Francisco, rotundo: "La codicia es la causa principal de la corrupción"

Francisco, rotundo:

Invita en su mensaje de Cuaresma a "abrir la puerta de nuestro corazón al otro, porque cada persona es un don"

 

"La codicia es la fuente de la corrupción, y fuente de envidias, pleitos y recelos". El Papa Francisco ha lanzado una dura crítica a la "lógica egoísta" de la búsqueda de la riqueza absoluta durante su mensaje para la Cuaresma, presentado hoy. Una lógica que "no deja lugar al amor e impide la paz".

"El peldaño más bajo de esta decadencia moral es la soberbia", que nos lleva a "una especie de ceguera: el rico no ve al pobre hambriento, llagado y postrado en su humillación", constata Bergoglio.

En su mensaje, el Papa afirma cómo "el cristiano está llamado a volver a Dios", a "no contentarse con una vida mediocre, sino a crecer en la amistad con el Señor", pues "Jesús es el amigo fiel que nunca nos abandona, porque incluso cuando pecamos espera pacientemente que volvamos a él y, con esta espera, manifiesta su voluntad de perdonar".

Para Francisco, la Cuaresma es un tiempo propicio "para intensificar la vida del espíritu" a través del ayuno, la oración y la limosna, siempre con la Palabra en el centro. Y es que, como señala el título del mensaje, "La Palabra es un don. El otro es un don". Y, en especial, el relato de Lázaro, el pobre, y el rico.

"El pobre se llama Lázaro: un nombre repleto de promesas, que significa literalmente 'Dios ayuda'", subraya Bergoglio, y que "nos enseña que el otro es un don". "Incluso el pobre en la puerta del rico, no es una carga molesta, sino una llamada a convertirse y a cambiar de vida", recalca.

"La primera invitación que nos hace esta parábola es la de abrir la puerta de nuestro corazón al otro, porque cada persona es un don, sea vecino nuestro o un pobre desconocido", añade el Papa, quien subraya cómo "cada vida que encontramos es un don y merece acogida, respeto y amor", al tiempo que pide "abrir los ojos para acoger la vida y amarla, sobre todo cuando es débil".

Pero para hacer esto hay que tomar en serio también lo que el Evangelio nos revela acerca del hombre rico. En este punto, afirma el Papa, "la parábola es despiadada al mostrar las contradicciones en las que se encuentra el rico".

"La riqueza de este hombre es excesiva, también porque la exhibía de manera habitual todos los días", añade, incidiendo en que "en él se vislumbra de forma patente la corrupción del pecado, que se realiza en tres momentos sucesivos: el amor al dinero, la vanidad y la soberbia".

La codicia, que "es la causa principal de la corrupción y fuente de envidias, pleitos y recelos. El dinero puede llegar a dominarnos hasta convertirse en un ídolo tiránico" pues, "en lugar de ser un instrumento a nuestro servicio para hacer el bien y ejercer la solidaridad con los demás, el dinero puede someternos, a nosotros y a todo el mundo, a una lógica egoísta que no deja lugar al amor e impide la paz".

"La parábola nos muestra cómo la codicia del rico lo hace vanidoso", subraya el mensaje, que incide en que "el peldaño más bajo de esta decadencia moral es la soberbia", personificada en el hombre rico, que sufre "una especie de ceguera: el rico no ve al pobre hambriento, llagado y postrado en su humillación".

"Cuando miramos a este personaje, se entiende por qué el Evangelio condena con tanta claridad el amor al dinero", afirma el Papa, quien se detiene en la segunda parte de la parábola, vinculándola a la experiencia del Miércoles de Ceniza. "El rico y el pobre, en efecto, mueren, y la parte principal de la parábola se desarrolla en el más allá. Los dos personajes descubren de repente que sin nada vinimos al mundo, y sin nada nos iremos de él".

"El rico sólo reconoce a Lázaro en medio de los tormentos de la otra vida, y quiere que sea el pobre quien le alivie su sufrimiento con un poco de agua. Los gestos que se piden a Lázaro son semejantes a los que el rico hubiera tenido que hacer y nunca realizó", recuerda el Papa. Pero "en el más allá se restablece una cierta equidad y los males de la vida se equilibran con los bienes".

"La parábola se prolonga, y de esta manera su mensaje se dirige a todos los cristianos. En efecto, el rico, cuyos hermanos todavía viven, pide a Abraham que les envíe a Lázaro para advertirles; pero Abraham le responde: «Tienen a Moisés y a los profetas; que los escuchen». Y, frente a la objeción del rico, añade: «Si no escuchan a Moisés y a los profetas, no harán caso ni aunque resucite un muerto»", constata el Papa.

