El método pastoral de Francisco a los ocho años del inicio de su Pontificado

El método pastoral de Francisco a los ocho años del inicio de su Pontificado

"En Doctrina Social de la Iglesia, el método que se ha utilizado ha sido el inestimable método: ver, juzgar y actuar".

"Su santidad Francisco, desde su elección y con la frescura de su pastoral, su amor por el evangelio y la centralidad del Señor, nos ha permitido ver en su práctica el siguiente método: escuchar, discernir, encontrar"

 

"La fe viene de la escucha y sólo después de haber escuchado es posible corresponder a la Palabra creyendo... Sólo quien ha escuchado tiene la oportunidad de discernir"

 

"Escuchar y discernir carecería de sentido sin salir al encuentro de los hermanos en las diversas realidades y en las periferias de la existencia en las que éstos se encuentran"

 

"Sólo en consecuencia del camino ofrecido por este itinerario a partir de sus tres grandes líneas: escuchar, discernir y encontrarse, es como la acción presente de la Iglesia podrá ser efectiva y profundamente cristiana"

En Doctrina Social de la Iglesia, el método que se ha utilizado ha sido el inestimable método: ver, juzgar y actuar. Un procedimiento valioso y siempre vigente. Sin embargo, desde que ha sido elegido como sucesor de Pedro en el ya distante 13 de marzo de 2013, su santidad Francisco, con la frescura de su pastoral, su amor por el evangelio y la centralidad del Señor, nos ha permitido ver en su práctica el siguiente método: escuchar, discernir, encontrar.

Escuchar, esencial al cristianismo

Dios escuchó el clamor de su pueblo, en presencia de sus opresores (Cfr. Ex 3, 7b). Dios escucha, y en su relación con Él, la experiencia del hombre bíblico no es sólo la experiencia de quien ve a Dios sino de quien le escucha. Escuchar es también la esencia del cristianismo primitivo. El cristiano y la comunidad es el auténtico escuchante de la Palabra.

La fe viene de la escucha y sólo después de haber escuchado es posible corresponder a la Palabra creyendo. Así pues, la Revelación de Dios se escucha, ese es el fundamento teológico: «Dios ha pronunciado su palabra en Jesucristo. Porque Dios ha pronunciado su palabra toda la creación está obligada a escuchar esa palabra. Sólo la persona humana puede elegir escuchar o no escuchar». Jesús es un maestro porque ha de ser escuchado.

Así pues, no es tanto lo que se habla ni cómo se dice, es la manera en la que se escucha la que deja al descubierto quién se es. La persona es un ser integral, por esta razón cuando escucha involucra todo lo que es y tiene, no sólo los oídos. El ser entero se dispone agradecido a escuchar fascinado lo que el otro tiene que decir. Así pues, se le escucha con los ojos y las manos, con la inteligencia y corazón, todo el ser se abre a la comunicación con el otro. Escuchar es parte del credo de Israel, es parte constitutiva del mandamiento.

Este es el principio de la sabiduría. La crisis del corazón y el endurecimiento del mismo tiene como camino de destrucción cerrar los oídos y dejar de escuchar. Escuchar es el principio de comunión que hace posible la vida en la Iglesia. ¡Eso nos está enseñando y recordando Francisco! Es precisa una escucha activa en dos dimensiones: escuchar al otro, para poder escuchar a los otros. No acumulamos en la inteligencia un conjunto de escenas de la vida social, sino que primero estamos invitados a escuchar lo que sucede, en sus diversas frecuencias. Así, dejando que nos toquen en lo profundo, nos permitirán ver, como un momento, que se incluye en el segundo paso de nuestro método.

En suma, el que no escucha, no está en condiciones de vivir en una Iglesia que es madre y maestra, precisamente porque se hace escuchar. Francisco nos ha dado un grande testimonio de la grandeza y la importancia de la escucha, especialmente en las periferias de la existencia.

 

Discernir, la tarea del cristiano

Sólo quien ha escuchado tiene la oportunidad de discernir. Discernir constituye la actividad del cristiano, del discípulo que busca hasta hallar la voluntad de Dios. Y, tal como la escucha es un don de Dios, del mismo modo lo es el discernimiento, que no se limita a un simple juzgar las cosas. Constituye la reverente actitud de quien toma con religioso obsequio lo que ha escuchado sin traicionarlo, y se dispone a encontrar en esto una serie de realidades. «En el discernimiento reconocemos una manera de estar en el mundo, un estilo, una actitud fundamental y al mismo tiempo un método de trabajo, un camino para recorrer juntos que consiste en observar la dinámica social y cultural en la que estamos inmersos con la mirada del discípulo».

