Un nuevo sumo pontífice no garantiza cambios en la Iglesia

Un nuevo sumo pontífice no garantiza cambios en la Iglesia
Por Sergio Rubín

Es difícil que se avance en temas de fondo, como celibato o sacerdocio femenino.

En medio de las intensas especulaciones y la gran incertidumbre acerca de quien será el nuevo Papa, en los círculos vaticanos una cosa parece clara sea quien fuere el futuro pontífice: no habrá que esperar grandes cambios en aquellas cuestiones que no pocos católicos verían de buen grado: por caso, la comunión a los divorciados en nueva unión, el celibato optativo y el sacerdocio femenino.

Los cardenales, en cambio, estarían inclinados a poner todas las fichas en una figura “muy pastoral”, es decir, con una espiritualidad de gran cercanía a los fieles y -de ser posible- un carisma que le permita conectar con la gente en tiempos muy mediáticos.

La alternativa de un Papa si se quiere popular y carismático, después de un pontífice como Benedicto XVI que proyectaba una imagen fría y distante, sería la gran oferta de los cardenales -siempre y cuando se pongan de acuerdo sobre la figura que responda a ese perfil- para airear una Iglesia que viene de muchos escándalos y pujas internas.

La elección no sería fácil: después de las denuncias de corrupción y peleas de poder en la curia romana el nuevo sumo pontífice debería tener el carácter para generar los cambios, resistiendo las presiones de la vieja guardia vaticana.

Por eso también se habla de que la elección del Papa debe contemplar a quién sería su segundo, el estratégico cargo de secretario de Estado del Vaticano.

Ahora bien: que no se esperen grandes cambios no quiere decir que no vaya a haber cambios. Por ejemplo, no se descarta que se admita la comunión a los divorciados en nueva unión en ciertas circunstancias, que se ordene sacerdotes a hombres casados en zonas de gran escasez de ministros religiosos y que las mujeres ocupen mayores posiciones en las estructuras eclesiásticas. O que se acepten ciertos métodos artificiales de anticoncepción.

En todos estos puntos ya hubo señales en los últimos años de que podría avanzarse parcialmente, descomprimiendo situaciones y dando algunas señales auspiciosas a vastos sectores católicos.

Con todo, hay otros cambios menos mencionados en los debates de café de los creyentes rasos, pero de gran importancia para la Iglesia, además de muy probables. Por caso, el avanzar hacia más colegialidad, es decir, una mayor participación de los cardenales y obispos en las tomas de decisiones.

Ello se enlazaría con cierta descentralización de la Iglesia, dando más preponderancia a los Episcopados nacionales. En todo esto hubo un claro retroceso durante los pontificados de Juan Pablo II y Benedicto XVI. De hecho, estas cuestiones -se asegura- estuvieron muy presentes en los plenarios de cardenales de estos días, preparatorios de la elección papal que comenzará el martes. En el fondo, lo que subyace es una cierta reformulación del papado que, si fuese más abierto, podría contemplar mejor el sentir de la Iglesia o de buena parte de ella. Cuanto menos ello sería -dicen sus impulsores- un punto de partida auspicioso. El cardenal de Barcelona, Luis Martínez Sistach lo puso en estos términos: “Un Papa sólo no pueda hacer la Iglesia; lo debemos ayudar todos”. Así el punto de partida sería un Papa que conecte con la gente. ¿Alcanzará todo ello ante las demandas de cambios?

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