El país bajo el "efecto Duhalde": crece el temor de que la crisis derive en un estallido social

El país bajo el

Más allá de la polémica sobre si hay margen para un golpe, la advertencia del ex presidente puso la lupa en el riesgo de una ruptura de la cohesión social

En el ranking de las ironías políticas argentinas, el hecho de que haya sido Eduardo Duhalde quien desempolvara la expresión "golpe de Estado" debería figurar bien alto. Después de todo, cada vez que los Kirchner denunciaban conspiraciones o intentos destituyentes, siempre apuntaban a que era Duhalde el cerebro y organizador.

Lo insinuaba Néstor Kirchner en 2008, que veía una alianza Duhalde–Clarín-Sociedad Rural durante el conflicto del Gobierno y los productores sojeros. Luego, en 2010, tras el asesinato de Mariano Ferreyra por un enfrentamiento entre dos facciones rivales del gremio ferroviario, el Gobierno  insinuó que detrás del incidente estaba Duhalde, para lo cual se ofreció como "prueba" una nota periodística que tenía un año de antigüedad –los cibermilitantes K interpretaron erróneamente que era el diario del día anterior- en la cual se informaba una reunión entre el ex presidente y un gremialista ferroviario.

 

Y, sobre todo, Cristina Kirchner insinuó que fue Duhalde quien estaba detrás de las repetidas crisis pre-navideñas en las que se producían saqueos en barrios marginales. "Hay otras formas más lindas de hacer política" ironizaba la ex mandataria, cada vez que en sus discursos daba por obvio que una mano conspiradora estaba preparando los levantamientos.

Era uno de los temas que desvelaba a Cristina. En 2010 vivió la crisis por la masiva ocupación de terrenos en el parque Indoamericano. En casi todos los años hubo escenas tensas en el conurbano. A fines de 2012 hubo saqueos y enfrentamientos violentos en Bariloche y Santa Fe. Y el punto más grave fue en 2013, cuando en medio del caos por las huelgas policiales, se produjeron saqueos en masa, con epicentro en Córdoba.

Duhalde con Fernández: antes acusado de conspirador por el kirchnerismo, ahora advierte sobre el riesgo de un golpe

 

Cristina, que en su gestión presidencial siempre mostró una tendencia a las visiones conspirativas –cada movimiento del dólar era atribuido, según su visión, a intentos desestabilizadores armados por banqueros y empresas energéticas-, habrá escuchado con atención las palabras de Duhalde.

Resultó sugestivo el hecho de que en medio de ese clima enrarecido por el resurgimiento de la "grieta" haya salido a poner paños fríos sobre el alcance del proyecto de reforma judicial, casualmente uno de los más criticados por la oposición, que lo califica como un intento de atropello institucional.

Crisis social y el nuevo tipo de golpe

 

Lo cierto es que el siempre sospechado Duhalde fue el encargado de poner en alerta tanto a Alberto Fernández como a la propia Cristina -a quien llamó por teléfono para advertirle sobre riesgos de inestabilidad en el frente militar-.

¿En alerta de qué? Eso es lo que no termina de quedar claro. Porque lo cierto es que los golpes militares de estilo tradicional –con asalto al poder, un uniformado en la presidencia y proclamas de nuevo orden- son vistas hoy como un anacronismo que no tienen lugar en el siglo 21. Y los primeros que tienen esa percepción son los propios militares argentinos.

En cambio, la advertencia que sí fue tomada muy en serio es la del riesgo de una erosión de la cohesión social, de un vacío de poder y una crisis de representación política. En definitiva, un regreso del "que se vayan todos" en un clima de violencia.

En palabras del propio Duhalde: "Vamos a un estado pre-anárquico en el que te van a matar por un bizcocho". Una degradación social que puede derivar en "un escenario evidentemente peor que el 2001, ya que puede terminar en una especie de guerra civil".

Y tratándose de Duhalde, espectador privilegiado de la crisis que derrumbó a Fernando de la Rúa en medio de la implosión del régimen de convertibilidad, todo el mundo toma nota.

Por lo pronto, en la Cámara de Diputados ya hubo propuestas para citar urgente al ex mandatario, de manera de que explique exactamente el alcance de su pronóstico respecto de que no habrá elecciones el año próximo.

"El Congreso no puede permanecer impasible frente a la grave afirmación de que se encuentra en peligro la subsistencia del orden constitucional", sostuvo el diputado radical Martín Berhongaray.

En tanto, ya se transformó en una de las actividades preferidas de analistas políticos, empresarios del "círculo rojo" y polemistas de redes sociales la especulación sobre qué quiso decir exactamente Duhalde y qué tan cerca se puede estar de una crisis institucional en Argentina.

Hay consenso la comparación entre el momento actual y el final del 2001 parece un poco forzada. En aquel momento, la crisis era exclusivamente local, producto de un sistema que aparecía agotado y sin salida tras cuatro años de recesión. Ahora, el hecho de que la crisis económica afecte a todos los países como consecuencia de una pandemia hace que el malhumor social no cargue excesivamente las culpas en los gobiernos.

Los saqueos, una constante en la gestión de Cristina Kirchner, es el fantasma que preocupa a la clase política

 

Hay otra gran diferencia, y es que ahora hay un gobierno peronista, que en el imaginario social argentino es que ofrece, como su principal activo político, la gobernabilidad y capacidad de contención social, aun en los momentos de crisis. Y es exactamente ahí donde está apuntando Duhalde, al riesgo que implica que el peronismo no pueda cumplir con esas premisas.

Por lo pronto, ya cuenta con el rápido surgimiento de una oposición dura de parte de una clase media que le tomó el gusto a marchar su malhumor con masivas expresiones callejeras, un territorio que parecía patrimonio del peronismo y la izquierda.

