Contenidos concretos para retomar una propuesta eclesial que había caído en el olvido
por Luis Badilla
En Quito el Papa Francisco pronunció tres importantes alocuciones, claras y lúcidas, intensas y en muchos aspectos originales. En su homilía durante la Santa Misa celebrada en el Parque del Bicentenario, delante de un millón y medio de personas el Papa desarrolló un pensamiento, una enseñanza verdaderamente “revolucionaria”. Dijo: “la evangelización puede ser vehículo de unidad de aspiraciones, sensibilidades, ilusiones y hasta de ciertas utopías. Claro que sí; eso creemos y gritamos”.
Y al concluir la homilía Francisco afirmó que “Donándose el hombre vuelve a encontrarse a sí mismo con verdadera identidad de hijo de Dios, semejante al Padre y, como él, dador de vida, hermano de Jesús, del cual da testimonio. Eso es evangelizar, ésa es nuestra revolución –porque nuestra fe siempre es revolucionaria–, ése es nuestro más profundo y constante grito”.
En las palabras del Papa se puede captar un contenido que probablemente ha faltado en el pasado en la exhortación a una “nueva evangelización” (que lanzó Juan Pablo II en América Latina); durante todos estos años no se había logrado dar un contenido sólido, original y convincente a esa “nueva evangelización. La expresión se repitió muchas veces de manera retórica, casi como una fórmula ritual, y fue cayendo gradualmente en el olvido.
Probablemente ahora el Papa Francisco ha sabido definir los contenidos fundamentales de lo que sería una verdadera, real y concreta “Nueva Evangelización”. Estas fueron sus palabras, retomando la Exhortación Evangelii Gaudium: «Mientras en el mundo, especialmente en algunos países, reaparecen diversas formas de guerras y enfrentamientos, los cristianos queremos insistir en nuestra propuesta de reconocer al otro, de sanar las heridas, de construir puentes, de estrechar lazos y de ayudarnos “mutuamente a llevar las cargas”» (Ibid., 67). El anhelo de unidad supone la dulce y confortadora alegría de evangelizar, la convicción de tener un inmenso bien que comunicar, y que comunicándolo, se arraiga; y cualquier persona que haya vivido esta experiencia adquiere más sensibilidad para las necesidades de los demás (cf. Ibid., 9). De ahí, la necesidad de luchar por la inclusión a todos los niveles, luchar por la inclusión a todos los niveles evitando egoísmos, promoviendo la comunicación y el diálogo, incentivando la colaboración. Hay que confiar el corazón al compañero de camino sin recelos, sin desconfianzas. «Confiarse al otro es algo artesanal, porque la paz es algo artesanal» (Ibid., 244). Es impensable que brille la unidad si la mundanidad espiritual nos hace estar en guerra entre nosotros, en una búsqueda estéril de poder, prestigio, placer o seguridad económica”.
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