La memoria colectiva

Por Prof. Graciela Nabel de Jinich (*)

La memoria colectiva se puede definir como "la acumulación de las representaciones del pasado que un grupo produce, mantiene, elabora y transmite a través de la interacción entre sus miembros'' (Jedlowski, 1997).

Sin embargo, la memoria colectiva es más que las memorias compartidas de acontecimientos específicos: es una aproximación sistemática al pasado, que implica distintos niveles explicativos, que tiene en cuenta tanto procesos de grupo y dinámicas sociales generales como procesos interindividuales.

Dentro de ella, ciertos acontecimientos tienen un papel estructurante alrededor del cual se organiza la representación.

Inicialmente una visión excesivamente cognitivista racionalista ignoraba las emociones.

Aunque Halbwachs había explicado que la memoria colectiva era una memoria afectiva, sólo recientemente se ha estudiado y comprendido el papel de la emoción en la formación de la memoria colectiva. Al comienzo de los años ochenta aumentaron los investigadores que se interesaron por las emociones y por los estudios sobre la relación entre emoción y memoria aumentaron.

Y es en este marco que destacamos la importancia del trabajo sobre esa memoria colectiva que recuerda y destaca actos de cuidado y solidaridad, de heroísmo y amor al prójimo en las épocas más tristes y devastadoras de la historia. Actos que nos traen esperanza y enseñan a las generaciones actuales y futuras a luchar contra la intolerancia, la discriminación, la xenofobia y el racismo en un accionar diario. Esto exige compromiso y responsabilidad compartida por todos los integrantes de la comunidad. También por el gobierno. La tolerancia, el respeto mutuo, la igualdad y la paz son valores irrenunciables que se deben promover permanentemente. 

Es en este camino que la Ciudad de San Juan junto a la Sociedad Israelita de Beneficencia de San Juan erigen un monumento para recordar el holocausto y para homenajear a los jóvenes del Levantamiento del Ghetto de Varsovia y en ellos a las víctimas asesinadas en la Shoá y a las que sobrevivieron, a los Justos y a quienes siempre tuvieron en su meta la búsqueda de la libertad para todos. 

Así: un monumento. Y este, como otros monumentos en el mundo que nos llevan a esta etapa terrible de la historia del siglo XX, no se erige hoy como un monumento a la muerte ni sólo como una apelación a un muy lejano momento histórico que costó a la humanidad la vida a seis millones de víctimas judías inocentes... Miles de sobrevivientes llevan grabados en sus corazones al igual que en sus tatuados brazos una historia de dolor de sometimiento irracional e incomprensible y también, un irrenunciable mandato sagrado. El mandato de sobrevivir, de trascender de comunicar y de trasmitir. Su memoria, su identidad su religión, todo aquello que se intentó borrar de la faz de la tierra.

Este es un monumento a la vida, una demostración de que esta continúa y se multiplica; a pesar del horror y de recuerdos desgarradores la memoria nos mantendrá alertas.

Nosotros como individuos seremos reemplazados por otros y así por generaciones. 

El monumento cuya realización va de la mano del extraordinario artista Mario Pérez, ayudará a la memoria que perdurará, nos trascenderá como sociedad y cumpliremos con la deuda que tiene la humanidad toda con aquellos que clamaron justicia, aquellos que ya no están.

A 70 años de Auschwitz. A 100 años del Genocidio Armenio. Nunca más!

(*) Coordinadora Programa "Memoria y Legado'' Municipalidad de la Capital. Ex directora del Museo del Holocausto.

Comentá la nota