El obispo de Mar del Plata, monseñor Antonio Marino, presidió el domingo la misa en la capilla santa Cruz, ubicada dentro del Cementerio Parque Municipal, con gran cantidad de fieles que participaron de la eucaristía. Asimismo durante todo el día, diáconos permanentes y algunos laicos que se preparan para el diaconado, acompañaron a las personas que querían rezar junto a sus seres queridos difuntos, anotaron intenciones para la misa y sobre todo pudieron escucharlos y contenerlos.
“El día de los difuntos nos lleva a recordar a nuestros padres, hermanos, hijos, seguramente parientes, amigos y también a toda aquella multitud que Dios conoce de los que partieron de este mundo, con la fe en el Señor. Han dejado esta vida temporal, para entrar en la otra aldea de la vida, la Vida Eterna. Lo mejor que hacemos por ellos es orar, y sobre todo ofrecer el santo sacrificio de la misa”, inició diciendo en su homilía monseñor Marino. “Es también un día de esperanza, porque los que creemos en Cristo sabemos que vino a nuestra historia, a nuestro mundo, y experimentó la existencia del mal, y la transformó, la llenó de significado, el significado de acatamiento de la voluntad de Dios, la obediencia de amor, la obediencia filial a Dios Padre, y junto con eso el amor al prójimo, en quien vemos hermanos. Jesús asumiendo la muerte, la venció y resucitó lleno de gloria, y nos abrió el camino. Los que tenemos la fe puesta en Él, entendemos que la muerte es inevitable, es el paso, el tránsito, a lo definitivo”, explicó el pastor de la Iglesia Católica de Mar del Plata.
“También el día de los fieles difuntos, nos lleva a pensar, en la gloria eterna que nos espera, la felicidad sin fin pero también en esto: fuimos creados para alcanzar la plenitud del amor, Por nuestra fragilidad, siempre estamos rebajando, retaceando esa existencia, y vamos acumulando, como una pátina, un obstáculo que es una resistencia a la gracia y por eso la Iglesia nos recuerda esa realidad que llamamos el purgatorio. No tenemos que pensarlo como un castigo, sino como una purificación que es obra de la misericordia de Dios; y como existimos con los demás, constituimos una comunión, nosotros, podemos ayudar a nuestros difuntos y a todos con nuestra plegarias, y con el santo sacrificio de la misa. Y la Iglesia lo hace cada día, y en cada misa, y eso acelera esa etapa de purificación, en la que Dios ‘hermosea’ a su creatura, la vuelve digna de sí”, señaló el prelado, y finalmente pidió “que se vaya ahondando día tras día, esta convicción de dónde venimos, a quién pertenecemos, hacia dónde vamos. El que sabe eso y lo vive, tiene el sentido de esta vida, redime el tiempo y prepara esa gloria que de tan grande ni la podemos imaginar”.
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