Francisco y Cristina, un nuevo escenario

Eduardo Anguita.

Hicieron mal los analistas opositores en divulgar que a la presidenta le había caído mal la elección de Bergoglio como Papa.

Un austero mate. Ese fue el regalo de Cristina al Sumo Pontífice. Si el Papa no hubiera sido argentino, un mate se estacionaría al lado de unas mamushkas, de un tallado en marfil o de cualquier otro regalo típico. Por tratarse de compatriotas –y sabiendo que este Papa toma mate y mate cocido–, el regalo quizá forme parte de los objetos cotidianos de quien tenga el 99% de sus energías puestas en los problemas y desafíos de un mundo en crisis, pero que al menos el 1% lo invertirá en las idas y venidas de la Argentina. El hasta hace pocos días cardenal y ahora jefe de la Iglesia Católica, para cualquier observador desapasionado, era un líder religioso que puso sus fichas en la política con clara distancia del gobierno nacional. Su historia sacerdotal está asociada a Guardia de Hierro, una agrupación ortodoxa del peronismo, peleada con la izquierda peronista. Guardia no existe más como tal, pero "guardianes" hay, y muchos de ellos con participación en la gestión de gobierno. Pero, además, si se trata del pago chico, el hasta hace poco cardenal tiene relaciones directas con muchos hombres de la política y el sindicalismo que integran las filas del peronismo kirchnerista. Hicieron mal los analistas opositores en divulgar que a la presidenta le había caído mal la elección de Bergoglio como Papa. Ahora, estos sectores debieron callarse la boca. Es demasiado fuerte que Cristina haya sido la primera jefa de Estado en entrevistarlo y que encima haya sido invitada a almorzar, o que se mostraran ante las cámaras para que los vean juntos en todo el planeta.

¿Qué les interesa más a la presidenta argentina y al Papa: ese 99% de los problemas globales o ese pequeño 1% de los temas domésticos? Se equivocan los que disocian una cosa de la otra. Aunque la jerarquía católica argentina haya preferido desmarcarse del proceso iniciado en la Argentina en 2003 y asumir un papel conservador, ahora Francisco asume la postura del reformista, del desafiante del orden establecido. Sería injusto decir que el ahora Papa no se ha ocupado de los pobres. Es más, no hay curas inspirados en el tercermundismo que no hayan celebrado su asunción. El problema es que, siendo cardenal primado, el ahora Papa prefirió estar cerca de sectores que en la Argentina son claramente conservadores. Y lo que antes eran diferencias marcadas –percibidas tanto por los kirchneristas como por ciertos dirigentes que sentían cercanía al obispado–, ahora son oportunidades.

El Papa es mostrado por la comunicación vaticana como argentino y latinoamericano. Pues bien, ninguno de los presidentes y líderes que para la derecha europea son "populistas" se mostró contrariado con Francisco. Más bien todo lo contrario. Que El Vaticano puede apostar a líderes socialcristianos o democristianos en la región, no caben dudas. Que El Vaticano tiene sabiduría y experiencia de moverse en la diversidad y alimentar también a sectores comprometidos con el cambio, tampoco caben dudas. Un dato histórico: mientras Pío XII estaba en El Vaticano, se vivió el viraje, de la sintonía fina con el nacionalsocialismo y el fascismo, a fundar las democracias cristianas, que en el caso de Italia tuvo un ala importante de acercamiento a los comunistas. Pío XII gobernó El Vaticano hasta su muerte, ocurrida en octubre de 1958. Nunca hubo explicaciones, los secretos vaticanos sobre su relación con el nazismo siguen tan guardados como entonces. La Argentina, por esos años, también registró vaivenes en la relación entre el gobierno de Juan Perón y la jerarquía eclesiástica. Una relación cordial hasta que se complicó, y mucho. El conflicto estalló en los meses previos al feroz golpe de Estado de septiembre de 1955, y el gran logro de los sectores ultraliberales de la Armada y del Ejército fue que los sectores nacionalistas católicos –con Eduardo Lonardi como figura– se plegaran al derrocamiento de Perón.

Hay muchos escenarios de la inserción internacional de la Argentina donde la sola presencia de un Papa argentino puede actuar como disuasión o como factor conciliador.

