La voz del judaísmo.

La voz del judaísmo.

Por Jorge Rozemblum

Los sentidos nos permiten percibir estímulos físicos externos e internos para fabricar realidades en nuestra mente.

Aunque últimamente se suelen añadir otros sentidos a los cinco tradicionales. En la cultura popular se entiende el sexto de ellos como una habilidad especial para percibir realidades que pasan inadvertidas a otros. Basándose en intuiciones y procesos misteriosos.

Llama la atención, no obstante, que todos seamos capaces de reconstruir en nuestra imaginación estímulos físicamente inexistentes. Como al leer sin hablar o simplemente pensar. Procesos en los que implementamos una voz propia interior.

Menos habitual y psicológicamente calificados como patológicos son los casos en que se oyen voces interiores (no acústicas) ajenas.

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Sin embargo, el relato de las voces que sólo escucha un sujeto abundan en el Pentateuco, base de la teología y la filosofía judías.

Dios le habla a Adán y Eva, a su hijo Caín, a Noé y Abraham. Pero en la mente de quien más se hace oír es en la de Moisés. No en vano es el gran protagonista de la Torá.

No pasa lo mismo con el cristianismo en el cual las visiones y apariciones tienen un componente más visual y hasta, en ocasiones, colectivo.

De todos los sentidos humanos, el primero en desarrollarse es la audición, incluso antes de nacer, en el vientre materno: un entorno que brinda protección y sustento arropado por el ritmo regular de los latidos cardíacos de la gestante.

A partir de los tres meses de concepción no sólo somos capaces de percibir este estímulo físico, sino que nos vemos sometidos a un aprendizaje prenatal según el cual la regularidad sonora del corazón se traduce en seguridad y placer. Las irregularidades rítmicas derivadas de alteraciones emocionales de la madre van acompañadas de la inyección de hormonas que alteran la neurotransmisión, como si nos sometieran a las aterradoras terapias anticriminales de la novela La naranja mecánica de Anthony Burguess.

No en vano, la humanidad toda, sea cual sea su cultura, cultiva algún tipo de expresión artística o religiosa relacionada con la regularidad del ritmo y la vibración: lo que conocemos como música.

El Dios de los judíos habla. Su mensaje es verbal: no nos “muestra” qué va a pasar, sino que lo verbaliza, aunque su vehículo no es sonoro.

Por ello, cuando lo necesitamos, como en las próximas Altas Fiestas, no acudimos a instrumentos de bella sonoridad para llamarlo, sino al angustioso quejido que mana del cuerno de un animal como los que nos indica para el sacrificio (el shofar), como una inyección de ruido y hormonas espirituales.

Luego vendrán los hombres a traducir lo oído internamente a palabras escritas, pero que nunca tendrán el grado de santidad del verbo original. Como sucede con las Tablas de la Ley que Moisés reescribe después de destrozar las originales cinceladas por la mano divina tras su ataque de furia contra los idólatras del Becerro de Oro.

Por eso no tenemos objetos sagrados, ni siquiera Libros por los que inmolarnos, ya que el vehículo esencial de la Torá, la Enseñanza, es el habla transmitida de generación en generación, la Palabra interiorizada.

Shabat shalom

Jorge Rozemblum

Director de Radio Sefarad

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