Que los platos rotos no los paguen los pobres

Que los platos rotos no los paguen los pobres

Por: Héctor Aguer

Al asumir su cargo, la gobernadora de Buenos Aires, María Eugenia Vidal, en su discurso indicó: "La provincia está quebrada". Ochenta y cinco días después, al inaugurar el período legislativo de este año, repitió la misma afirmación: "La provincia está quebrada".

 La oí yo personalmente; estaba en la primera fila, al lado del presidente de la Corte Suprema de Justicia bonaerense, ocupando el lugar que me asigna el protocolo.

Las dos veces, al oír esa afirmación, me vino a la imaginación la figura de los platos rotos. En el lenguaje coloquial, cuando uno habla de los platos rotos, lo primero que se pregunta es quién los paga. Pero habría otras preguntas a formularse además de quién los paga. Ante todo: ¿quién los rompió? Además cabe interrogarse si verdaderamente están rotos, porque para algunos la vajilla luce esplendorosamente en el armario, como si nada hubiera ocurrido. De esto último no me voy a ocupar porque no soy comentarista de relatos, pero de lo primero y lo segundo sí, ya que se refiere no al relato, sino a la penosa realidad.

Empezando por lo primero —quién suele pagar los platos rotos—, debo decir que los que los pagan son los pobres; por lo menos, ellos son los que pagan el precio más alto. En realidad, habría que decir que los pagamos todos; los paga todo el país con el atraso con el cual se hunde, porque, en mi opinión, esa imagen hay que traducirla en conceptos económicos concretos. No soy un economista, pero leyendo los diarios uno se da cuenta de lo que ha sucedido y de lo que sucede. Las teorías económicas no pueden ocultar la realidad; esta finalmente se impone.

No se puede confundir el desarrollo auténtico y sostenible con un mero crecimiento basado en el consumo. En muchas ocasiones me he referido al consumismo y a los males que causa. Esta situación no es equiparable al verdadero desarrollo, que implica la creación de trabajo genuino.

La cuestión es un hecho real que nos atañe a todos: los platos están rotos y los que van a pagar más son los pobres. ¿Pero hay derecho de que esto ocurra así? ¿Es justo eso? La verdad es que no, no hay derecho a que sea así y el pago tendría que ser proporcional. De hecho, de alguna manera es proporcional. ¿Y por qué hay que pagar? Porque, aunque la palabra sea desagradable, los desajustes sólo se arreglan con ajustes. Lo importante es que el ajuste sea inteligente, que sea mirando al futuro, que tenga como concepto fundamental poner en movimiento un país riquísimo, de potencialidades inmensas, como la Argentina. Nuestro gran pecado es que hemos recibido de la Providencia una tierra fecundísima, poblada por gente muy inteligente, con una herencia magnífica, pero la hemos estado dilapidando desde hace demasiado tiempo. Esta es una cuestión clave, en mi opinión, y es que el pago tiene que ser equitativo y hay que cuidar especialmente a los pobres. ¡No hay derecho a que ellos carguen con la cuota superior del pago que haya que hacer!

La otra cuestión que yo formulé también me parece muy importante. ¿Quién rompió los platos? ¿Se rompieron o no? ¿Van a seguir rompiéndose? Es este un punto central, porque si se van a seguir rompiendo los platos, estamos en problemas. Aquí tiene que haber un cambio fundamental, un cambio ético, en la forma de pensar, en la manera de vivir y de concebir lo que es la vida auténtica de una sociedad. Sobre todo, lo que necesitamos, lo más fundamental es honestidad.

Ahora va saliendo a luz, según datos objetivos que se suman uno a otro cada día, toda la basura que había sido barrida debajo de la alfombra. ¿Pero vamos a seguir tirando basura y vamos a seguir escondiéndola? Hay algo que tiene que ver con la mentalidad total de la población argentina, con la cultura nacional a la cual tantas veces apelamos. Este fenómeno me da mucha pena, porque hay tanta gente inteligente y buena en el país. ¿Por qué entonces un grupo de pillos tiene que medrar causando la desgracia ajena y el estancamiento general?

Me dirán que es la democracia la que decide con los votos, y es verdad. Pero la Argentina tiene una historia bastante complicada, en la que se han repetido periódicamente ciclos de malaria, por ponerles un nombre. ¿Por qué? ¿Qué razón hay para que eso ocurra? ¿No podemos enderezar, de una vez por todas, el rumbo? Concretamente: ¿No podemos dejar de romper los platos y de ponerlos a la mesa bien servidos para que coman todos? Ese es el desafío que ahora enfrentamos. Y es esta la finalidad propia de una democracia auténtica.

¿Ustedes, queridos amigos, y yo tenemos algo que ver? ¿Podemos hacer algo para mejorar las cosas? No somos gente importante, no somos gente influyente. Lo que podemos hacer es decir siempre aquello que no se dice: hay que hablar de lo que se oculta, de lo que no se habla; no sólo en cuestiones políticas o económicas, también en los problemas que atañen a la cultura social, a la ética, al modo de vivir de la población. Eso es lo que yo, modestamente, trato de hacer todos los sábados (en el programa Claves para un Mundo Mejor) y espero que a ustedes les sirva para algo.

Monseñor Héctor Aguer es arzobispo de La Plata

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