“Dar lo mejor de sí”; el Vaticano impulsa una mirada cristiana sobre el deporte

“Dar lo mejor de sí”; el Vaticano impulsa una mirada cristiana sobre el deporte

Documento del Dicasterio para los Laicos, con la denuncia de las cuatro enfermedades que afectan las actividades deportivas: envilecimiento del cuerpo, dopaje (practicado incluso por los Estados), corrupción y afición incontrolable

«Dar lo mejor de sí mismos es un aspecto fundamental en el deporte, para cualquier atleta», y cuando «se da lo mejor de sí mismos, se experimenta la satisfacción y la alegría de la realización personal. Sucede en la vida así como sucede al vivir la fe cristiana». Es la propuesta de una mirada cristiana sobre el deporte incluida en el documento del Dicasterio para los laicos y para la familia (“Dar lo mejor de sí”), publicado este viernes primero de junio de 2018, junto con una carta del Papa Francisco. «La Iglesia –se lee– está cerca del mundo del deporte porque desea contribuir en la construcción y en el desarrollo de un deporte auténtico y orientado hacia la promoción humana». 

  

Después de recorrer la historia del redescubrimiento de la idea olímpica por parte de Pierre de Coubertin, a finales del siglo XIX, el documento recuerda que su finalidad «era hacer que naciera un programa pedagógico global para educar a las nuevas generaciones de todo el mundo». Pero para él el Olimpismo era «una religión laica». Por ello, «aunque en la mayor parte de los casos el deporte no pretenda ser una religión, sigue vivo aún el riesgo de que pueda ser instrumentalizado por propuestas ideológicas». 

  

El Dicasterio vaticano observa que «el deporte (y en particular el de alto nivel) es instrumentalizado a menudo para finalidades políticas, comerciales o ideológicas». Efectivamente, el deporte a menudo es utilizado «con propósitos ideológicos cuando el campo de juego queda inclinado hacia Occidente y hacia la riqueza, y cuando el deporte refuerza las estructuras de poder existentes o promulga los valores culturales de la élite». Con respecto a las Olimpiadas se afirma que «si estuvieran representados más países no occidentales, en lo relativo a la sede de los juegos así como en el origen de los deportes practicados y en su representación en el COI, sería incluso más exitosa su organización y gestión siendo realmente un evento global y reuniendo lo mejor de cada país».  

  

  

  

El documento también indica que «el deporte moderno, y en particular el deporte profesional, sirve también a propósitos externos como, por ejemplo, obtener el reconocimiento para un país, mostrar la supremacía de un sistema político o ganar dinero». La necesidad de fondos para financiar las actividades deportivas «implica presentar el deporte de una manera que se ajuste a los di- versos intereses de los posibles benefactores y así, el deporte se convierte en una especie de producto que promete satisfacer los intereses de varios individuos, grupos e instituciones. Es por eso que el mismo sistema deportivo está disponible de manera fácil y rápida para servir a intereses ideológicos, políticos o económicos de otros». 

  

También se recuerda la importancia de un presupuesto inicial y fundador para las actividades deportivas: «la colaboración y de la aceptación de las reglas que lo constituyen». En este sentido, «las dinámicas del deporte son contrarias a las de la guerra, que tiene lugar cuando la gente cree que la colaboración ya no es posible y cuando hay una falta de acuerdo en reglas fundamentales. En el deporte, el competidor está participando en un concurso gobernado por reglas, no contra un enemigo que debe ser aniquilado». Y en un contexto individualista como el que vivimos actualmente, «pertenecer a una sociedad deportiva quiere decir rechazar toda forma de egoísmo y de aislamiento». 

  

Después de explicar el sentido de la palabra «sacrificio», el documento vaticano explica que «cuando se practica deporte con una actitud de “ganar a toda costa”, este se ve seriamente amenazado». Con respecto a la relación con el cuerpo, «el deseo del ascenso a cualquier precio determina el comportamiento y tiene graves consecuencias». La dignidad y los derechos de la persona, se lee en el texto, «nunca pueden verse subordinados a otros intereses arbitrarios. Los atletas tampoco pueden convertirse en una suerte de mercancía».  

  

Por ello se pide también que se garanticen en el universo del deporte «los derechos fundamentales para la libertad y una vida digna», en particular «a los pobres y débiles, especialmente a los niños, que tienen el derecho de ser protegidos en su integridad corporal. Los hechos de abusos de niños, ya sean físicos, sexuales o emocionales, por parte de sus entrenadores u otros adultos, son una afrenta directa a la persona joven, que ha sido creada a imagen y semejanza de Dios, y se deben condenar de manera tajante».  

  

Desgraciadamente, constata el documento, «la actividad deportiva no mantiene intacto este entorno», en el que tiene un «impacto, a largo plazo. Así pues, tanto los atletas como los patrocinadores del deporte tienen una responsabilidad añadida, que es la tarea de tratar la Creación con el mayor respeto». Además hay que tener cuidado y asegurarse de que el trato reservado a los animales involucrados sea «moralmente adecuado» y no se les trate «como meros objetos». 