Entonces, lo que el método clásico sugiere como ver en el primer momento de la acción de la Doctrina Social, en nuestra propuesta se incluye sólo en un segundo momento. Privilegiamos como acercamiento a la realidad la escucha, y sólo en consecuencia de ésta se incluye el ver, desde una mirada de discípulo, bajo la acción del Espíritu Santo. No miramos desde nuestras categorías y con nuestras lentes, sino que sólo después de haber escuchado, sólo así es posible ver y discernir con claridad. Ver sin discernir no tiene sentido.

Escuchar, para que escuchando sea posible ver y con esta información discernir, esto es participar en la búsqueda de la voluntad de Dios hecha común, comprometiéndose en la serie de acciones que bien describe Edward Miercieca como los elementos del discernimiento comunitario: orar pidiendo la apertura del Espíritu Santo durante todo el proceso del discernimiento, a informarse concienzudamente, lo que también es parte del discernimiento. Aportar y participar activamente desde la escucha de la Palabra.

A hacer silencio para volver a escuchar lo que sigue resonando en el interior y a partir de ello continuar la reflexión, a purificar en el trabajo en grupo y de forma personal las motivaciones e intenciones, y de nuevo escuchar con el corazón abierto, en tensión, por un lado, hacia Dios y por el otro hacia las realidades comunitarias, buscando siempre el bien común por encima de cualquier otro interés, el bien duradero y no el más fácil. Discernir hasta encontrar el precioso tesoro en el campo que permita ponerse en camino a vender todo lo que se tiene con tal de comprar el campo que esconde al tesoro.

En suma, esto y más es lo que implica el discernimiento, como la búsqueda efectiva y sincera de hacer la voluntad del Señor. Francisco con su acción, con su vida, con sus silencios y sus miradas nos ha reflejado la grandeza de un hombre que discierne. Gracias a su discernimiento estamos en la Iglesia en la que ahora nos encontramos...

Encontrarse, verdadera misión del discípulo

Escuchar y discernir carecería de sentido sin salir al encuentro de los hermanos en las diversas realidades y en las periferias de la existencia en las que éstos se encuentran. La experiencia del encuentro sólo se realiza cuando nos decidimos a no avergonzarnos del ser humano, como nunca lo hizo Cristo; Él, como buen samaritano, supo salir al camino de aquellos que estaban ciegos, o paralíticos, de aquellos que padecían lepra y las demás enfermedades que los detenían dejándolos en un estado de vulnerabilidad, marginándolos de la vida. Situándolos «a la orilla del camino», como en el caso del ciego Bartimeo (Cfr. Mc 10, 46-52) o del hombre que fue asaltado en el camino de Jerusalén a Jericó (Cfr. Lc 10, 29-37).

Jesús fue totalmente consciente que el «otro» es un «tú», y «él» siempre es un «yo». Por esta razón en cada encuentro con los demás reconocía la sacralidad del rostro humano. Incluso, nuestro Señor dejó de manifiesto que «el encuentro» constituye una necesidad profunda del hombre. Esa es la justificación por la que, en el relato de la Creación, una vez que el hombre nombró a todos los animales de la creación, se dio cuenta que ninguno de ellos era una buena compañía, que satisficiera su verdadera necesidad de encuentro.

El tercer momento de nuestro método para la irrupción de una nueva forma de sentir a Dios y desde Él vivir, consiste en salir al encuentro únicamente después de haber escuchado y discernido. Así, el encuentro que se producirá con los otros será un encuentro verdaderamente cristiano. Con una tensión en la doble realidad, por un lado, de regresar al Dios de Jesucristo, cuya nota esencial es la misericordia. El Dios que, como un Padre con actitudes entrañablemente maternales, «espera amable y tierno el regreso de sus hijos, que cuando los ve acercarse se encuentra con ellos para cubrirlos de besos, y llevarlos al interior de la casa» (Cfr. Lc 15, 20).

 

 

Esta Iglesia que se encuentra es la que está integrada por los cristianos que se deciden salir al encuentro de los demás, con la calidad con que lo hizo aquel samaritano que bajaba esos 27 kilómetros desérticos para llegar a Jericó (Cfr. Lc 10, 33- 35). Esa es la Iglesia que el Papa Francisco quiere que los cristianos construyan: «La Iglesia en salida es la comunidad de discípulos misioneros que primerean, que se involucran, que acompañan, que fructifican y festejan. Sugerimos como oportuno este método para acercarnos cristiana y proféticamente a las realidades que enfrenta el mundo y a las que se ha de ofrecer una respuesta a la luz del Evangelio.

Consideramos que sólo en consecuencia del camino ofrecido por este itinerario a partir de sus tres grandes líneas: escuchar, discernir y encontrarse, es como la acción presente de la Iglesia podrá ser efectiva y profundamente cristiana. El llamado que nos hacen los pobres es a escucharlos y, con ello, discernir para encontrarnos en el interior de una Iglesia que sale aun cuando corra el riesgo de accidentarse, que no se esconde ni se atrinchera en sus seguridades.

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