“La tiranía del dinero provoca el desprecio del otro”

“La tiranía del dinero provoca el desprecio del otro”

Mensaje de Cuaresma de Francisco: «La codicia es la raíz de todos los males. No hay que cerrar las puertas a los pobres y necesitados, el otro siempre es un don»

Por SALVATORE CERNUZIO

«La codicia del dinero es la raíz de todos los males»: la corrupción y las envidias, peleas y sospechas, todo nace allí. En el Mensaje para la Cuaresma de este 2017, Papa Francisco vuelve a deplorar el apego a la riqueza que lleva a los que las poseen a «una especie de ceguera», a ver solo el propio yo y cerrarse al otro, especialmente «el pobre hambriento, llagado y postrado en su humillación». 

 

«El dinero puede llegar a dominarnos hasta convertirse en un ídolo tiránico. En lugar de ser un instrumento a nuestro servicio para hacer el bien y ejercer la solidaridad con los demás, el dinero puede someternos, a nosotros y a todo el mundo, a una lógica egoísta que no deja lugar al amor e impide la paz», afirma el Pontífice. 

 

«La codicia del dinero es la raíz de todos los males», insistió, y reflexionó sobre la Parábola del Evangelio de Lucas que representa a dos personajes. Por una parte un hombre rico, cuyo nombre no se dice, esclavo de un «lujo exagerado» que manifiesta en sus vestidos opulentos. Su codicia «lo vuelve vanidoso», «su personalidad se desarrolla en la apariencia, en hacer ver a los demás lo que él se puede permitir. Pero la apariencia esconde un vacío interior. Su vida está prisionera de la exterioridad, de la dimensión más superficial y efímera de la existencia».  

 

Por otra parte, está el pobre Lázaro, abandonado fuera de la puerta comiendo las migajas que caen de la mesa, con llagas en todo el cuerpo y los perros que se las lamen. Un «cuadro es sombrío, y el hombre degradado y humillado». Para el rico, «Lázaro es como invisible», mientras que para Dios es «un don, un tesoro de valor incalculable, un ser querido, amado, recordado por Dios, aunque su condición concreta sea la de un desecho humano».  

 

En realidad, el que es degradado es el rico, que toca «el peldaño más bajo de esta decadencia moral»: la soberbia. «El hombre rico —continuó el Papa— se viste como si fuera un rey, simula las maneras de un dios, olvidando que es simplemente un mortal. Para el hombre corrompido por el amor a las riquezas, no existe otra cosa que el propio yo, y por eso las personas que están a su alrededor no merecen su atención. El fruto del apego al dinero es una especie de ceguera: el rico no ve al pobre hambriento, llagado y postrado en su humillación». 

 

Se acuerda solamente cuanto, junto a Lázaro, acaba en el más allá y se encuentra con Abraham, a quien llama «padre», «demostrando que pertenece al pueblo de Dios». «Este aspecto hace que su vida sea todavía más contradictoria, ya que hasta ahora no se había dicho nada de su relación con Dios. En efecto, en su vida no había lugar para Dios, siendo él mismo su único dios», subrayó Francisco. 

 

Entre los «tormentos del más allá, el rico pide que alivien su sufrimiento con un poco de agua. «Los gestos que se piden a Lázaro —explicó— son semejantes a los que el rico hubiera tenido que hacer y nunca realizó. Abraham, sin embargo, le explica: “Hijo, recuerda que recibiste tus bienes en vida, y Lázaro, a su vez, males: por eso encuentra aquí consuelo, mientras que tú padeces”. En el más allá se restablece una cierta equidad y los males de la vida se equilibran con los bienes». 

 

El rico pide ayuda por sus hermanos que siguen vivos, pidiéndole a Abraham que mande a Lázaro para advertirles y que no acaben como él. «De esta manera —indicó el Pontífice— se descubre el verdadero problema del rico: la raíz de sus males está en no prestar oído a la Palabra de Dios; esto es lo que le llevó a no amar ya a Dios y por tanto a despreciar al prójimo. La Palabra de Dios es una fuerza viva, capaz de suscitar la conversión del corazón de los hombres y orientar nuevamente a Dios. Cerrar el corazón al don de Dios que habla tiene como efecto cerrar el corazón al don del hermano» 

 

El problema, pues, no es la riqueza, sino haber cerrado las puertas al otro, que siempre es, por el contrario, «un don, sea nuestro vecino, sea el pobre desconocido». Esta página del Evangelio ofrece, pues, «la clave para entender cómo hemos de comportarnos para alcanzar la verdadera felicidad y la vida eterna, exhortándonos a una sincera conversión», indicó Bergoglio. «El pobre en la puerta del rico, no es una carga molesta, sino una llamada a convertirse y a cambiar de vida», subrayó. «Cada vida que encontramos es un don y merece acogida, respeto y amor», y «la Cuaresma es el tiempo propicio para renovarse en el encuentro con Cristo vivo en su Palabra, en los sacramentos y en el prójimo». 

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