  

Hay cuatro desafíos que tiene que afrontar el deporte en la actualidad, según el documento. El primero es el envilecimiento o la degradación del cuerpo: «Así como la práctica deportiva puede ser una forma positiva de experimentar la propia corporeidad, como se mencionó anteriormente, también puede ser un contexto en el que el cuerpo humano queda reducido al estatus de objeto o es utilizado como una simple máquina». Sucede a menudo, efectivamente, que los padres, los entrenadores y las sociedades deportivas estén involucradas en este proceso de automatización, de fabricación de atletas, «para garantizar el éxito y satisfacer esperanzas de medallas, récords, lucrativos contratos publicitarios y riqueza. Es posible ver este tipo de aberraciones en la alta competición de deportes infantiles. Cada vez es más corriente que una persona joven se vea en manos de padres, entrenadores y representantes cuyo único interés es la especialización unilateral de un solo talento». 

  

El segundo desafío es el dopaje, que «afecta al fundamento mismo del deporte. Y, desafortunada- mente, hoy en día lo practican tanto atletas individuales como equipos o incluso estados. Del dopaje nacen una serie de problemas morales, ya que se corresponde con los valores de salud y juego limpio». Para combatir contra este fenómeno «no es suficiente con apelar solamente a la moral y la ética de los atletas. El problema del doping no puede ser individualizado, sin importar la culpa que tiene dicha persona. Existe un problema mucho más grande. Es responsabilidad de las organizaciones internacionales crear reglas efectivas y condiciones básicas a nivel institucional que respalden y recompensen a los atletas individualmente por su responsabilidad y reduzcan cualquier incentivo para recurrir al dopaje. En el mundo globalizado del deporte, se necesitan esfuerzos coordinados y efectivos». 

  

El tercero de los desafíos que afronta el deporte es la corrupción, que puede arruinarlo, pues «se usa para explotar el sentido de competencia deportiva de jugadores y espectadores que son engañados deliberadamente y decepcionados. La corrupción no se refiere solo a los eventos deportivos, ya que puede extenderse a las políticas deportivas. Las decisiones relativas a los deportes son tomadas por agentes externos que a menudo tienen intereses financieros o políticos. Igualmente reprensible es cualquier tipo de soborno en relación con las apuestas deportivas». 

  

Para concluir, el cuarto desafío se relaciona con los aficionados y espectadores. El público, «durante los eventos deportivos, animan y apoyan juntos como un único cuerpo. Este sentimiento común que va más allá de la edad, el sexo, la raza y las creencias religiosas es una maravillosa fuente de alegría y belleza». Sin embargo, «en algunos casos, los espectadores desprecian a los oponentes o a los árbitros. Este comportamiento puede deteriorarse y transformarse en violencia, ya sea vocalmente (al cantar canciones odiosas o insultar) o físicamente. Las peleas entre las aficiones rivales violan el fair play que siempre debería reinar durante los eventos deportivos». Y «a veces un aficionado puede llegar a usar un evento deportivo para propagar el racismo o ideologías extremistas». Juego limpio, pues, también ante los aficionados que apoyan al equipo adversario, por lo que cualquier forma de denigración o violencia debe ser condenada y los responsables deportivos deben hacer todo lo posible para identificar a los responsables. 

  

La Iglesia pretende acompañar las actividades deportivas y presentar el deporte como una experiencia educativa: «el ser humano no existe en función del deporte, sino, al contrario, el deporte debe estar al servicio de la persona para el desarrollo integral». El documento recuerda que «el deporte también es camino que presenta a los jóvenes las virtudes cardinales de la fortaleza, templanza, prudencia y justicia, y facilita su crecimiento en las mismas». Por ello se trata de una actividad que puede generar «una cultura del encuentro y de la paz», además de ser «una de las pocas realidades que a día de hoy ha trascendido las fronteras de la religión o la cultura». 

  

El deporte también puede ser «una potente herramienta cuando se hace presente entre las personas marginadas y sin privilegios», involucrando a «jóvenes y adolescentes que viven en ambientes susceptibles de violencia de bandas, consumo y tráfico de drogas». «Las comunidades cristianas de todo el mundo están involucradas a menudo en iniciativas que se sirven de la práctica deportiva y los eventos deportivos como mecanismos relevantes que alejan a la juventud de las drogas y la violencia». El deporte, cuando corre el riesgo de dividir a una familia o de «disminuir la santificación del domingo como un día para celebrar, también puede ayudar a integrar a una familia con otras familias en la celebración del domingo, no solo en la liturgia, sino en la vida de la comunidad». Las actividades deportivas parroquiales deben «ser coherentes con el compromiso de fe de la parroquia y tener su raíz en un proyecto educativo y pastoral», además de «garantizar la integración de las personas con discapacidades». 

  

Para concluir, el documento afirma que el deporte puede ir contracorriente con respecto al abuso de las nuevas tecnologías por parte de los jóvenes que viven perennemente frente a una pantalla, puesto que «ofrece a los jóvenes la oportunidad de encontrarse cara a cara con otros jóvenes que, en ocasiones tienen orígenes muy distintos unos de otros. Jugando en un equipo, aprenden cómo abordar los conflictos de unos con otros de una forma muy directa, mientras comparten una actividad que significa mucho para ellos. También tienen la oportunidad de jugar contra gente de otras zonas de su comunidad, de su país o del mundo, y así de expandir su horizonte de contacto humano». 

  

En la carta que acompaña el documento, enviada por el papa al cardenal Kevin Farrel, Prefecto del Dicasterio para los Laicos y para la Familia, Francisco recuerda que el deporte también es un vehículo de «formación» y «medio de misión y santificación». 

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