"Un pueblo que olvida su pasado, sus raíces, no tiene futuro. Es un pueblo seco"

"Un desarrollo económico que no tiene en cuenta a los más débiles y desafortunados, no es verdadero desarrollo"

Por Jesús Bastante

Mucho más cansado -ya ha pasado casi una semana desde su salida de Roma, y muchas han sido las emociones-, el Papa Francisco se dirigió al Palacio de López, donde mantuvo un breve encuentro con el presidente Horacio Cartes, y después pronunció un discurso a las autoridades civiles y el cuerpo diplomático. A diferencia de lo ocurrido con Evo Morales o Rafael Correa, Horacio Cortes no hizo reivindicación alguna, a lo que el Papa respondió con unaval del proceso democrático iniciado en el país, "el centro del corazón de América". "Desde hace años Paraguay se está comprometiendo en un proyecto democrático y estable. Sé que existe una firme voluntad para desterrar hoy la corrupción".

"Mensajero de la alegría del amor y de la solidaridad", apuntó el presidente paraguayo, quien alabó las palabras de la encíclica papal, "un monumento contra la indiferencia". Por su parte, Francisco declaró que "me siento en casa, y no es difícil sentirse en casa en esta tierra tan acogedora"

Bergoglio repasó la historia reciente de Paraguay, que "ha conocido el sufrimiento de la guerra, el enfrentamiento fratricida y la conculcación de los derechos humanos. Cuánto dolor y cuánta muerte". Pese a ello, el Papa quiso "rendir tributo a todos los paraguayos sencillos que han sido y seguirán siendo verdaderos protagonistas de su pueblo", especialmente a la mujer paraguaya. "Sobre sus hombros de madres, esposas y viudas, han llevado el peso más grande, han sabido sacar adelante su familia y su país, infundiendo en las nuevas generaciones la esperanza de una vida mejor. Dios bendiga a la mujer paraguaya, la más gloriosa de América".

"Un pueblo que olvida su pasado, sus raíces, no tiene futuro. Es un pueblo seco", apuntó el Papa, quien añadió que la memoria bien formada "transforma el pasado en fuente de inspiración para construir un futuro de convivencia y armonía, haciéndonos conscientes de la tragedia y la sinrazón de la guerra". "¡Nunca más la guerra entre hermanos!, construyamos la paz del día a día, en el que todos participamos evitando palabras hirientes, actitudes prepotentes, y fomentando el diálogo y la colaboración".

Tras esto, el Papa alabó el compromiso del pueblo paraguayo con la democracia, y les animó a ". Les animo a trabajar "para consolidar las estructuras democráticos que den respuestas a las justas reivindicaciones de los ciudadanos".

"La democracia, basada en el respeto de los derechos humanos, nos aleja de la tentación de la democracia formal, que Aparecida definía como la que se contentaba con estar fundada en la limpieza de los procesos electorales", recordó Bergoglio, quien apuntó que "en todos los ámbitos de la sociedad, se ha de potenciar el diálogo como medio privilegiado para favorecer el bien común, sobre la base de la cultura del encuentro, en el bien común y las legítimas diferencias".

"No hay que detenerse en lo conflictivo, la unidad siempre es superior al conflicto", añadió, apuntando que es preciso "creer cada día más en gestiones transparentes y lucha contra la corrupción".

"Que no cese el esfuerzo de todos los actores sociales, hasta que no haya más niños sin acceso a la educación, familias sin hogar, obreros sin trabajo digno, campesinos sin tierras que cultivar y tantas personas obligadas a emigrar hacia un futuro incierto; que no haya más víctimas de la violencia, la corrupción o el narcotráfico", proclamó Francisco, quien denunció que "un desarrollo económico que no tiene en cuenta a los más débiles y desafortunados, no es verdadero desarrollo. La medida del modelo económico ha de ser la dignidad integral del ser humano, especialmente el más vulnerable e indefenso".

En esta lucha, el Papa comprometió la colaboración de la Iglesia católica. "Todos, también los pastores de la Iglesia, estamos llamados a preocuparnos por la construcción de un mundo mejor" concluyó el Papa, quien avistó el "camino de la misericordia, asentada sobre la justicia", para conseguir "que nadie se quede al margen de esta gran familia que es Paraguay".

Antes de acudir al palacio, el Papa descansó en la Nunciatura de Asunción, adonde llegó después de hacer una breve parada en la cárcel de mujeres del Buen Pastor. Allí, el pontífice escuchó a 50 reclusas del coro del penal que le cantaron una canción que le prepararon especialmente. En la cárcel del Buen Pastor, que hasta hace cerca de medio siglo fue un convento de monjas, hay unas 500 reclusas. Muchas de ellas cumplen condena por tráfico o venta de drogas.

Discurso del Papa Francisco

 

Señor Presidente

Autoridades de la República

Miembros del Cuerpo diplomático

Señoras y señores:

Saludo cordialmente a Vuestra Excelencia, Señor Presidente de la República, y le agradezco las deferentes palabras de bienvenida y de afecto que me ha dirigido, en nombre también del gobierno, de las altas magistraturas del Estado y del querido pueblo paraguayo. Saludo también a los distinguidos miembros del Cuerpo diplomático y, a través de ellos, hago llegar mis sentimientos de respeto y aprecio a sus respectivos países.