Es más que positivo que Cristina haya pedido al Papa que se involucre en Malvinas. Sería audaz pensar que Francisco tome iniciativas directas y visibles en temas como Malvinas, como también en otros temas sensibles como el juicio en Nueva York de los fondos buitres o el protocolo con Irán. Pero los buenos oficios pueden hacerse sentir de muchas maneras. Ni qué hablar de la importancia de fortalecer el bloque regional del Mercosur, o de favorecer el afianzamiento de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños, presidida ahora por Raúl Castro, el presidente de un país que todavía es ajeno a la vetusta Organización de Estados Americanos. Cuba tiene buenas relaciones con El Vaticano. Fueron allí los dos últimos Papas, ¿se perderá Francisco la posibilidad de ayudar a Cuba en sus relaciones internacionales? La primera visita del Papa será a Brasil, donde hay una jerarquía católica mucho menos conservadora que la argentina. ¿Se perderá Francisco la posibilidad de tener una relación de excelencia con la potencia emergente del continente?

La presidenta argentina puede ayudar a esa agenda vaticana porque es su propia agenda. Es más, porque es la agenda por la que pelean muchos gobernantes tildados de populistas o de intolerantes de la región. Esos mismos gobernantes que respetan a rajatabla los procedimientos democráticos y que le dieron un lugar importante al colombiano Juan Manuel Santos, que inició conversaciones con las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia. Es decir, un diálogo que puede terminar con el último conflicto armado de la región. Latinoamérica es democrática y transita un presente de bastante paz social. Para El Vaticano, que ahora enarbola la lucha contra la pobreza, es una verdadera oportunidad tomar los avances de lucha contra la exclusión de la última década. Basta con repasar las cifras de la Comisión Económica Para América Latina para constatar que, además de ser una región que crece de modo sostenido, también mejoran los indicadores de distribución del ingreso y de desarrollo humano. ¿Cuánto? Poco. Mejoran las curvas de los gráficos porque los '90 fueron de terror. Por eso, hay mucho para hacer. No es un dato menor que Francisco haya usado un término como "Patria Grande" para referirse al continente. Le puso la carga emocional –y por qué no ideológica– como para dejar en claro que es preciso hacer una gran patriada para lograr los cambios de fondo.

Si se pretende buscar con cuidado sobre si alguno de los dos tenía expectativas diferentes, basta ver que tanto Cristina como Francisco sintonizaron lo mismo. Francisco no habló de asuntos ríspidos de su período de obispo de Buenos Aires sino que enfocó algo que forma parte de la cosmovisión de la presidenta argentina y del resto de los mandatarios progresistas de la región: le dio un texto donde están las conclusiones de la V Conferencia General del Consejo Episcopal Latinoamericano llevada a cabo en Brasil –Aparicia–, que tuvo al actual Papa al frente. En ese encuentro, los obispos latinoamericanos se pronunciaron a favor del desendeudamiento externo. Cabe recordar que la Argentina espera en pocos días el fallo de la Corte de Apelaciones de Nueva York iniciado por los fondos NML Capital y Aurelius, y no faltan opositores al gobierno que se regodean pensando que podría haber una resolución contraria al gobierno. No corresponde especular sobre si la asunción del Papa argentino pesa o no en el ánimo de los jueces neoyorkinos. Sí puede pensarse que ya podrían anoticiarse de la ideología de Francisco al respecto. Aquel documento de Aparicia toca varios temas que podrían tomar parte activa de la agenda global de El Vaticano, como por ejemplo la oposición al proteccionismo comercial de los países más poderosos o la promoción de un comercio internacional justo y equitativo.

Demasiadas cosas en tan pocos días. El tiempo es poco pero la dirección, el rumbo que tomará el vínculo entre el gobierno argentino y El Vaticano, parece mostrar certezas. Queda un tema interesante, doméstico si se quiere, respecto de cuándo vendrá el Papa a la Argentina. En principio quedó claro que en el poco tiempo que estuvieron juntos, el tema se tocó, ya que Cristina lo invitó formalmente para que visite el país, su país. Es un requisito protocolar que podría haber esperado. Importa ahora el gesto, el trato directo, sin especulaciones. La otra invitación formal debe partir de la Conferencia Episcopal Argentina, que por supuesto la cursará. Lo único concreto del viaje a la región es el compromiso de Francisco de acudir a Brasil, en julio próximo, para estar en la Jornada Mundial de la Juventud de Río de Janeiro. Parece apresurado arriesgar si vendrá a Buenos Aires en ese mismo viaje o lo hará en uno siguiente. Aunque esto trasciende la política doméstica, que esto suceda en un año electoral le pone al escenario de alianzas y enfrentamientos un condimento más que inesperado. Por ahora, de modo contundente, tranquiliza los ánimos. No es poco.

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