Historias detrás de los sonidos porteños: protegen 72 órganos de iglesias y colegios

Historias detrás de los sonidos porteños: protegen 72 órganos de iglesias y colegios

Lo votó la Legislatura. La mayoría fueron importados de Europa entre 1870 y 1930. Músicos y técnicos locales cuentan cómo funcionan.

Por María Belén Etchenique

El organista del Colegio Nacional Buenos Aires tiene 33 años y está en una habitación repleta de tubos verticales. Algunos son de metal, otros de madera. De boca cilíndrica o cuadrada. Muchos tienen el tamaño de un lápiz, varios el de un caño doméstico, otros se asemejan al grosor del tronco de un jacarandá. Suman 3.600. Un silbido suave los envuelve. “El aire circula por esta habitación pero, si no hay nadie en los teclados, no hay sonido. Al tocar una tecla, el aire sale por el tubo”, dice y extrae uno pequeño y estrecho de una plataforma, se lo lleva a la boca y ejemplifica: “si soplo, suena”. Así, mientras convierte su soplo en una nota de flauta, Leonardo Petroni muestra el funcionamiento del órgano: una maquinaria que genera música a través de la expulsión de aire.

En la Ciudad de Buenos Aires hay alrededor de cien órganos musicales, 72 fueron declarados bienes pertenecientes al Patrimonio Histórico y Cultural de Buenos Aires. El nombramiento lo hizo la Legislatura porteña en una sesión reciente. El órgano del Colegio Nacional Buenos Aires integra la lista de aquellos que serán protegidos por el Estado. Es el único que está afuera de un templo. También uno de los pocos que tiene la consola -con los teclados y la pedalera- separada de la caja del órgano. Desde una butaca marrón del Aula Magna del Colegio hay que girar la cabeza hacia atrás y mirar hacia arriba para encontrar la fachada del instrumento. Detrás están los tubos, los fuelles, las válvulas, el motor, las llaves, las placas y las cientos de piezas que no ve el público. Abajo, a nivel del auditorio, está la consola desde donde el organista controla los movimientos, que mediante órdenes eléctricas, primero, y mecánicas, después, generan el sonido.

“Allá -Petroni señala al fondo de la habitación- hay tubos de madera doblados. En lugar de seguir para arriba se decidió doblarlos porque el techo está muy bajo. Creemos que la caja del órgano fue montada en un aula y tuvieron que adaptarse a estas dimensiones. Allá -vuelve a señalar, esta vez hacia su izquierda- hay una ventana tapiada”. La habitación está contigua al Departamento de Geografía. Una puerta angosta es la vía de acceso. Le sigue un pasillo flanqueado por tubos de madera de cinco metros. Después el camino sigue hacia arriba. Con mayor o menor gracia así: se apoya un pie en un fuelle y otro en un descanso para subir a un entrepiso, con más tubos; se gatea hasta la abertura de un tercer piso; se sale por el hueco y se recupera la posición erguida. Desde ahí, a casi 16 metros de altura, a través de los tubos de todos los tamaños, se ve el interior del Aula Magna. Y el que se anime puede seguir trepando: una huella de zapatilla quedó sellada en el polvo de una bandeja ubicada por encima de la vista. Pertenece al organero, la persona encargada de mantener, afinar y restaurar esta estructura monstruosa.

Petroni llegó al órgano alemán Laukhuff con 28 años, en 2012. Egresado del Conservatorio Manuel de Falla y licenciado en Artes Musicales del por entonces IUNA, empezó a tocar el piano a los cinco y llegó al órgano de adolescente, época en la que recorría iglesias para ofrecer su música en misas y celebraciones a cambio de que le dejasen aprender y practicar. “Un órgano no es un instrumento que tenés en tu casa o encontrás en lo de algún conocido”, dice. Además de tocar el Himno Nacional o la Marcha de San Lorenzo en los actos escolares, es el profesor de órgano del Colegio. Hoy a la puerta del Aula Magna espera una chica para anotarse al taller. Horas más tarde, irrumpe uno de sus alumnos con partituras en una mano y la manija de la mochila en la otra. “Se acercan por curiosidad. Es un instrumento que llama la atención. Algunos ni siquiera saben desde dónde se toca o de dónde viene el sonido”. “Tampoco -sigue- imaginan su versatilidad. Acá se toca desde repertorio clásico hasta bandas de sonido de películas y videojuegos”

Los órganos elegidos por la Legislatura fueron instalados en la Ciudad entre 1870 y 1930. “Son pocos los que datan del siglo XVIII y excepcionales los que pertenecen a la segunda mitad del siglo XX”, dice el proyecto de la ley, que fue impulsado por el Ejecutivo porteño. La mayoría de los instrumentos provienen de Europa, en especial de Francia, Alemania, Italia y Gran Bretaña. Cada órgano es un paradigma único, que ilustra sobre la vida, la cultura, las ideas y los productos que llegaron a las costas del Río de la Plata.

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