«Las lágrimas más amargas son las que provoca la maldad»

 «Las lágrimas más amargas son las que provoca la maldad»

Papa Francisco en la Vigilia dedicada a los que necesitan consuelo: «La verdadera medicina para el sufrimiento es la oración»; también Jesús sabe qué significa el llanto, el desconsuelo, el dolor. La «invocación universal»: «que Dios convierta los corazones de los violentos, detenga las guerras»

Por DOMENICO AGASSO JR. - CIUDAD DEL VATICANO

«Dios omnipotente y eterno, tú actúas en lo íntimo de los corazones: detén las guerras, convierte los corazones de los violentos y concede al mundo entero el don de tu paz». Es una parte de la «oración universal» que pronunció Papa Francisco en la basílica de San Pedro durante la Vigilia «para secar las lágrimas» (y las más amargas «son las que provoca la maldad humana»), dedicada a todos los que necesitan consolación. El Pontífice rezó por los cristianos perseguidos, por las personas en inminente peligro de muerte, torturadas, esclavizadas, sometidas a la experimentación médica; por las víctimas de la guerra, del terrorismo y de la violencia; por los niños abusados o jóvenes a los que les quitaron la infancia; por todos los que sufren físicamente por una enfermedad grave, por las personas discapacitadas y por sus familias; por todos los que han sido acusados injustamente, los inocentes, encarcelados, los que han sufrido injusticias; por los que han sido abandonados y olvidados, por quienes están deprimidos y desesperados, angustiados y sin confianza; por los que sufren la opresión de las dependencias; por las familias que han perdido hijos antes o después del nacimiento, por las personas que lloran a un muerto; por las personas separadas de sus familias y por sus seres queridos; por los que han perdido la casa, la patria, el trabajo.

La Vigilia comenzó con tres testimonios de sufrimiento: la de la familia Pellegrino, afectada por el drama del suicidio de un hijo; la historia de Félix Qasier, un refugiado político paquistaní, periodista de la minoría católica que tuvo que escapar a Italia para poner a salvo a su familia; y Maurizio Fratamico, con su hermano gemelo Enzo, cuya conversión todavía marca la historia de Maurizio, que cuando era joven había perdido el sentido de la vida. Estaban presentes en la Basílica vaticana, en este particular evento del Año santo extraordinario de la misericordia, representantes de todos los que llevan sobre los hombros historias de gran sufrimiento (y a todos ellos el Papa les rindió homenaje con una imagen del Cordero Pascual, el Agnus Dei, «expresión de la misericordia del Padre»): desde quienes, como el presidente de la asociación Hijos en el Cielo, han perdido prematuramente un hijo, hasta quienes han perdido a un ser querido en un accidente automovilístico, como la presidenta de la asociación «Víctimas de la calle». Además de estas voces, también estaban representantes de quienes han perdido a un miembro de su familia durante el trabajo, en la tragedia de las «muertes blancas».

«En los momentos de tristeza, en el sufrimiento de la enfermedad, en la angustia de la persecución y en el dolor por la muerte de un ser querido, todo el mundo busca una palabra de consuelo. Sentimos una gran necesidad de que alguien esté cerca y sienta compasión de nosotros», dijo Papa Francisco. «Experimentamos lo que significa estar desorientados, confundidos, golpeados en lo más íntimo, como nunca nos hubiéramos imaginado. Miramos a nuestro alrededor con ojos vacilantes, buscando encontrar a alguien que pueda realmente entender nuestro dolor. La mente se llena de preguntas, pero las respuestas no llegan —continuó. La razón por sí sola no es capaz de iluminar nuestro interior, de comprender el dolor que experimentamos y dar la respuesta que esperamos. En esos momentos es cuando más necesitamos las razones del corazón, las únicas que pueden ayudarnos a entender el misterio que envuelve nuestra soledad.

«Vemos cuánta tristeza hay en muchos de los rostros que encontramos —constató. Cuántas lágrimas se derraman a cada momento en el mundo; cada una distinta de las otras; y juntas forman como un océano de desolación, que implora piedad, compasión, consuelo». Y las lágrimas «más amargas», subrayó, «son las provocadas por la maldad humana: las lágrimas de aquel a quien le han arrebatado violentamente a un ser querido; lágrimas de abuelos, de madres y padres, de niños…».

Según Papa Francisco, «hay ojos que a menudo se quedan mirando fijos la puesta del sol y que apenas consiguen ver el alba de un nuevo día. Tenemos necesidad de la misericordia, del consuelo que viene del Señor». Y todos, explicó, «lo necesitamos; es nuestra pobreza, pero también nuestra grandeza: invocar el consuelo de Dios, que con su ternura viene a secar las lágrimas de nuestros ojos».

«En este sufrimiento nuestro no estamos solos. También Jesús sabe lo que significa llorar por la pérdida de un ser querido», afirmó Papa Francisco. «Es una de las páginas más conmovedoras del Evangelio: cuando Jesús, viendo llorar a María por la muerte de su hermano Lázaro, ni siquiera él fue capaz de contener las lágrimas. Experimentó una profunda conmoción y rompió a llorar».

 

Según el Papa, «el evangelista Juan, con esta descripción, muestra cómo Jesús se une al dolor de sus amigos compartiendo su desconsuelo. Las lágrimas de Jesús han desconcertado a muchos teólogos a lo largo de los siglos, pero sobre todo han lavado a muchas almas, han aliviado muchas heridas». Y Jesús también experimentó en su persona, explicó Papa Bergoglio, «el miedo al sufrimiento y a la muerte, la desilusión y el desconsuelo por la traición de Judas y Pedro, el dolor por la muerte de su amigo Lázaro». Pero Jesús «no abandona nunca a los que ama».

«Si Dios ha llorado —explicó—, también yo puedo llorar sabiendo que se me comprende. El llanto de Jesús es el antídoto contra la indiferencia ante el sufrimiento de mis hermanos. Ese llanto enseña a sentir como propio el dolor de los demás, a hacerme partícipe del sufrimiento y las dificultades de las personas que viven en las situaciones más dolorosas. Me provoca para que sienta la tristeza y desesperación de aquellos a los que les han arrebatado incluso el cuerpo de sus seres queridos, y no tienen ya ni siquiera un lugar donde encontrar consuelo. El llanto de Jesús no puede quedar sin respuesta de parte del que cree en él. Como él consuela, también nosotros estamos llamados a consolar».

 Y después Francisco lanzó una indicación crucial: «La oración es la verdadera medicina para nuestro sufrimiento. También nosotros, en la oración, podemos sentir la presencia de Dios a nuestro lado. La ternura de su mirada nos consuela, la fuerza de su palabra nos sostiene, infundiendo esperanza». «Necesitamos esta certeza —prosiguió—: el Padre nos escucha y viene en nuestra ayuda. El amor de Dios derramado en nuestros corazones nos permite afirmar que, cuando se ama, nada ni nadie nos apartará de las personas que hemos amado».

Para Francisco, «la fuerza del amor transforma el sufrimiento en la certeza de la victoria de Cristo, y de la nuestra con él, y en la esperanza de que un día estaremos juntos de nuevo y contemplaremos para siempre el rostro de la Santa Trinidad, fuente eterna de la vida y del amor».

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