De esta manera se descubre el verdadero problema del rico:" la raíz de sus males está en no prestar oído a la Palabra de Dios; esto es lo que le llevó a no amar ya a Dios y por tanto a despreciar al prójimo", afirma el mensaje, que reivindica la Palabra de Dios como "una fuerza viva, capaz de suscitar la conversión del corazón de los hombres y orientar nuevamente a Dios". Y es que, "cerrar el corazón al don de Dios que habla tiene como efecto cerrar el corazón al don del hermano".

Concluyendo su mensaje, Francisco pide a los cristianos, de cara a la próxima Cuaresma, "que el Espíritu Santo nos guie a realizar un verdadero camino de conversión, para redescubrir el don de la Palabra de Dios, ser purificados del pecado que nos ciega y servir a Cristo presente en los hermanos necesitados".

"Oremos unos por otros para que, participando de la victoria de Cristo, sepamos abrir nuestras puertas a los débiles y a los pobres. Entonces viviremos y daremos un testimonio pleno de la alegría de la Pascua", finaliza el mensaje.

 

Texto completo del Mensaje del Papa Francisco:

La Palabra es un don. El otro es un don

Queridos hermanos y hermanas:

La Cuaresma es un nuevo comienzo, un camino que nos lleva a un destino seguro: la Pascua de Resurrección, la victoria de Cristo sobre la muerte. Y en este tiempo recibimos siempre una fuerte llamada a la conversión: el cristiano está llamado a volver a Dios «de todo corazón» (Jl 2,12), a no contentarse con una vida mediocre, sino a crecer en la amistad con el Señor. Jesús es el amigo fiel que nunca nos abandona, porque incluso cuando pecamos espera pacientemente que volvamos a él y, con esta espera, manifiesta su voluntad de perdonar (cf. Homilía, 8 enero 2016).

La Cuaresma es un tiempo propicio para intensificar la vida del espíritu a través de los medios santos que la Iglesia nos ofrece: el ayuno, la oración y la limosna. En la base de todo está la Palabra de Dios, que en este tiempo se nos invita a escuchar y a meditar con mayor frecuencia. En concreto, quisiera centrarme aquí en la parábola del hombre rico y el pobre Lázaro (cf. Lc 16,19-31). Dejémonos guiar por este relato tan significativo, que nos da la clave para entender cómo hemos de comportarnos para alcanzar la verdadera felicidad y la vida eterna, exhortándonos a una sincera conversión.

El otro es un don

La parábola comienza presentando a los dos personajes principales, pero el pobre es el que viene descrito con más detalle: él se encuentra en una situación desesperada y no tiene fuerza ni para levantarse, está echado a la puerta del rico y come las migajas que caen de su mesa, tiene llagas por todo el cuerpo y los perros vienen a lamérselas (cf. vv. 20-21). El cuadro es sombrío, y el hombre degradado y humillado.

La escena resulta aún más dramática si consideramos que el pobre se llama Lázaro: un nombre repleto de promesas, que significa literalmente «Dios ayuda». Este no es un personaje anónimo, tiene rasgos precisos y se presenta como alguien con una historia personal. Mientras que para el rico es como si fuera invisible, para nosotros es alguien conocido y casi familiar, tiene un rostro; y, como tal, es un don, un tesoro de valor incalculable, un ser querido, amado, recordado por Dios, aunque su condición concreta sea la de un desecho humano (cf. Homilía, 8 enero 2016).

Lázaro nos enseña que el otro es un don. La justa relación con las personas consiste en reconocer con gratitud su valor. Incluso el pobre en la puerta del rico, no es una carga molesta, sino una llamada a convertirse y a cambiar de vida. La primera invitación que nos hace esta parábola es la de abrir la puerta de nuestro corazón al otro, porque cada persona es un don, sea vecino nuestro o un pobre desconocido. La Cuaresma es un tiempo propicio para abrir la puerta a cualquier necesitado y reconocer en él o en ella el rostro de Cristo. Cada uno de nosotros los encontramos en nuestro camino. Cada vida que encontramos es un don y merece acogida, respeto y amor. La Palabra de Dios nos ayuda a abrir los ojos para acoger la vida y amarla, sobre todo cuando es débil. Pero para hacer esto hay que tomar en serio también lo que el Evangelio nos revela acerca del hombre rico.

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