Papa Francisco explica la Navidad a través de San Francisco de Sales

Papa Francisco explica la Navidad a través de San Francisco de Sales

Audiencia general del Papa miércoles 28 de diciembre de 2022 sobre la Navidad a partir de algunos textos de San Francisco de Sales.

Por la mañana del miércoles 28 de diciembre el Papa Francisco tuvo la audiencia general de los miércoles en el Aula Pablo VI del Vaticano. La catequesis sobre el discernimiento –a cuyo tema se han dedicado 13 catequesis– estuvo interrumpida por una catequesis sobre la Navidad a partir de textos de San Francisco de Sales. La inclusión de este tema se debió a que precisamente este 28 de diciembre se conmemoraban 400 años del fallecimiento de este santo y doctor de la Iglesia. Ofrecemos a continuación el texto de la catequesis en lengua española.

Este tiempo litúrgico nos invita a detenernos y reflexionar sobre el misterio de la Navidad. Y puesto que hoy se cumple el cuarto centenario de la muerte de San Francisco de Sales, Obispo y Doctor de la Iglesia, podemos inspirarnos en algunos de sus pensamientos. Escribió mucho sobre la Navidad. A este respecto, me complace anunciar que hoy se publica la Carta Apostólica conmemorativa de este aniversario. El título es «Todo pertenece al amor», retomando una expresión característica de San Francisco de Sales. De hecho, así lo escribió en su Tratado sobre el amor de Dios: «En la santa Iglesia todo pertenece al amor, vive en el amor, se hace por amor y procede del amor» (Ed. Paoline, Milán 1989, p. 80). Y tal vez todos podamos ir por este camino del amor, que es tan hermoso.

Intentemos ahora ahondar un poco más en el misterio del nacimiento de Jesús, «en compañía» de San Francisco de Sales, uniendo así las dos conmemoraciones.

San Francisco de Sales, en una de sus muchas cartas dirigidas a Santa Juana Francisca de Chantal, escribe así: «Me parece ver a Salomón en el gran trono de marfil, dorado y tallado, que no tuvo igual en ningún reino, como dice la Escritura (1 Reyes 10, 18-20); ver, en fin, a ese rey que no tuvo igual en gloria y magnificencia (cf. 1 Reyes 10, 23). Pero prefiero ver al Niño en el pesebre que a todos los reyes en sus tronos» [1]: es hermoso lo que dijo.

Jesús, el Rey del Universo, nunca se sentó en un trono, nunca: nació en un establo –así es como lo vemos representado– , envuelto en pañales y acostado en un pesebre; y finalmente murió en una cruz y, envuelto en una sábana, fue depositado en el sepulcro. De hecho, el evangelista Lucas, al relatar el nacimiento de Jesús, insiste mucho en el detalle del pesebre. Esto significa que es muy importante no sólo como detalle logístico, sino como elemento simbólico para entender qué clase de Mesías es el que nació en Belén, qué clase de Rey: quién es Jesús.

Mirando el pesebre, mirando la cruz, mirando su vida de sencillez, podemos entender quién es Jesús. Jesús es el Hijo de Dios que nos salva haciéndose hombre, como nosotros, despojándose de su gloria y humillándose (cf. Flp 2,7-8). Vemos este misterio concretamente en el punto central del pesebre, es decir, en el Niño acostado en un pesebre. Este es «el signo» que Dios nos da en Navidad: lo fue entonces para los pastores de Belén (cf. Lc 2,12), lo es hoy y lo será siempre. Cuando los ángeles anuncian el nacimiento de Jesús: «Id a buscarlo»; y la señal es: encontraréis un niño en un pesebre. Esa es la señal. El trono de Jesús es el pesebre o el camino, durante su vida cuando predicaba, o la cruz al final de su vida: ése es el trono de nuestro Rey.

Este signo nos muestra el «estilo» de Dios. ¿Y cuál es el estilo de Dios? No lo olvides nunca: el estilo de Dios es la cercanía, la compasión y la ternura. Nuestro Dios es cercano, compasivo y tierno. En Jesús vemos este estilo de Dios. Con este estilo suyo, Dios nos atrae hacia sí. No nos toma por la fuerza, no nos impone su verdad y su justicia, no nos hace proselitismo, no: quiere atraernos con amor, con ternura, con compasión.

