“No se puede vivir la Pascua sin entrar en el misterio”, homilía en noche de Vigilia

“No se puede vivir la Pascua sin entrar en el misterio”, homilía en noche de Vigilia

“Entrar en el misterio pascual significa capacidad de asombro y de contemplación, de escuchar el silencio y sentir el susurro de ese hilo de silencio sonoro en el que Dios nos habla” (cf.1 Re 19,12).

En la Vigilia Pascual el Santo Padre celebró la Santa Misa en la Basílica de San Pedro con los ritos de la bendición del fuego y del agua y el bautismo de algunos catecúmenos.

Centrando su homilía en la experiencia de las discípulas de Jesús, quienes al alba fueron al sepulcro para ungir el cuerpo del Señor, preguntándose « ¿cómo haremos para entrar?, ¿quién nos removerá la piedra de la tumba?...» el Papa explicó que esta experiencia nos interpela también a nosotros, porque no se puede vivir la Pascua sin “entrar en el misterio”.

Ello exige – dijo el Pontífice- no tener miedo de la realidad, no cerrarse en sí mismos, no huir ante lo que no entendemos, no cerrar los ojos frente a los problemas, no negarlos, no eliminar los interrogantes. Significa ir más allá de las cómodas certezas, más allá de la pereza y la indiferencia que nos frenan, para ponernos en busca de la verdad.  “Para entrar en el misterio se necesita humildad”, “abajamiento”, “vaciamiento de las propias idolatrías”; “adoración”, concluyó.

Las discípulas de Jesús “velaron junto a la Madre”, quien las ayudó a no perder la fe y la esperanza, por ello el Santo Padre nos exhortó: “aprendamos de ellas a velar con Dios y con María, nuestra Madre, para entrar en el Misterio que nos hace pasar de la muerte a la vida”.

(GM – RV)

Texto completo de la Homilía del Santo Padre

Esta noche es noche de vigilia.

El Señor no duerme, vela el guardián de su pueblo (cf. Sal 121,4), para sacarlo de la esclavitud y para abrirle el camino de la libertad.

El Señor vela y, con la fuerza de su amor, hace pasar al pueblo a través del Mar Rojo; y hace pasar a Jesús a través del abismo de la muerte y de los infiernos.

Esta fue una noche de vela para los discípulos y las discípulas de Jesús. Noche de dolor y de temor. Los hombres permanecieron cerrados en el Cenáculo. Las mujeres, sin embargo, al alba del día siguiente, fueron al sepulcro para ungir el cuerpo de Jesús. Sus corazones estaban llenos de emoción y se preguntaban: «¿Cómo haremos para entrar?, ¿quién nos removerá la piedra de la tumba?...». Pero he aquí el primer signo del Acontecimiento: la gran piedra ya había sido removida, y la tumba estaba abierta.

«Entraron en el sepulcro y vieron a un joven sentado a la derecha, vestido de blanco» (Mc 16,5). Las mujeres fueron las primeras que vieron este gran signo: el sepulcro vacío; y fueron las primeras en entrar.

«Entraron en el sepulcro». En esta noche de vigilia, nos viene bien detenernos en reflexionar sobre la experiencia de las discípulas de Jesús, que también nos interpela a nosotros. Efectivamente, para eso estamos aquí: para entrar, para entrar en el misterio que Dios ha realizado con su vigilia de amor.

No se puede vivir la Pascua sin entrar en el misterio. No es un hecho intelectual, no es sólo conocer, leer... Es más, es mucho más.

«Entrar en el misterio» significa capacidad de asombro, de contemplación; capacidad de escuchar el silencio y sentir el susurro de ese hilo de silencio sonoro en el que Dios nos habla (cf. 1 Re 19,12).

Entrar en el misterio nos exige no tener miedo de la realidad: no cerrarse en sí mismos, no huir ante lo que no entendemos, no cerrar los ojos frente a los problemas, no negarlos, no eliminar los interrogantes...

Entrar en el misterio significa ir más allá de las cómodas certezas, más allá de la pereza y la indiferencia que nos frenan, y ponerse en busca de la verdad, la belleza y el amor, buscar un sentido no ya descontado, una respuesta no trivial a las cuestiones que ponen en crisis nuestra fe, nuestra fidelidad y nuestra razón.

Para entrar en el misterio se necesita humildad, la humildad de abajarse, de apearse del pedestal de nuestro yo, tan orgulloso, de nuestra presunción; la humildad para redimensionar la propia estima, reconociendo lo que realmente somos: criaturas con virtudes y defectos, pecadores necesitados de perdón. Para entrar en el misterio hace falta este abajamiento, que es impotencia, vaciándonos  de las propias idolatrías... adoración. Sin adorar no se puede entrar en el misterio.

Todo esto nos enseñan las mujeres discípulas de Jesús. Velaron aquella noche, junto la Madre. Y ella, la Virgen Madre, las ayudó a no perder la fe y la esperanza. Así, no permanecieron prisioneras del miedo y del dolor, sino que salieron con las primeras luces del alba, llevando en las manos sus ungüentos y con el corazón ungido de amor. Salieron y encontraron la tumba abierta. Y entraron. Velaron, salieron y entraron en el misterio. Aprendamos de ellas a velar con Dios y con María, nuestra Madre, para entrar en el misterio que nos hace pasar de la muerte a la vida.

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