Las reliquias del Islam

Las reliquias del Islam

Al igual que en las otras religiones, los musulmanes creen en la incorruptibilidad de los cuerpos de los profetas, los mártires y los imanes: el Profeta, que con él sea la paz, dijo: “En verdad os digo que vuestro mejor día será el viernes; así que solicitad mis bendiciones en abundancia en ese día y las escucharé con atención. (El pueblo) le dijo: “¡Oh mensajero de Dios! ¿Cómo te llegarán nuestras plegarias, una vez que tus huesos ya no sean más que polvo? Y él contestó: “En verdad os digo que Dios ha prohibido que la tierra consuma los cuerpos de sus mensajeros (o sea de los profetas a los que se les reveló la Escritura). (Abu Dawoodd, Sunan, Kitab al-Wit., B: b fil-istighfar, no. 1533).

La veneración de los compañeros o discípulos del Profeta, y de otras personas sagradas, se convirtió en una práctica muy común en el mundo musulmán, y para llevarla a cabo se construyeron altares, ziyara, junto a sus tumbas, porque su visita se consideraba como parte de una experiencia religiosa, al creer que ese cuerpo santo había pertenecido a alguna persona que había tenido una conexión espiritual muy profunda con el Creador.

Sus reliquias no solo eran eso, sino también los receptáculos de la memoria personal y de la memoria colectiva, por lo que los musulmanes dedicaron todos sus esfuerzos a su conservación. Es gracias al recuerdo y la celebración de los santos y de sus milagros y sus vidas como su memoria se convierte en una experiencia vital compartida en la Edad Media musulmana; y son esos actos litúrgicos los que le dan sentido a su veneración.

Aunque los restos corporales no fueron venerados de la misma manera que en el cristianismo, tenemos atestiguada entre los musulmanes sunitas y chiitas la veneración de la cabeza del nieto de Muhammad, el imán Hussain, en la ciudad de El Cairo. Y de la misma forma también se rindió culto a la cabeza de San Juan Bautista; siendo estos dos los únicos casos conocidos en los que los restos corporales pueden otorgar bendiciones (baraka), junto con las uñas y cabellos del profeta, a los que los hadices les otorgan un valor curativo y como talismanes que pueden rescatar a los difuntos del fuego del infierno.

En la Edad Media musulmana, desde Andalucía, el Norte de África y el África subsahariana, hasta Siria, Iraq, Persia y llegando hasta la India, estuvo muy difundida la veneración de las “huellas” de las manos o de los pies de los profetas y de otras personas sagradas. Este fue el caso de las huellas de los profetas Elías y Moisés, cuyo culto se practicó junto a la veneración de las rocas, las cuevas, los asientos y todo aquello que hubiese sido tocado por sus pies.

Las reliquias sirvieron también como emblemas o símbolos del poder en las luchas entre las dinastías rivales y los gobernantes. Con ellas se legitimaron las dinastías y sus miembros y a veces también el pueblo. Su uso fue muy común en las prácticas religiosas que favorecieron su estudio, al igual que ocurrió en el cristianismo, y fueron utilizadas como talismanes protectores y también como símbolos o emblemas en las luchas contra la opresión en el islam medieval, en el que se las consideraba como metonimias –es decir, como partes– que por su semejanza con las personas sagradas podrían servir para transmitir sus bendiciones.

Las reliquias de Muhammad, por ejemplo, eran enterradas con el difunto para facilitarle su acceso al Paraíso. Pero las reliquias también eran fundamentales para marcar los lindes de los espacios sagrados, como pueden ser las mezquitas, los altares y otros edificios religiosos, y también los palacios y las escuelas religiosas. Su posesión servía como símbolo de la erudición religiosa y como muestra de la devoción de personas concretas o de instituciones religiosas. Y cuando estaban en manos de un gobernante o de una dinastía servían para legitimar su gobierno a través de esos lazos físicos con el Profeta.

Los musulmanes recuerdan y honran a la persona del Profeta a través de la oración, de la poesía y de la arquitectura, de la misma manera que lo hicieron y continúan haciendo los cristianos con su culto, sus liturgias y sus iglesias y catedrales. Pero, a diferencia de otros profetas y de otros santos, Muhammad fue objeto de veneración gracias a sus enseñanzas, a sus escritos y dichos, e incluso a sus afirmaciones en silencio, todos los cuales fueron conservados y atesorados por las sucesivas generaciones, que conservaron fielmente sus reliquias con el fin de poder obtener de ellas las bendiciones del Profeta después de su muerte.

En las tradiciones de los hadices se cuenta que los Compañeros y la familia del Profeta recogieron su sudor y el agua con la que había hecho sus abluciones. Y también se cree haber conservado restos de sus cabellos, que, disueltos en agua, servirían para curar el mal de ojo y muchas otras enfermedades. Las sandalias de Profeta también poseen poder terapéutico para muchos musulmanes, y por eso, y para que puedan ser besadas, se han hecho muchas copias de ellas que se han enviado a los diferentes países islámicos.

La dinastía abasí reclamaba su legitimidad a través de Abbas, el tío paterno del Profeta, y exhibía como prueba de ello la posesión del famoso manto, burda, del Profeta, cuya autenticidad estaría demostrada mediante diferentes relatos históricos. Y es que al igual que el khirqa, o toga sufí que se heredaba de maestro a discípulo, ese burda transmitido de generación en generación se consideraba una gran fuente de bendiciones para su propietario. Por eso los califas abasíes lucían esa supuesta prenda de Muhammad de generación en generación.

No serían ellos los primeros, ni los últimos, en llevar estas reliquias como talismanes a la hora de la batalla. Diferentes dinastías, distintos reyes, sultanes y emires utilizaron todo tipo de reliquias para demostrar se legitimidad, gracias a sus vínculos con el Profeta. No deja de ser curioso que uno de los últimos imperios islámicos, el imperio pastún de los Duraníes, que obtuvo casi toda su riqueza de sus expediciones de saqueo a la India, intentase demostrar su legitimidad con la posesión de un manto que se supone que también había sido propiedad de Muhammad y se exhibe en la actual Kandahar en Afganistán.

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