El kirchnerismo y otra historia de espías

El kirchnerismo y otra historia de espías

Por: Ricardo Roa. Alberto Fernández va y viene con Perú y recibe a mapuches. Es el único que no se entera de lo que le está pasando.

Cuando hay situaciones que no se sabe bien si son en broma o son en serio, generalmente son de serias a muy serias. Pasemos revista, parcial, por cierto.

Fiel a su costumbre de zigzagueo, Fernández pasó de una cierta condena al intento de autogolpe del ex presidente peruano Castillo a un respaldo perfectamente cierto. Sustituido Castillo por el Congreso que Castillo quiso destituir por decreto, Fernández hasta habló por teléfono con Dina Boluarte, designada presidente. Y Boluarte tuiteó sobre la llamada de Fernández. Dijo: me “expresó su respaldo, apoyo y colaboración en el marco del fortalecimiento de nuestra democracia.... “. Suele pasar: a abundancia de palabras aclaratorias, confusión segura.

Fernández después no pudo resistir la ya tradición de seguir al mexicano López Obrador y cambió de canal para expresar “su profunda preocupación por la remoción y detención” de Castillo.

¿Cuándo habló en serio? ¿Lo sabrá ya o continúa en averiguación? En la Cancillería, aseguran que “no hubo cambio de posición”. Un clásico. Se trataría de una variante del conocido perdiendo ganamos. Por eso, el Presidente invitó a celebrar los logros de sus tres años de gobierno.

Fernández es el único que no se entera de lo que le está pasando. Convocó a un acto para mostrar fortaleza y lo que mostró fue debilidad. Brillaron las ausencias. No fueron ni Cristina ni su hijo Máximo, ausencias descontadas, como las de La Cámpora, conjunto empeñado en hacer creer que no han sido ni son parte del gobierno. Tampoco estuvieron los gobernadores. El ministro De Pedro optó por hacer home office y subir un video festejando los goles en Qatar. Y Massa, por su avenida del medio: llegó tarde. Una comedia de enredos. De los logros no hace falta hablar.

Les habría dicho Macedonio Fernández: faltó tanta gente que, si faltaba uno más, no entraba. Pero un presidente está para darse los gustos. Ese mismo jueves, Fernández recibió en la Rosada a una delegación de mapuches, en un acto que llamó “histórico”. Entre los visitantes estaba María Isabel Huala, madre del ya famoso Jones Huala, prófugo de la justicia chilena por incendiario y usurpador de tierras en el sur. Y como si todo esto fuera poco, ayer inauguró el pavimento de una calle en Berazategui y se comparó con la Selección.

De pronto algo que podría parecer broma resulta bien serio: la historia detrás de Sergio Szpolski, el ex zar de los medios kirchneristas, convertido en un panadero industrial de Villa Maipú, en pleno San Martín. La empresa se llama Panificadora Balcarce.

Szpolski es un personaje patético. Ex Franja Morada y rabino, fue tesorero de la Amia hasta que hundió al Banco Patricios y a una multitud de ahorristas de la colectividad judía. Nos vinimos a enterar de que ahora se dedica a la alimentación por Alejandro Alfie, quien contó en Clarín que Panificadora Balcarce está a un paso de la quiebra. Con Szpolski en el medio no tiene nada de asombro: el Grupo 23 que armó con Matías Garfunkel, quien quemó una fortuna heredada y hoy vive sumergido en dramas personales y económicos, acumuló durante el kirchnerismo una montaña de medios financiados con publicidad estatal y fondos secretos de la ex Side. No se sabe si esos medios eran usados para fabricar plata o para lavar plata. Sí se sabe que hostigaban y escrachaban a políticos y periodistas opositores. A la caída de Cristina, Szpolski cerró todo o casi todo y dejó un tendal de despedidos.

Lo que asombra de esta historia es lo que hay detrás de esta historia. En Balcarce aparecen hombres clave de la ex Side, como si la empresa fuera una extensión de la central de espías. Uno es el contador Juan José Gallea. Fue diez años presidente de Balcarce y al mismo tiempo gerente del Grupo editorial 23. También dos veces jefe de Finanzas de la AFI, el tercer cargo en importancia. Para que quede claro: Gallea manejaba los fondos reservados que luego iban a alimentar los medios de Szpolski, del que era directivo. Si siguen siendo socios o no, queda por saberse.

Entró primera vez a la ex Side de la mano de otro radical, el abogado Darío Richarte, al que Antonio De la Rúa puso de dos del jefe de los espías, el banquero Fernando De Santibañes. Richarte era parte del Grupo Sushi y ya afuera, siguió trabajando para la AFI desde su estudio jurídico. Entre otros, defendió a Amado Boudou, el vice condenado por corrupción. Intimo del operador macrista Daniel Angelici, con Arribas y Majdalani Richarte volvió a poner a Gallea en el mismo puesto que había tenido en la central de inteligencia.

Esta vez, Gallea se hizo tiempo para administrar la AFI y a la vez la empresa Balcarce, de la que Richarte aparece como uno de los dueños. Richarte fue directivo de Boca con Angelici y vicerrector de la UBA, otro lugar clave de las cajas de la política. Había empezado ahí con el rector Shuberoff, ya fallecido, y que terminó envuelto en un escándalo de corrupción cuando le descubrieron una docena de propiedades en Miami.

A través de familiares, otros dos personajes famosos aparecen vinculados a Balcarce: el auditor y eterno operador en la Justicia, Javier Fernández y Jaime Stiuso, que con los Kirchner supo ser jefe formal de los espías y jefe informal de jueces de Comodoro Py. Sirvió a los Kirchner casi hasta el final, cuando se opuso al pacto con Irán y se convirtió en una carga para Cristina. El agente en quien más confiaba el gobierno se transformó en enemigo público N°1. Cristina entonces intentó crear otro monstruo para la contrainteligencia: el general César Milani.

Szpolski, Richarte, Gallea, Fernández y Stiuso hace tiempo que han dejado de hacer cosas juntos. Las hacían cuando tomaron Balcarce en 2010 luego de una rara decisión de Guillermo Moreno que obligó a la mexicana Bimbo a desprenderse de marcas. De ahí se armó la sociedad de Szpolski y sus socios con la familia Sanabria, que se quedó con el 49 % de las acciones.

Para más datos o recuerdos: Kirchner había hecho lo mismo con el pase de manos de las cerveceras Bieckert y Palermo. Las quería comprar la chilena CCU pero el gobierno obligó a Brahma a vendérselas a Ernesto Gutiérrez, el empresario mimado entre los empresarios mimados de Kirchner. Tanto que en vez de llamarlo Ernesto lo llamaban "Esnéstor". Gutiérrez las compró en US$ 20 millones y al rato las revendió a US$ 80 millones. Y todavía hay quiénes se preguntan por qué estamos como estamos.

Comentá la nota