Lo dijo el Papa en un videomensaje que grabó y se transmitió en el teatro Brancaccio de Roma, donde los huéspedes de los centros de acogida de Cáritas Roma ofrecieron un espectáculo y narraron sus historias de vida.
“¿Quién iba a pensar que una persona sin hogar es alguien de quien se puede aprender? En cambio ustedes, esta noche, hicieron de este escenario un lugar de donde transmitir preciosas enseñanza sobre el amor, sobre la necesidad del otro, sobre la solidaridad, sobre cómo en las dificultades se encuentra el amor del Padre”, expresó el papa Francisco en un videomensaje enviado ayer, al teatro Brancaccio de Roma donde los huéspedes de los centros de acogida de Cáritas de Roma fueron los protagonistas de un espectáculo titulado: “Si no fuera por ti” en el que, dirigidos por Carlo Del Giudice, narraron sus historias.
Contaron, explica Cáritas, historias de amor y de desilusión, de abandono, pero también de amor correspondido, por los hijos, por los padres, por la vida, por Dios. Se trató de una ocasión única de diálogo entre Roma y sus ciudadanos más frágiles.
El papa Francisco quiso participar enviando un mensaje a los actores en el que les dijo: “El modo en que ustedes hablan a la ciudad -dijo- representa una ocasión de intercambio significativo. Ustedes en la cátedra y los demás que los escuchan y que seguramente se maravillan de las riquezas que les ofrecen”.
“La pobreza fue la gran enseñanza que nos dio Jesús cuando bajó a las aguas del Jordán para ser bautizado por Juan el Bautista. No lo hizo porque necesitase penitencia o conversión; lo hizo para ponerse en medio de la gente, la gente necesitada del perdón, en medio de nosotros, pecadores, y para cargarse del peso de nuestros pecados. Ese fue el camino que eligió para consolarnos, salvarnos, liberarnos de nuestra miseria. Lo que nos da la verdadera libertad, la verdadera salvación y la verdadera felicidad es su amor de compasión, de ternura, de compartición. El Buen Samaritano que nos recoge, a nosotros, golpeados por los ladrones”
“San Gregorio de Nisa -explicó Francisco- un gran teólogo de la antigüedad, escribía: ‘Consideren bien quienes son los pobres en el Evangelio y descubrirán su dignidad: ellos revistieron el rostro del Señor. En su misericordia El les dio su propio rostro’. Y san Agustín decía: ‘En la tierra Cristo es indigente en la persona de sus pobres. Por tanto, debemos temer al Cristo de los cielos en la tierra y reconocerlo en la tierra; en la tierra es pobre, en el cielo es rico. En su propia humanidad ascendió al cielo en cuanto rico, pero todavía está aquí entre nosotros en el pobre que sufre.
“Yo también deseo hacer mías estas palabras. No son una carga para nosotros. Son la riqueza sin la cual nuestros intentos de descubrir el rostro del Señor son vanos. Pocos días después de mi elección -reveló Francisco- recibí de ustedes una carta de felicitación y un ofrecimiento de oraciones. Recuerdo que les respondí inmediatamente diciendo que los llevo en mi corazón y que estoy a su disposición. Confirmo esas palabras. En esa ocasión, les pedí que rezaran por mí. Se lo vuelvo a pedir. Lo necesito verdaderamente”.
El Papa se dirigió a continuación a los operadores de Cáritas romana a quienes agradeció y dijo: “Los siento como mis manos, las manos del Obispo, que tocan el cuerpo de Cristo. También doy las gracias a los muchos voluntarios de las parroquias de Roma y de otras partes de Italia. Descubren un mundo que exige atención y solidaridad: hombres y mujeres que buscan afecto, relaciones, dignidad, y con los que todos podemos experimentar la caridad, aprendiendo a recibir, escuchar y entregarse.
El Santo Padre recordó que Roma estuvo constelada en todas las épocas de personas impregnadas de amor de Dios. “Pensamos en San Lorenzo (sus joyas eran los pobres), en San Pamaquio (senador romano, convertido, dedicado enteramente al servicio de los últimos), en santa Fabiola (la primera que construyó un albergue para los pobres en Porto), en San Felipe Neri, en el beato Angelo Paoli, en San José Benito Labre (hombre de la calle), hasta don Luigi di Liegro (el fundador de nuestra Cáritas de Roma), ¡Cuánto me gustaría!, exclamó, que Roma pudiera brillar de “pietas” por los que sufren, de refugio para quienes huyen de la guerra y la muerte; de disponibilidad, de sonrisa y de magnanimidad para aquellos que han perdido la esperanza”.
“¡Cómo me gustaría, añadió, que la Iglesia de Roma fuese cada vez más madre atenta y presurosa hacia los más débiles! Todos tenemos debilidades, todos, cada uno las suyas. ¡Cómo me gustaría que las comunidades parroquiales que rezan, cuando entra en la iglesia un pobre, se arrodillasen en reverencia de la misma forma que cuando entra el Señor! ¡Cómo me gustaría esto, que se tocase la carne de Cristo presente en los más necesitados de esta ciudad!”.
El Papa concluyó su mensaje manifestando el deseo de encontrar a los actores personalmente, como sucedió hace poco con las personas sin hogar en la Capilla Sixtina y enviándoles su bendición.
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