotros.

Ese llanto por Nisman no sólo era el dolor ante la muerte de un hombre, sino el temor apocalíptico que produce la muerte de la justicia. Es muy duro vivir con privaciones, pero es imposible vivir sin justicia.

No venimos a esta Plaza histórica a construir un héroe. Venimos a reclamar la verdad y a limpiar su memoria. No venimos a poner al fiscal Alberto Nisman sobre un pedestal, pero sí a elevarlo por sobre el barro en el quisieron hundirlo. No somos fanáticos ciegos que venimos a exigir una verdad que se acomode a nuestras creencias, sino a saber qué pasó realmente.

No sabemos todavía quién fue el responsable de la muerte de Nisman porque hubo sectores de la política y de la justicia que lo impidieron sistemáticamente hasta hoy. Pero conocemos los nombres, recordamos las caras y las palabras obscenas de los que quisieron matarlo por segunda vez, de los que quisieron matar la memoria del fiscal. Vimos los pies sucios de los funcionarios que no sólo pisotearon el lugar donde yacía el fiscal sino que pretendieron pisotear su memoria, su figura, su trabajo, sus papeles. No sólo destruyeron pruebas; ensuciaron sus anotaciones, sus investigaciones. No sólo alteraron deliberadamente el lugar, sino que ahí, mismo, con el cuerpo todavía caliente del fiscal, iniciaron el acto de profanación más aberrante que haya podido ver este país: pisaron la sangre de Nisman, robaron los archivos de su computadora, las fotos privadas de su teléfono, violaron su intimidad, su casa, sus objetos personales. A la casa del fiscal Alberto Nisman entró una banda de criminales dispuestos a profanar y borrar pruebas de manera premeditada, deliberada. Y otra banda de criminales salió a destruir su memoria, a mancillar su prestigio, a difamar y herir los sentimientos de sus hijas, sus familiares y sus amigos.

Con la muerte de Nisman volvieron a morir los muertos de la AMIA, pero también resucitaron los fantasmas más oscuros del terrorismo de Estado. Porque, hay que decirlo con todas las letras, si a Nisman lo asesinaron, se trató de un crimen de lesa humanidad. Hubo un Estado, desde lo más alto hasta los subsuelos más bajos del espionaje, que puso en marcha todos sus resortes para matar, ocultar, mentir, difamar y, como en aquellas épocas siniestras, sugerir que “algo habrá hecho”. Los argentinos algo hemos aprendido en todos estos años.

Con la muerte de Nisman pretendieron matar una parte del cuerpo de la República. Pero no pudieron apagar el fuego. La velas son una metáfora de la verdad y el conocimiento. La celebración de Janucá nos enseña a rendir homenaje a la luz, a valorarla cuando estamos en medio de la oscuridad pero, sobre todo, a diferenciarla de los fuegos artificiales que deslumbran pero no alumbran, que lastiman y confunden. La tenue luz de una vela es lo más parecido a la verdad: por momentos vacila, por momentos se aviva, por momentos incluso se apaga. Pero acá estamos nosotros para mantener esa pequeña llama encendida esa luz sutil, humilde y fiel que no pudieron apagar con la muerte del fiscal Alberto Nisman. Que descanse en paz sabiendo, donde quiera que esté, que otros hombres y mujeres justos continuarán su trabajo, preservarán su memoria y protegerán a sus hijas.

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