“El Sínodo no es un parlamento sino una expresión eclesial, es decir, la Iglesia que camina junta para leer la realidad con los ojos de la fe y con el corazón de Dios; es la Iglesia que se interroga sobre la fidelidad al depósito de la fe”, que "es una fuente viva de la cual la Iglesia apaga su sed, para apagar la sed e iluminar el depósito de la vida” (...)
(...) fueron palabras del Papa Francisco al introducir los trabajos del Sínodo ordinario sobre la familia que comenzó el lunes 5 de octubre en el Vaticano, inaugurado el domingo con una misa solemne en la Basílica de San Pedro.
“Caminar juntos con espíritu de colegialidad y de sinodalidad”, “poniendo siempre ante nuestros ojos el bien de la Iglesia, de las familias, la Salus animarum” dijo Francisco a los padres sinodales recordándoles que en este camino es necesario adoptar “valerosamente la parresia y el celo pastoral y doctrinal”.
El Pontífice recordó que el Sínodo podrá ser un espacio de la acción del Espíritu Santo sólo si sus participantes “se revisten de coraje apostólico, de humildad evangélica y de oración confiada”.
Francisco explicó que la oración confiada es la acción del corazón cuando se abre a Dios, cuando se hacen callar todos nuestros humores para escuchar la voz de Dios que habla en el silencio. “Sin escuchar a Dios, todas nuestras palabras – dijo – serán solamente palabras que no sacian y no sirven. Sin dejarse guiar por el Espíritu Santo, todas nuestras decisiones serán solamente decoraciones que en lugar de exaltar el Evangelio lo recubren y lo esconden”.
(MCM-RV)
Texto completo del Papa Francisco en la primera Congregación General del Sínodo de los Obispos
Queridos: Beatitudes, Eminencias, Excelencias, hermanos y hermanas,
La Iglesia retoma hoy el diálogo iniciado con la proclamación del Sínodo extraordinario sobre la familia, y ciertamente mucho antes, para evaluar y reflexionar juntos el texto de la Instrumentum Laboris, elaborado de la Relatio Synodi y de las respuestas de las Conferencias episcopales y de los organismos con derecho.
El Sínodo, como sabemos, es un caminar juntos con el espíritu de colegialidad y de sinodalidad, adoptando valientemente la parresia, el celo pastoral y doctrinal, la sabiduría, la franqueza y poniendo siempre delante de nuestros ojos el bien de la Iglesia, de las familias y la suprema lex: la Salus animarum.
Quisiera recordar que el Sínodo no es un congreso, un parlatorio, no es un parlamento o un senado, donde nos ponemos de acuerdo. El Sínodo, en cambio, es una expresión eclesial, es decir la Iglesia que camina unida para leer la realidad con los ojos de la fe y con el corazón de Dios; es la Iglesia que se interroga sobre la fidelidad al depósito de la fe, que para ella no representa un museo para mirar y ni siquiera solo para salvaguardar, sino que es una fuente viva de la cual la Iglesia se sacia, para saciar e iluminar el depósito de la vida.
El Sínodo se mueve necesariamente en el seno de la Iglesia y dentro del santo pueblo de Dios, del cual nosotros formamos parte en calidad de pastores, es decir, servidores. El Sínodo, además, es un espacio protegido donde la Iglesia experimenta la acción del Espíritu Santo. En el Sínodo el Espíritu habla a través de la lengua de todas las personas que se dejan conducir por Dios que sorprende siempre, por el Dios que se revela a los pequeños, y se esconde a los sabios y los inteligentes; por el Dios que ha creado la ley y el sábado para el hombre y no viceversa; por el Dios que deja las 99 ovejas para buscar la única oveja perdida; por el Dios que es siempre más grande de nuestras lógicas y nuestros cálculos.
Recordamos que el Sínodo podrá ser un espacio de la acción del Espíritu Santo solo si nosotros, los participantes, nos revestimos de coraje apostólico, de humildad evangélica y de oración confiada: el coraje apostólico que no se deja asustar de frente a las seducciones del mundo, que tienden a apagar en el corazón de los hombres la luz de la verdad, sustituyéndola con pequeñas y pasajeras luces, y ni siquiera de frente al endurecimiento de algunos corazones, que a pesar de las buenas intenciones alejan a las personas de Dios; el coraje apostólico de llevar vida y no hacer de nuestra vida cristiana un museo de recuerdos; la humildad evangélica que sabe vaciarse de las propias convenciones y prejuicios para escuchar a los hermanos obispos y llenarse de Dios, humildad que lleva a apuntar el dedo no en contra de los otros, para juzgarlos, sino para tenderles la mano, para realzarlos sin sentirse nunca superiores a ellos.
La oración confiada es la acción del corazón cuando se abre a Dios, cuando se callan todos nuestros humores para escuchar la suave voz de Dios que habla en el silencio. Sin escuchar a Dios, todas nuestras palabras serán solamente palabras que no sacian y no sirven. Sin dejarse guiar por el Espíritu, todas nuestras decisiones serán solamente decoraciones que en lugar de exaltar el Evangelio lo recubren y lo esconden.
Queridos hermanos, como he dicho, el Sínodo no es un parlamento donde para alcanzar un consenso o un acuerdo común se recurre al negociado, al acuerdo o a los componendas, sino que el único método del Sínodo es aquel en el que se abre al Espíritu Santo con coraje apostólico, con humildad evangélica y con oración confiada, de modo que sea él quien nos guía, nos ilumina y nos hace poner delante de los ojos, con nuestras opiniones personales, pero con la fe en Dios, la fidelidad al magisterio, el bien de la Iglesia y la Salus animarum.
Finalmente, quisiera agradecer de corazón a su Eminencia el cardenal Lorenzo Baldisseri, secretario general del Sínodo; su Excelencia monseñor Fabio Fabene, subsecretario; y con ellos agradezco el relator, su Eminencia el cardenal Peter Erdo y el secretario especial, su Excelencia monseñor Bruno Forte, los presidentes delegados, los escritores, los consultores, los traductores y todos aquellos que han trabajado con verdadera fidelidad y total dedicación a la Iglesia. ¡Gracias de corazón!
Agradezco igualmente a todos ustedes, queridos padres sinodales, delegados fraternos, auditores, auditoras y asesores, por su participación activa y fructuosa.
Un especial agradecimiento quiero dirigir a los periodistas presentes en este momento y aquellos que lo siguen de lejos. Gracias por su apasionada participación y por su admirable atención.
Iniciamos nuestro camino invocando la ayuda del Espíritu Santo y la intercesión de la Sagrada Familia, Jesús, María y san José. Gracias.
(Traducción por Mercedes De La Torre – RV).
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