Un «gracias» especial para todas las personas e instituciones que han colaborado con esfuerzo y dedicación en la preparación de este viaje y a que me sienta en casa. No es difícil sentirse en casa en esta tierra tan acogedora. Paraguay es conocido como el corazón de América, y no sólo por su posición geográfica, sino también por el calor de la hospitalidad y cercanía de sus gentes.

Ya desde sus primeros pasos como nación independiente, y hasta épocas muy recientes, la historia de Paraguay ha conocido el sufrimiento terrible de la guerra, del enfrentamiento fratricida, de la falta de libertad y de la conculcación de los derechos humanos. ¡Cuánto dolor y cuánta muerte! Pero es admirable el tesón y el espíritu de superación del pueblo paraguaya para rehacerse ante tanta adversidad y seguir esforzándose por construir una Nación próspera y en paz. Aquí -en el jardín de este palacio que ha sido testigo de la historia paraguaya: desde cuando sólo era ribera del río y lo usaban los guaraníes, hasta los últimos acontecimientos contemporáneos- quiero rendir tributo a esos miles de paraguayos sencillos, cuyos nombres no aparecerán escritos en los libros de historia, pero que han sido y seguirán siendo verdaderos protagonistas de la vida de su pueblo. Y quiero reconocer con emoción y admiración el papel desempeñado por la mujer paraguaya en esos momentos dramáticos de la historia. Sobre sus hombros de madres, esposas y viudas, han llevado el peso más grande, han sabido sacar adelante a sus familias y a su País, infundiendo en las nuevas generaciones la esperanza en un mañana mejor.

Un pueblo que olvida su pasado, su historia, sus raíces, no tiene futuro. La memoria, asentada firmemente sobre la justicia, alejada de sentimientos de venganza y de odio, transforma el pasado en fuente de inspiración para construir un futuro de convivencia y armonía, haciéndonos conscientes de la tragedia y la sinrazón de la guerra. ¡Nunca más guerras entre hermanos! ¡Construyamos siempre la paz! También una paz del día a día, una paz de la vida cotidiana, en la que todos participamos evitando gestos arrogantes, palabras hirientes, actitudes prepotentes, y fomentando en cambio la comprensión, el diálogo y la colaboración.

Desde hace ya algunos años, Paraguay se está comprometiendo en la construcción de un proyecto democrático sólido y estable. Es justo reconocer con satisfacción lo mucho que se ha avanzado en este camino gracias al esfuerzo de todos, aun en medio de grandes dificultades e incertidumbres. Los animo a que sigan trabajando con todas sus fuerzas para consolidar las estructuras e instituciones democráticas que den respuesta a las justas aspiraciones de los ciudadanos. La forma de gobierno adoptada en su constitución: «democracia representativa, participativa y pluralista», basada en la promoción y respeto de los derechos humanos nos aleja de la tentación de la democracia formal que Aparecida definía como la que se «contentaba con estar fundada en la limpieza de los procesos electorales» (cf. Aparecida 74).

En todos los ámbitos de la sociedad, pero especialmente en la actividad pública, se ha de potenciar el diálogo como medio privilegiado para favorecer el bien común, sobre la base de la cultura del encuentro, del respeto y del reconocimiento de las legítimas diferencias y opiniones de los demás. No hay que detenerse en lo conflictivo; es un ejercicio interesante decantar en el amor a la patria y al pueblo, toda perspectiva que nace de las convicciones de una opción partidaria o ideológica. Y ese mismo amor tiene que ser el impulso para crecer cada día más en gestiones transparentes y que luchan impetuosamente contra la corrupción.

Queridos amigos, en la voluntad de servicio y de trabajo por el bien común, los pobres y necesitados han de ocupar un lugar prioritario. Se están haciendo muchos esfuerzos para que Paraguay progrese por la senda del crecimiento económico. Se han dado pasos importantes en el campo de la educación y la sanidad. Que no cese el esfuerzo de todos los actores sociales, hasta que no haya más niños sin acceso a la educación, familias sin hogar, obreros sin trabajo digno, campesinos sin tierras que cultivar y tantas personas obligadas a emigrar hacia un futuro incierto; que no haya más víctimas de la violencia, la corrupción o el narcotráfico. Un desarrollo económico que no tiene en cuenta a los más débiles y desafortunados, no es verdadero desarrollo. La medida del modelo económico ha de ser la dignidad integral del ser humano, especialmente el más vulnerable e indefenso.

Señor Presidente, queridos amigos. En nombre también de mis hermanos Obispos del Paraguay, deseo asegurarles el compromiso y la colaboración de la Iglesia católica en el afán común por construir una sociedad justa e inclusiva, en la que se pueda convivir en paz y armonía. Porque todos, también los pastores de la Iglesia, estamos llamados a preocuparnos por la construcción de un mundo mejor (cf. Evangelii gaudium, 183). Nos mueve a ello la certeza de nuestra fe en Dios, que quiso hacerse hombre y, viviendo entre nosotros, compartir nuestra suerte. Cristo nos abre el camino de la misericordia, que asentado sobre la justicia, va más allá, y alumbra la caridad, para que nadie se quede al margen de esta gran familia que es el Paraguay, al que aman y al que quieren servir.

Con la inmensa alegría de encontrarme en esta tierra consagrada a la Virgen de Caacupé, imploro la bendición del Señor sobre todos ustedes, sobre sus familias y sobre todo el querido pueblo paraguayo. Que Paraguay sea fecundo, como lo indica la flor de la pasiflora en el manto de la Virgen y como esa cinta con los colores paraguayos que tiene la imagen, así se abrace a la Madre de Caacupé.

Muchas gracias.

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