A propósito de algunas imprecisiones

A propósito de algunas imprecisiones

Jorge Mario Bergoglio irá a Cuba, Estados Unidos y la sede de la ONU por primera vez. No hubo ninguna visita anterior. 

por Luis Badilla

Al contrario de lo que dicen algunos medios, incluso a veces con mucho énfasis y seguridad, Jorge Mario Bergoglio nunca estuvo en los dos países que visitará del 19 al 27 de septiembre: Cuba y Estados Unidos, y obviamente tampoco en la sede de la ONU, en Nueva York. Las tres etapas del viaje del Papa serán una “primera vez en absoluto”. Esa fue la respuesta que recibimos de las personas interpeladas y que están en posición de aclarar la información que circula.

No es exacto que el cardenal Bergoglio haya viajado a Cuba durante la visita de Juan Pablo II en 1998, que haya ido para asistir a una reunión del Celam o que haya estado como “pasajero en tránsito” en el Aeropuerto internacional “José Martí” de La Habana. Tampoco es exacto que haya hecho una visita pastoral a Nueva York, Boston, Detroit y Chicago. Quizás la confusión surgió porque dos Papas –Juan Pablo II y Benedicto XVI- tuvieron la oportunidad, antes de ser elegidos Papas, de visitar algunas ciudades de Estados Unidos de América donde después, como es sabido, volvieron como Sucesores de Pedro: el Papa Wojtyla 7 veces y el Papa Ratzinger una. El arzobispo de Nueva York, cardenal Dolan, contó hace tiempo que en su primer encuentro con Francisco el Santo Padre, señalando varios puntos del mapa de Estados Unidos, le pidió noticias sobre ciertos lugares y regiones en particular y al mismo tiempo le hizo muchas preguntas, comentando que si un día decidía ir, tendría que estudiar y aprender muchas cosas. Es lo mismo que hizo en el caso de Cuba cuando, después de la visita de Juan Pablo II, dirigió un grupo de reflexión para analizar el magisterio del Papa Wojtyla en la Isla, reflexión de la que después nació un libro que lleva su firma.

El “libro” de mons. Bergoglio dedicado al viaje del Papa Wojtyla a Cuba (21-26 enero 1998) en realidad es un breve ensayo elaborado por el “Grupo de reflexión Centesimus Annus”, dirigido y coordinado por el arzobispo de Buenos Aires, mons. Jorge Mario Bergoglio”. Vale decir que el texto es fruto de una elaboración colectiva que, tal como se lee en las primeras líneas, se propone, a partir de la visita de Juan Pablo II a Cuba, estudiar el “itinerario misionero” del Papa polaco con el fin de descubrir “algunas constantes”. La principal de ellas, según el texto –en el Capítulo I, “El valor del diálogo”- es una acción pastoral del Pontífice muy precisa: “la crisis de valores que él ha revelado” a la conciencia humana. “Por este motivo -prosigue el librito- y desde el inicio de su ministerio pastoral (el Papa) ha demostrado una disposición plena a abrir la Iglesia al diálogo considerándolo fértil pues la humanidad – en el diálogo – se abre a la Iglesia en una incesante búsqueda de la verdad. La importancia y el valor del diálogo residen, precisamente, en el hecho de que su práctica hace posible llegar a la verdad fundada en el Evangelio. El diálogo se opone al monólogo y conduce el espíritu en la búsqueda de la verdad”. “La búsqueda de la verdad en el caso de Cuba –afirma- no podía realizarse ni consagrarse, en la medida en que no se profundizara el diálogo entre los dos discursos: el de Fidel Castro y el de Juan Pablo II. La misión del Papa y la recepción de Fidel Castro convergen en la implementación de nuevas metodologías a aplicar en la transformación política por un lado y evangelizadora por otro”. Este diálogo y esta verdad fueron puestos de relieve en todo momento por el Papa en el curso de su visita. El Papa Wojtyla siempre “se muestra dispuesto a escuchar pero específicamente desea y necesita escuchar la verdad del pueblo cubano, de su gobierno, de la revolución, de la religión y de la relación entre la Iglesia y el Estado”. Dentro de esta dinámica ambos hablaron libre y ampliamente y ambos se escucharon recíprocamente. “En esos mensajes se entrevieron discrepancias profundas y en otras ocasiones, básicas convergencias”.

J.M.Bergoglio considera que el resultado de ese diálogo-encuentro que fue posible gracias a la visita del Papa, ha sido “un valioso aporte para mantener abiertos los canales de comunicación” y, al mismo tiempo, el Papa Wojtyla revaloriza la necesidad del pueblo cubano de gozar de los derechos que le son propios, como la libertad de expresión y la capacidad de iniciativa y propuesta dentro del ámbito social”. En cuanto a la Iglesia, destaca que no busca ni desea poder, “no viene ante el pueblo cubano a enarbolar una ideología, no viene a presentarle un nuevo sistema económico o político. La Iglesia viene a ofrecerles, en la presencia, la voz y la misión propias del Sumo Pontífice, un camino de paz, de justicia y liberación verdaderas”. “El pueblo cubano debe ser capaz de capitalizar la visita del Papa. No todo será igual después de su partida; el diálogo quedará instaurado entre la Iglesia y las instituciones cubanas, lo que siempre se traduce en bienestar para el que más lo necesita: el pueblo”, destaca el arzobispo Bergoglio, quien extiende la mirada sobre la historia de la Iglesia, sobre el “período especial”, sobre el embargo y el aislamiento económico y por último sobre la globalización. Confirmando el magisterio del Papa Wojtyla y los obispos cubanos, mons. Bergoglio hace un llamamiento: “El pueblo cubano necesita vencer el aislamiento. Juan Pablo II hace un llamamiento al alma cristiana de Cuba, a su vocación universal, para abrirse al mundo, como así también exhorta al mundo a acercarse a Cuba, a su pueblo, a sus hijos, que son si duda su mayor riqueza”.

Posteriormente, en el capítulo “Confrontación, coincidencias y tolerancia”, el texto plantea la relación cristianismo-marxismo, especialmente a la luz de diversas declaraciones de Fidel Castro desde el comienzo de la Revolución hasta la vigilia de la visita de Juan Pablo II. Aunque reconoce convergencias importantes, J.M.Bergoglio estima que “el socialismo ha cometido un error antropológico al considerar al hombre solo en su rol de parte en el entramado del cuerpo social, limitando la importancia del ser humano solo a su posición social. (…) El bien de la persona queda subordinado al funcionamiento del mecanismo económico-social, perdiendo el hombre su opción autónoma”.

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