El "síndrome de Pedro"

El

Lo esencial y necesario es la identidad, pero hoy muchos están más obsesionados con el tener que con el ser.

En amplios sectores de las iglesias protestantes y asociada estrechamente a las megaiglesias y al movimiento pentecostal han hecho carrera dos corrientes de pensamiento que, sin incurrir abiertamente en herejía ꟷpues no lesionan ninguno de los aspectos de la sana doctrina contenidos y sintetizados en los tres credos de la iglesia primitivaꟷ, sí son preocupantes.

Sin duda requieren una constante vigilancia por su potencial para llegar a desviar y a convertir a las iglesias que los suscriben en un motivo de escándalo para el mundo y una fuente de condenables herejías desde el punto de vista doctrinal. Se trata de las designadas respectivamente como la “teología de la prosperidad” y su habitual acompañante el “movimiento de la fe”.

Ambos han sido documentados en detalle y denunciados por autores como Dave Hunt y T. A. McMahon en el libro La seducción de la cristiandad y Hank Hannegraaf, autor de Cristianismo en crisis, libros en los que se traza mayormente el origen externo y la infiltración del movimiento de la fe en la iglesia evangélica y se identifican a sus principales exponentes en la historia reciente, muchos de ellos famosos ministros y predicadores de megaiglesias de la órbita pentecostal con acceso a los medios masivos de comunicación, lo que hace mucho más peligrosa su influencia al disponer de estas tribunas para divulgar sus ideas a los cuatro vientos. Ambos libros tienen secuelas, en el primer caso el libro titulado Más allá de la seducción y en el caso de Hanegraaf, una actualización revisada titulada Cristianismo en crisis siglo XXI.

En cuanto a la “teología de la prosperidad”, esta teología pone en evidencia una escandalosa crisis por la que está pasando una buena proporción de la iglesia actual. Crisis que el pastor brasileño Caio Fabio abordó y denunció a su vez hace ya más de veinte años en el título de su libro La crisis de ser y de tener. Este es tal vez uno de los puntos ciegos más notorios que afectan a la cristiandad actual y que justifican la siguiente advertencia hecha en el evangelio por el Señor Jesucristo: “»¡Tengan cuidado! ꟷadvirtió a la genteꟷ. Absténganse de toda avaricia; la vida de una persona no depende de la abundancia de sus bienes” (Lucas 12:15).

La crisis en cuestión consiste, pues, en cambiar el ser por el tener. Es decir, hacer depender la identidad y el valor de cada individuo humano de la cantidad de bienes que posee. Esta es una tentación que acecha en mayor o menor grado a todos los seres humanos sin excepción, hallándose muy arraigada en el pensamiento secular desde tiempos ancestrales, pero que está haciendo presa cada vez más de la iglesia llamada a combatirla, que pretende de este modo servir a Dios y a las riquezas, haciendo caso omiso a la advertencia del Señor en el evangelio: “Nadie puede servir a dos señores, pues menospreciará a uno y amará al otro, o querrá mucho a uno y despreciará al otro. No se puede servir a la vez a Dios y a las riquezas” (Mateo 6:24).

Visto así, los enfrentamientos ideológicos, políticos y económicos del siglo XX y comienzos del XXI son todos, en el fondo, lo mismo, pues todos ellos terminan sirviendo a las riquezas y no a Dios, a pesar de sus cacareadas diferencias y oposiciones en la superficie.

En efecto, estos enfrentamientos han sido entre la derecha y la izquierda, entre la democracia y el totalitarismo, entre el capitalismo y el socialismo. Pero en realidad no importa en dónde nos ubiquemos entre estos distintos polos, todos estos enfoques terminan sacrificando en la práctica el ser por el tener al explicar la vida y la misma historia humana apelando a meros cálculos económicos, haciendo de los bienes materiales un fin y no un medio y reduciendo al ser humano a una simple totalidad cuantificable y acumulativa de bienes de consumo, al margen de cómo se distribuyan. Le dan la razón a esa canción que en uno de sus versos dice: “Amigo cuánto tienes, cuánto vales; principio de la actual filosofía”. Pero la vida de una persona no depende de la abundancia de sus bienes. Es decir que no depende de lo que tiene. Depende de lo que es. Dicho de otro modo, depende de su identidad.

En el libro El Reto de Dios se hace alusión a la triple negación que el apóstol Pedro hizo del Señor designándola como el “síndrome de Pedro”. En efecto, Pedro fue en su momento víctima de este mal cuando, al ser interrogado por quienes lo reconocieron y le preguntaron si él era uno de los seguidores de Cristo, respondió: “no lo soy” (Juan 18:17). El negó su identidad. Y cuando uno niega su identidad, termina sin conocer ni saber nada, como lo indican las otras dos negaciones del apóstol: “no lo conozco” (Marcos 14:68) y “No sé” (Mateo 26:70).

Es que cuando negamos lo que somos; pronto estaremos a la deriva sin conocer de dónde venimos ni para donde vamos, y sin saber tampoco lo que debemos hacer y lo que podemos esperar en la coyuntura en la que nos encontramos.

Por eso es urgente superar el síndrome de Pedro, ya que hoy: “… más que nunca, necesitamos… Ser… conocer… y saber”, pero no necesariamente tener. Cristo vino a restaurar la identidad de la humanidad para que pudiéramos declarar con el apóstol Juan: “Queridos hermanos, ahora somos hijos de Dios…” (1 Juan 3:2).

Lo esencial y necesario es la identidad, todo lo demás es anecdótico y contingente. Pero hoy en la iglesia muchos están más obsesionados con el tener que con el ser. Marcos Vidal decía en una de sus canciones, comparando a la iglesia primitiva con la iglesia actual: “Antes tenían todo en común, y oraban en la noche, hoy compiten por saber quién tiene, mejor casa y mejor coche”.

El consumismo flagrante, una de las formas más groseras del materialismo que no respeta ideologías, ha hecho presa de la Iglesia. Ese consumismo tan bien descrito como: “comprar cosas que no necesitamos, con dinero que no tenemos, para impresionar a personas a las que no les importamos”, dando lugar al “imperio de lo efímero” y a la “seducción de la novedad y la sustitución”.

En efecto, queremos tener, más que ser. Los que no tienen quieren tener, pero aun los que tienen, quieren tener más como si eso determinara quienes son. Ahora bien, la prosperidad no riñe con la práctica cristiana, pero en la perspectiva de Dios la prosperidad es mucho más que simplemente tener bienes de fortuna.

La Biblia define la riqueza con criterios diferentes a los nuestros. Por eso, conviene poner las cosas en orden. De esto hablaremos en el siguiente artículo.

Comentá la nota