Esas manifestaciones tienen una consecuencia ambigua. Para el núcleo duro del kirchnerismo, que renueva su mística militante en la antinomia "ellos y nosotros", no deja de ser un estímulo. Pero para Alberto es un problema, porque lo fuerza a optar entre su promesa de moderación y su necesidad de mantener el apoyo interno en la coalición de gobierno.

Con su desafiante frase tras la protesta del 17 de agosto -"No nos van a doblegar; los que gritan no suelen tener razón"- el Presidente confirmó que ante esa situación de presión se vio obligado a sobreactuar la autoridad. A lo cual siguió el entredicho con Mauricio Macri sobre la cuarentena. Todos gestos que preocuparon a Duhalde, que se transformó en el abogado del diálogo político.

Y acaso una pista de Duhalde esté en su mención a la actualidad brasileña, a la que calificó como "un gobierno democrático cívico-militar".  Es decir, la posibilidad no de un golpe de Estado propiamente dicho, sino del surgimiento de un liderazgo autoritario y "mesiánico" que tome al ejército como base de apoyo político. Una alternativa que por ahora se ve lejana pero no imposible, y algunos ya empiezan a ver en figuras como Sergio Berni la posibilidad de ese nuevo tipo de caudillismo.

El fantasma de la descomposición social

 

Lo que Duhalde y toda la clase política argentina sabe es que el hecho de radicalizar la agenda y el discurso no pone a un gobierno a resguardo de los desbordes sociales y, en definitiva, la pérdida de autoridad.

Pocos ejemplos son más demostrativos que los saqueos sufridos por Cristina. Para la ex mandataria, la prueba de la conspiración era que los disturbios se producían incluso en momentos de boom de consumo, como en 2013 cuando las compras de autos y de aparatos de aire acondicionado marcaban récords históricos.

Lo cierto es que, aun cuando pudiera ser cierto que el inicio de los saqueos respondía a una logística organizada, también era indesmentible que a los grupos organizados que iniciaba los disturbios le seguía el resto de la población civil. Las imágenes de mujeres y niños llevándose lo que pudieran de los mismos supermercados donde cotidianamente realizan sus compras dieron la pauta de la gravedad del fenómeno de descomposición social. Ese mismo riesgo que ahora está en riesgo de reaparecer.

En aquel momento, los críticos del kirchnerismo afirmaban que esa ruptura de valores era el mayor desmentido al mito de la "inclusión social". Los disturbios mostraban que no sólo persistía la pobreza sino que, además, había una situación de marginalidad desde el punto de vista cultural: una gran porción de la población ya no compartía los valores tradicionales según los cuales el consumo es el reflejo del esfuerzo personal, fruto del trabajo y el ahorro, en una sociedad que permite la movilidad social ascendente.

Alberto Fernández, entre la radicalización de la agenda y las consecuencias de la pandemiaAgenda radicalizada, pronósticos pesimistas

 

Lo preocupante del caso es que se empieza a notar un desgaste prematuro de la fórmula que a Cristina le dio resultado como para reponerse de las crisis durante ocho años: la combinación de asistencia social para los pobres, subsidios que permitieran el consumo de la clase media y una agenda de "causas épicas" que mantuviera en alto la moral de la base militante.

Alberto tiene menores márgenes de los que tenía Cristina, en todo sentido. Para empezar, la financiación de la asistencia social está en riesgo por el desplome de la recaudación tributaria. El Gobierno lo sabe mejor que nadie, y por eso intentó en su momento dejar sin efecto gran parte del programa IFE, en una versión "light" de la ayuda por la pandemia.

La realidad le impidió ese recorte. Y, en consecuencia, en este momento hay una búsqueda de variables de ajuste, donde aparecen como candidatos obvios las jubilaciones y los salarios estatales, mientras se dan guiños "market friendly" al sentarse en la mesa con el FMI.

Claro que eso debe ser compensado con gestos hacia el núcleo duro del kirchnerismo, lo cual llevó a Alberto a la seguidilla de iniciativas conflictivas, como las retenciones al campo, Vicentin, el "sondeo" para reestatizar Edesur, el proyecto de reforma judicial y la avanzada contra las "telcos", entre otros.

Pero la estrategia deja ver un problema: tiene un rendimiento decreciente, en el cual cada anuncio espectacular para recuperar la iniciativa y correr el eje de la discusión genera un impacto de menor duración y efecto.

Lo peor es que el efecto político pasa pero el daño queda (como se evidencia en casos emblemáticos como la ley alquileres, la virtual derogación de las SAS para emprendedores, las dudas sobre la aplicación del teletrabajo por la nueva ley, la sospecha de eternización de la doble indemnización por despido).

Todo eso dificulta la creación de empleo, que en definitiva será el gran eje social que determinará si habrá o no paz social en Argentina. Hoy por hoy, el panorama luce preocupante: hay economistas que –como Orlando Ferreres- ya hablan de un índice de pobreza del 50%, por el aumento del desempleo.

Lo peor es que los pronósticos son para preocuparse. Las consultoras coinciden en que la inflación subirá un escalón en los próximos meses, probablemente por encima de un nivel de 3% mensual.

Llevados al ámbito social, estos pronósticos entran en sintonía con la alarma que encendió Duhalde: un empeoramiento en las condiciones de vida de la población podría deteriorar la cohesión social, generar hechos de violencia y una sensación de falta de representatividad política.

Ya nadie golpea cuarteles, pero el riesgo de la pérdida de fe en la democracia no se fue. El tiempo dirá si finalmente Duhalde hizo un servicio o si su advertencia caerá en el anecdotario de errores políticos.

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