Cuando tenía 6 años, sufría las atrocidades del nazismo. En ese marco, sus padres decidieron sacarla del Gueto de Varsovia y enviarla a la casa de otra familia que pudiera cuidarla y, de esa manera, salvarle la vida. Así, la escondieron en una bolsa de arpillera, entre herramientas de trabajo, y se la enviaron a una familia polaca.

Para salvarse, Irene tuvo que decir que sus padres habían muerto, que se llamaba Teresa y que era católica. Debió teñirse el pelo y memorizarse el padre nuestro.

Hacia el final de la guerra, Irene pudo reencontrarse con sus padres. Vivieron en la pobreza durante más de dos años, hasta que en 1948 lograron huir hacia la Argentina. 

A la sobreviviente le costó insertarse ya que no hablaba una palabra de español. Sin embargo, a base de esfuerzo y dedicación, pudo estudiar y graduarse de psicóloga. 

Irene se casó dos veces. La primera vez, enviudó joven, a los 30 años. Tuvo un hijo, que hoy es padre a la vez de una niña y un niño. La mujer volvió a apostar a la vida, se casó y tuvo otra hija, actualmente madre de un niño y una niña.