Por Héctor Pérez Bourbon
No parece haber dudas en cuanto a que las acciones y las palabras del actual Sumo Pontífice son un continuo tornado que levanta polvareda acá y allá.
No parece haber dudas tampoco en que cuando la polvareda se disipa quedan unos cuantos con polvillo en los ojos, lo que les impide mirar correctamente.
Hay quienes consideran que es poco; hay quienes consideran que es mucho. Porque, para peor, aparece luego algún cardenal, obispo o sacerdote que advierte que la doctrina no se cambia. ¿En qué quedamos? ¿Era que sí o era que no?
Algunos medios aprovechan la volada para exagerar las diferencias. Por ejemplo, hace un tiempo el mismo diario que decía en la parte final de un recuadro de la primera plana que: “[…] el guardián de la fe, Gerhard Ludwig Müller desautorizó a Francisco por su guiño a los divorciados”, más adentro, en la página 26, amainaba un poco el tono en el título del correspondiente artículo: “El guardián de la fe enmienda al Papa por su guiño a los divorciados”. Ya no desautoriza sino que sólo enmienda.
¿Por qué este “buscar roña”? No lo sé, pero trae a mi memoria una frase de Ricardo Güiraldes que, aunque dicha en otro tiempo y en otro contexto me parece, en esencia, perfectamente aplicable al caso: “Sólo los interesados en cavar odios que no llevan sino al caos pueden falsear los verdaderos intentos populares, tal vez porque a ellos convenga el malestar social en vista de prebendas personales”.
Pero, ¿no hay acaso contradicción entre lo que el Papa dice y hace respecto de lo que nos han enseñado y hemos aprendido como doctrina de la Iglesia? Por supuesto; esa es la primera impresión que se tiene: de que hay contradicción.
Y sólo hay dos maneras de pararse frente a esta aparente contradicción:
La primera es plantarse intransigentemente en una de las dos posiciones y renegar de la otra: “El Papa tiene razón; por fin la Iglesia se dio cuenta de que tiene que aggionar su doctrina dejando de lado esos absurdos y rígidos principios más cerca del medioevo que de los tiempos modernos y actuales”. O bien: “El nuevo papa sin duda está imbuido de las mejores intenciones y compenetrado de aspectos cruciales […] Desafortunadamente, sus propuestas en materia social conducen a graves problemas de falta de respeto a los derechos de las personas, lo cual afecta aspectos morales clave”.
O sea: está mal la doctrina o está mal el Papa; en cualquiera de sus dos versiones me parece una actitud soberbia.
La otra es una posición más humilde; tratar de desentrañar, tratar de comprender esta aparente contradicción.
Yo era muy chico cuando mi padre me hizo notar una cosa: “Si alguien se cayó, para poder ayudarlo a levantarse vas a tener que agacharte. Si te quedás erguido al lado de él, por más que trates de extender tu mano no conseguirás que logre incorporarse”.
Esto es, ni más ni menos, lo que está haciendo el Papa: trata de ayudar a los caídos y, para eso, se agacha.
El que crea que el Papa va a tirarse para estar igual que el caído está equivocado.
El que crea que ese agacharse del Papa significa que está diciendo: “No hay problema en estar caído si eso te gusta” está equivocado.
La Iglesia sigue diciendo que no es bueno estar caído. Esto no se ha modificado para nada.
El giro que sí ha dado el Papa Francisco es en el modo de tratar al que está caído: indica que para ayudar al que está caído hay que agacharse. Y esto para algunos es piedra de escándalo. Para los acostumbrados a creer que la Iglesia sólo se limita a señalar lo malo, lo pernicioso, lo denigrante que es estar caído esta nueva actitud del Papa desconcierta: es “signo de contradicción”.
Si uno se despoja de prejuicios, si se saca el polvillo de los ojos, no me parece que sea tan difícil de entender.
“Porque vino Juan, que no comía ni bebía, y dicen: Está poseído del demonio. Vino el Hijo del hombre, comiendo y bebiendo, y dicen: Es un comilón y bebedor de vino, amigo de publicanos y pecadores”. (Mt. XI, 18/19)
Comentá la nota