El Papa de las periferias vuelve a las periferias y nos envía a ellas y desde ellas

El Papa de las periferias vuelve a las periferias y nos envía a ellas y desde ellas

Francisco se dispone este fin de semana a completar su maratoniano viaje de más de veinticinco mil kilómetros a Ecuador, Bolivia y Paraguay, en el corazón de América Latina, de la América, para más señas, hispana.

El Papa Bergoglio ha vuelto así a su América natal y donde desarrolló su ministerio sacerdotal y episcopal. Ya estuvo en Brasil en julio de 2013, pero aquel periplo estuvo marcado y contextualizado no tanto en visita a la Iglesia que peregrina en una determinada nación, sino en la JMJ 2013 Río de Janeiro. El viaje a Ecuador, Bolivia y Paraguay es su noveno viaje internacional y con estos tres países son ya once las naciones distintas visitadas, cuando aún no se han cumplido los dos años y medio de su elección pontificia.

Y a la pregunta de lo que lleva a Francisco a Ecuador, Bolivia y Paraguay, encontramos su primera y fundamental respuesta en lo que él mismo tantas veces nos ha dicho y repetido y también en relación a sus viajes apostólicos: las periferias. Francisco, que dentro de Europa, excluida la significativa y aglutinadora etapa con destino en Estrasburgo, símbolo de la Unión Europea, solo ha ido a Albania, Turquía y Bosnia y Herzegovina; Francisco, que ya ha estado en el Oriente próximo, medio y lejano de Asia y que a finales de noviembre viajará a África, con este recorrido andino quiere así visibilizar, una vez más, su opción y servicio preferentes hacia las periferias y los pobres.

Ecuador, Bolivia y Paraguay no son solo una periferia geográfica para Europa y Occidente. Esta percepción sería siempre relativa y dependiente, pues, del lugar desde donde se mire. Ecuador, Bolivia y Paraguay son, sobre todo, una periferia humana, un foco alejado de los poderes y de los intereses de este mundo.  De estos tres países hermanos, apenas sabemos  más que los nombres de sus capitales, algunas de las singularidades y veleidades de tantos de sus gobernantes y ahora del enorme impacto migratorio en países como España.  Y Ecuador, Bolivia y Paraguay se hallan, a pesar de sus inmensos recursos naturales, en las periferias del desarrollo y el bienestar, con respetivos PIB que los sitúan en los puestos 60, 95 y 88 entre todos los países del mundo.

Ecuador, Bolivia y Paraguay no son periferias en cuanto a población católica, en los tres casos por encima del 90%, pero sí siguen siendo tierra de misión y de pobreza, pobrezas, desigualdades e injusticias. Y a pesar de la acogida, alegría y bonhomía de sus gentes, siguen encontrándose tantas veces entre los olvidados, humillados y ofendidos de la humanidad.

Juan Pablo II, que realizó 104 viajes internacionales con destino en 133 países distintos, tan solo pudo ir una vez a cada uno de estas tres naciones: a Ecuador, en 1985; y a Bolivia y a Paraguay, en 1988. Y a Benedicto XVI –ocho años de ministerio, 24 viajes, 24 países- no le dio tiempo a recalar en ellos.

En este nuevo viaje a las periferias, Francisco quiere, además, mandar un mensaje al entero orbe católico: ir también a las periferias, ser y hacernos próximos, cercanos y solidarios hacia quienes las habitan y enviarnos desde ellas a testimoniar con alegría la fuerza transformadora del Evangelio.

Y es que, sí, como dijo Francisco nada llegar, el domingo 5 de julio, a Ecuador, en el Evangelio encontramos “las claves que nos permitan afrontar los desafíos actuales, valorando las diferencias, fomentando el diálogo y la participación sin exclusiones, para que los logros en progreso y desarrollo que se están consiguiendo garanticen un futuro mejor para todos, poniendo una especial atención en nuestros hermanos más frágiles y en las minorías más vulnerables”.

Días antes de este viaje a las tres citadas naciones hispanoamericanas, Francisco envió a sus habitantes en vídeomensaje, en cuyo texto adelantaba ya esta declaración de intenciones: “Quiero ser testigo de esta alegría del Evangelio y llevarles la ternura y la caricia de Dios, nuestro Padre, especialmente a sus hijos más necesitados, a los ancianos, a los enfermos, a los encarcelados, a los pobres, a los que son víctimas de esta cultura del descarte”.

¿Y cómo ir, estar, servir y ser enviados desde las periferias? Indicado quedaba ya antes: como el buen samaritano, aproximándonos, haciéndonos prójimos, no pasando de largo.

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