“Apatía y resignación”; hay que desenmascarar “estos demonios que paralizan el alma”

“Apatía y resignación”; hay que desenmascarar “estos demonios que paralizan el alma”

Misa en Santa Sabina por el Miércoles de Ceniza. «Detente, mira y vuelve», tres acciones para vivir la Cuaresma. «Permanecer en el camino del mal es sólo fuente de ilusión y de tristeza»

Tres acciones: «detente, mira y vuelve», para evitar que se enfríen los corazones (peligro advertido en el Mensaje para la Cuaresma); tres tentaciones: «desconfianza, apatía y resignación», los «demonios que cauterizan y paralizan el alma del pueblo creyente», que deben ser desenmascaradas lo antes posible. El Papa Francisco celebró la misa por el Miércoles de Ceniza en la antigua Basílica de Santa Sabina, después de haber hecho la tradicional procesión desde la iglesia de San Anselmo en el Aventino. Así comienza la Cuaresma, un «tiempo propicio para afinar los acordes disonantes de nuestra vida cristiana» y para «prestarle especial atención a todo aquello que pueda enfriar y oxidar nuestro corazón creyente». 

  

«Las tentaciones a las que estamos expuestos son múltiples. Cada uno de nosotros conoce las dificultades que tiene que enfrentar», afirmó Francisco en su homilía. «Es triste –continuó– constatar cómo, frente a las vicisitudes cotidianas, se alzan voces que, aprovechándose del dolor y la incertidumbre, lo único que saben es sembrar desconfianza». Como solía repetir la Madre Teresa de Calcuta, «si el fruto de la fe es la caridad, el fruto de la desconfianza son la apatía y la resignación». 

La desconfianza, la apatía y la resignación son, de hecho, «demonios que cauterizan y paralizan el alma del pueblo creyente». Por ello, la Cuaresma es una ocasión preciosa «para desenmascarar éstas y otras tentaciones y dejar que nuestro corazón vuelva a latir», subrayó el Pontífice. 

  

Pero, para hacerlo, hay que detenerse, mirar y volver. «Detente», invitó Bergoglio casi dirigiéndose personalmente a cada uno de los fieles. «Detenteun poco de esa agitación, y de correr sin sentido, que llena el alma con la amargura de sentir que nunca se llega a ningún lado. Detente de ese mandamiento de vivir acelerado que dispersa, divide y termina destruyendo el tiempo de la familia, el tiempo de la amistad, el tiempo de los hijos, el tiempo de los abuelos, el tiempo de la gratuidad... el tiempo de Dios». 

 

Detente también «delante de la necesidad de aparecer y ser visto por todos, de estar continuamente en “cartelera”, que hace olvidar el valor de la intimidad y el recogimiento». Detente «ante la mirada altanera, el comentario fugaz y despreciante que nace del olvido de la ternura, de la piedad y la reverencia para encontrar a los otros, especialmente a quienes son vulnerables, heridos e incluso inmersos en el pecado y el error». «Detente –exhortó el Papa– un poco ante la compulsión de querer controlar todo, saberlo todo, devastar todo; que nace del olvido de la gratitud frente al don de la vida y a tanto bien recibido». 

 

También hay que detenerse «ante el ruido ensordecedor que atrofia y aturde nuestros oídos y nos hace olvidar del poder fecundo y creador del silencio», así como «ante la actitud de fomentar sentimientos estériles, infecundos, que brotan del encierro y la auto-compasión y llevan al olvido de ir al encuentro de los otros para compartir las cargas y sufrimientos». «Detente –pidió el Papa– ante la vacuidad de lo instantáneo, momentáneo y fugaz que nos priva de las raíces, de los lazos, del valor de los procesos y de sabernos siempre en camino». Detente «¡para mirar y contemplar!». 

 

Mirar los «signos que impiden apagar la caridad», los rostros «vivos de la ternura y la bondad operante de Dios en medio de nosotros» o «el rostro de nuestras familias que siguen apostando día a día, con mucho esfuerzo para sacar la vida adelante y, entre tantas premuras y penurias, no dejan todos los intentos de hacer de sus hogares una escuela de amor». 

  

También hay que mirar, recordó el Pontífice, «el rostro interpelante de nuestros niños y jóvenes cargados de futuro y esperanza, cargados de mañana y posibilidad, que exigen dedicación y protección». Y los rostros «surcado por el paso del tiempo de nuestros ancianos; rostros portadores de la memoria viva de nuestros pueblos». 

 

Tampoco hay que olvidar mirar «el rostro de nuestros enfermos y de tantos que se hacen cargo de ellos; rostros que en su vulnerabilidad y en el servicio nos recuerdan que el valor de cada persona no puede ser jamás reducido a una cuestión de cálculo o de utilidad», afirmó el Papa Francisco. «Mirael rostro arrepentido de tantos que intentan revertir sus errores y equivocaciones y, desde sus miserias y dolores, luchan por transformar las situaciones y salir adelante». 

 

En todos estos rostros de estas “periferias” existenciales se puede contemplar el «rostro del Amor crucificado», que desde la cruz sigue siendo tendiendo la mano a «aquellos que se sienten crucificados, que experimentan en su vida el peso de sus fracasos, desengaños y desilusión». «Mira y contempla el rostro concreto de Cristo crucificado por amor a todos y sin exclusión», exhortó el Obispo de Roma. «¿A todos? Sí, a todos», y después «¡Vuelve!», volver «sin miedo, a los brazos anhelantes y expectantes de tu Padre rico en misericordia que te espera». Porque «permanecer en el camino del mal es sólo fuente de ilusión y de tristeza. La verdadera vida es algo bien distinto y nuestro corazón bien lo sabe. Dios no se cansa ni se cansará de tender la mano». 

 

Durante la celebración del Pontífice se llevó a cabo el rito de bendición e imposición de la Ceniza. El primero que la recibió en la frente fue el mismo Papa Francisco, del cardenal eslovaco Jozef Tomko, titular de la Basílica de Santa Sabina. 

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