El arzobispo de La Plata, Mons. Héctor Aguer, realizó en el programa “Claves para un mundo Mejor”, una recorrida por cada día de la Semana Santa y señaló que “todos los dolores del mundo, todos nuestros propios dolores son puestos al lado de la Cruz de Cristo para que se conviertan en consolación, en alegría por su resurrección” (...)
(...) , y sostuvo que “por eso los cristianos no perdemos nunca la esperanza porque miramos más allá de la muerte, ese paso terrible que a veces nos intimida, miramos en la resurrección, en participar de la gloria de Cristo, en la vida eterna”.
“El Triduo Pascual -explicó el prelado platense- comienza el jueves a la tarde en la celebración del recuerdo de la Última Cena del Señor porque, en ese momento sagrado, Jesús nos dejó la Eucaristía que es el sacramento de su muerte y su resurrección, es la memoria perpetua y actualizada, cada vez que se celebra, del misterio pascual”.
“El Triduo está constituido por el viernes, el sábado y el domingo. Nosotros decimos en el Credo que Jesucristo murió, fue sepultado y resucitó de entre los muertos. Ese es el misterio central de nuestra fe: el hecho de que el Hijo del Hombre, aquel cuya encarnación celebramos en la Navidad, que asumió nuestra naturaleza humana la ofrece al Padre en sacrificio. Jesús asumió nuestra naturaleza humana total, con todo lo que significa ser hombre excepto el pecado porque Él debía diluir nuestros pecados con el sacrificio ofrecido al Padre de su muerte y su resurrección”.
“Ahora en la celebración de la Pascua llega a su culminación la misión de Cristo. Para eso vino, para redimir al mundo, para liberarnos del pecado, para disolver con su sangre nuestros pecados”.
“El Viernes Santo -continuó el arzobispo su catequesis- es la jornada en la cual nuestra mirada y nuestro corazón se dirigen a la Pasión de Cristo por eso la lectura o el canto de la Pasión del Viernes Santo es impresionante. No es lo mismo si la leemos en nuestra Biblia que oírla proclamar allí ese día porque es como si reviviéramos lo que allí ocurrió. En el Viernes Santo también nos ponemos al lado de la Virgen Dolorosa y le decimos: Señora quédate que Jesús muere en la Cruz y ayúdanos con tu intercesión a que nos identifiquemos plenamente, por la fe y el amor, con ese Cristo que muere por nosotros”.
“El Sábado Santo -enseñó monseñor Aguer- es el día del gran silencio porque Dios estuvo muerto. Esa frase parece una enormidad y algunos filósofos del sigo pasado han hablado de la muerte de Dios y nosotros podemos decir que Dios estuvo muerto. Dios en la persona de su Hijo, en la segunda persona de la Santísima Trinidad, conoció la muerte y conoció la sepultura. Les repito el Credo: “fue crucificado, muerto y sepultado”.
“Este día de gran silencio es una jornada en que los cristianos no sabemos bien qué hacer porque desde el punto de vista litúrgico no pasa nada. Hemos celebrado la Pasión del Señor el Viernes Santo con el viacrucis que suele hacerse a la noche y que es conmovedor, pero el Sábado Santo no pasa nada porque es, precisamente, el día que Jesús estuvo muerto”.
“Y este sábado, con todo su silencio, nos lleva a la plena celebración del Misterio Pascual que es la Resurrección de Jesús. La celebración comienza a la noche con la Vigilia Pascual que no puede celebrarse a la tarde, con el sol arriba todavía, sino que tiene que empezar cuando ya oscureció. Es una ceremonia larga y bellísima en la que también se celebra la iniciación cristiana de aquellos catecúmenos que se han venido preparando para hacerse cristianos”.
“La entrada de la luz del cirio pascual al templo oscuro nos hace recordar que Cristo es la luz del mundo y que vino, por su muerte y resurrección, a iluminarnos con esa luz, a participar nosotros de esa luz que Él es. La luz se va propagando entre los fieles y después que se canta el anuncio pascual se encienden todas las luces del templo y es cuando comenzamos a introducirnos en la alegría de lo que significa la Pascua, en la alegría de la Resurrección”.
“El Domingo, a lo largo de toda la jornada, oímos cantar el “Aleluya” y a exultar de alegría porque el Señor ha muerto y ha resucitado por nosotros”.
“De la celebración de Semana Santa -reflexionó el prelado platense- nos queda que estamos llamados a participar del misterio pascual. Jesús dice: “Si alguien quiere seguirme, quiere ser mi discípulo, que cargue con su cruz y me siga”. Todos los dolores del mundo, todos nuestros propios dolores son puestos al lado de la Cruz de Cristo para que se conviertan en consolación, en alegría por su resurrección”.
“Por eso -concluyó monseñor Aguer- los cristianos no perdemos nunca la esperanza porque miramos más allá de la muerte, ese paso terrible que a veces nos intimida, nosotros miramos en la resurrección, en la gloria, en participar de la gloria de Cristo, en la vida eterna”.
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