“El mal sofoca el mundo si no se interrumpe con el perdón”

“El mal sofoca el mundo si no se interrumpe con el perdón”

Durante la Audiencia general, el Papa Francisco explicó que «no todo se resuelve con la justicia» y para frenar el mal «alguien debe amar más de lo debido»

«En la vida no todo se resuelve con la justicia. Sobre todo, allí en donde hay que frenar al mal, alguien debe amar más de lo debido, para volver a comenzar una historia de gracia. El mal conoce sus venganzas, y, si no se interrumpe, corre el riesgo de extenderse sofocando al mundo entero». Lo dijo el Papa Francisco durante la Audiencia general en la Plaza San Pedro, durante la que subrayó que todos estamos en deuda con Dios (en la Iglesia no existen los «self made men»), «pero la gracia de Dios, tan abundante, es siempre exigente», porque pide a los hijos perdonados por el Padre que perdonen a sus hermanos.

Francisco prosiguió con su ciclo de catequesis dedicado al Padre Nuestro, reflexionando sobre la expresión «Así como nosotros perdonamos a los que nos ofenden», que sigue a la invocación «Perdona nuestras ofensas». «No existen en la Iglesia “self made men”, hombres que se hayan constituido solos. Todos somos deudores con Dios y con tantas personas que nos han regalado condiciones de vida favorables», y «por cuanto nos empeñemos en vivir según las enseñanzas cristianas, en nuestra vida habrá siempre algo por lo que pedir perdón: pensemos en los días que hemos pasado flojamente, en los momentos en los que el rencor ha ocupado nuestro corazón, y así…».

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«Son estas experiencias, desgraciadamente no raras, las que nos hacen implorar: “Señor, Padre, perdona nuestras ofensas”. Pidamos perdón a Dios», expresión que Jesús, no casualmente y mediante una «conjunción despiadada», funde con la segunda expresión: «como nosotros perdonamos a los que nos ofenden». Dios «perdona todo y perdona siempre», pero «la gracia de Dios, tan abundante, es siempre exigente. Quien ha recibido tanto, debe aprender a dar tanto y no a quedarse para sí lo que ha recibido».

«Yo –dijo Jorge Mario Bergoglio– pienso algunas veces que he escuchado a gente decir: “Yo no perdonaré nunca a esa persona, nunca perdonaré lo que me han hecho”. Pero Dios, si tú no perdonas, no te perdonará, tú cierras la puerta; pensemos si somos capaces de perdonar. Un sacerdote, cuando estaba en la otra diócesis me contó, angustiado, que había dado los últimos sacramentos a una anciana que estaba por morir. La pobre señora no podía hablar. “¿Usted se arrepiente?”, y ella respondió que sí. “¿Usted perdona a los demás?”, y la señora que estaba por morir respondió que no. Se quedó angustiado el sacerdote. Pensemos si somos capaces de perdonar: “Padre, yo no puedo, porque esa gente me hizo tanto daño”, pero, si tú no puedes, pide al Señor que te dé la fuerza para perdonar».

«Amor llama amor, perdón llama perdón», subrayó el Papa Francisco, recordando la parábola del siervo que pretende su pequeña deuda después de que el rey condonó su gran deuda y, por esto, al final, es condenado, «porque si no te esfuerzas por perdonar, no serás perdonado; si no te esfuerzas por amar, tampoco serás amado. Jesús mete en las relaciones humanas la fuerza del perdón. En la vida no todo se resuelve con la justicia. Sobre todo, allí en donde hay que frenar al mal, alguien debe amar más de lo debido, para volver a comenzar una historia de gracia. El mal conoce sus venganzas, y, si no se interrumpe, corre el riesgo de extenderse sofocando al mundo entero».

«A la ley del talión (lo que me has hecho a mí te lo devuelvo a ti)», dijo el Papa acompañando sus palabras con un gesto, «Jesús sustituye la ley del amor: ¡lo que Dios me ha hecho a mí, yo lo restituyo a ti! Pensemos hoy, en esta semana de Pascua tan bella, si soy capaz de perdonar y, si no me siento capaz, pido al Señor que me dé la gracia de perdonar. Dios dona a cada cristiano la gracia de escribir una historia de bien en la vida de sus hermanos, especialmente de los que han hecho algo desagradable y equivocado. Con una palabra, un abrazo, una sonrisa, podemos transmitir a los otros lo más precioso que hemos recibido: el perdón».

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