En otra carta, San Francisco de Sales escribe: «El imán atrae al hierro y el ámbar a la paja y al heno. Pues bien, tanto si somos de hierro por nuestra dureza, como si somos de paja por nuestra debilidad, debemos hacernos atraer por este Niñito celestial» [2]. Nuestras fortalezas, nuestras debilidades, sólo se resuelven ante el pesebre, ante Jesús, o ante la cruz: Jesús desnudo, Jesús pobre; pero siempre con su estilo de cercanía, compasión y ternura. Dios ha encontrado el medio de atraernos seamos como seamos: con amor. No un amor posesivo y egoísta, como desgraciadamente suele ser el amor humano. Su amor es puro don, pura gracia, es todo y sólo para nosotros, para nuestro bien. Y así nos atrae, con este amor desarmante y hasta desarmado, porque cuando vemos esta sencillez de Jesús, también nosotros arrojamos las armas del orgullo y vamos allí, humildes, a pedir la salvación, a pedir perdón, a pedir luz para nuestra vida, para poder seguir adelante. No olvides el trono de Jesús: el pesebre y la cruz, éste es el trono de Jesús.

Otro aspecto que destaca en el belén es la pobreza, –de hecho allí hay pobreza– entendida como renuncia a toda vanidad mundana. Cuando vemos que el dinero se gasta en vanidad: tanto dinero para la vanidad mundana; tanto esfuerzo, tanta investigación para la vanidad; mientras que Jesús nos muestra la humildad.

San Francisco de Sales escribe: «¡Dios mío, cuántos santos afectos suscita en nuestros corazones este nacimiento! Pero, sobre todo, nos enseña la renuncia perfecta a todos los bienes, a toda la pompa […] de este mundo. No lo sé, pero no encuentro otro misterio en el que se mezclen tan dulcemente la ternura y la austeridad, el amor y la severidad, la dulzura y la dureza» [3]: todo esto lo vemos en el belén. Sí, tengamos cuidado de no caer en la caricatura mundana de la Navidad. Y eso es un problema, porque eso es la Navidad. Pero hoy vemos que también existe «otra Navidad», entre comillas, es la caricatura mundana de la Navidad, que reduce la Navidad a una fiesta cursi y consumista. Quiere fiesta, quiere, pero que esto no es Navidad, la Navidad es otra cosa. El amor de Dios no es meloso, el pesebre de Jesús nos lo demuestra. El amor de Dios no es bondad hipócrita que oculta la búsqueda de placeres y comodidades. Nuestros mayores, que habían conocido la guerra y también el hambre, lo sabían bien: la Navidad es alegría y fiesta, ciertamente, pero con sencillez y austeridad.

Y concluyamos con un pensamiento de San Francisco de Sales que también he recogido en la Carta Apostólica. Se lo dictó a las Hermanas Visitandinas -¡imagínate!- dos días antes de morir. Dijo: «¿Ves al Niño Jesús en el pesebre? Recibe todos los estragos del tiempo, del frío y de todo lo que el Padre permite que le suceda. No rechaza los pequeños consuelos que le da su Madre, y no está escrito que extienda nunca las manos para tener el seno de su Madre, sino que todo lo deja a su cuidado y previsión; así nosotros no debemos desear nada ni rechazar nada, soportando todo lo que Dios nos envía, el frío y las injusticias del tiempo» [4].

Y aquí, queridos hermanos y hermanas, hay una gran enseñanza, que nos viene del Niño Jesús a través de la sabiduría de San Francisco de Sales: no desear nada y no rechazar nada, aceptar todo lo que Dios nos envía. Pero, ¡cuidado! Siempre y sólo por amor, porque Dios nos ama y sólo quiere nuestro bien.

Miramos el pesebre, que es el trono de Jesús, miramos a Jesús en los caminos de Judea, de Galilea, predicando el mensaje del Padre, y miramos a Jesús en el otro trono, en la cruz. Esto es lo que Jesús nos ofrece: el camino, pero éste es el camino de la felicidad.

A todos ustedes y a sus familias, ¡Feliz Navidad y Próspero Año Nuevo!

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