Francisco en Chile, una visita “difícil”

Francisco en Chile, una visita “difícil”

Entre las muchas y variadas razones dos parecen determinantes: la precariedad autoreferencial de la Iglesia local y las muchas ambigüedades del gobierno saliente en el contexto de la cuestión boliviana

Distintos sondeos y análisis demoscópicos dicen que en Chile, a solo 12 días de la visita del Papa Francisco a tres ciudades del país, la empatía por el evento es baja, es más, bajísima: 36%. Desde hace meses en la prensa varios observadores y comentaristas, chilenos y no chilenos, repiten casi con cansancio: “La gente es indiferente, lejana, ocupada en otras cosas... irritada con la jerarquía, y no es precisamente la llegada del Papa lo que más preocupa a los chilenos”. Por tanto muchos hablan de una “visita muy difícil, compleja e incierta, problemática”. Está fuera de duda que el Papa, querido y respetado, será bien acogido pero también está claro que casi ninguno se espera nada de particular. En estas horas algunos medios de prensa reconocen sentir alivio porque la visita será breve y eso puede ayudar a mantener el evento en su justa medida, en particular evitar las polémicas y posibles instrumentalizaciones.  

  

La lenta caída viene de lejos 

En estos meses se han dado, desde distintas partes, diversas explicaciones más o menos plausibles y bien argumentadas a esta fría espera que parece dominar los ánimos en Chile. La última, muy recurrente en estas horas si bien no es nueva, es el “coste económico” para el país. Se habla de 10 millones de pesos (40% a cargo de la Iglesia local y el resto a cargo del Estado). Tal fastidio, mínimo, se añadiría a tantos otros que se arrastran desde hace muchos años y que, en realidad, evidencian una iglesia local en crisis. Y es esta la verdadera cuestión chilena en el contexto del peregrinaje de Francisco, 30 años después del de san Juan Pablo II.  

  

En resumen, la presunta indiferencia por esta visita sería una consecuencia directa e inmediata del relativamente bajo prestigio y de la limitada autoridad de la Iglesia chilena, en particular de la jerarquía, a la cual la opinión pública atribuye numerosos discutibles comportamientos, con las consecuentes críticas, a menudo feroces. Y no se trata solo de críticas provenientes del exterior de la comunidad eclesiástica.  

  

Es importante recordar que hace algunos años el Papa Francisco recibió en el Vaticano una larga y articulada carta firmada por decenas de laicos católicos –algunos de ellos figuras nacionales importantes en distintos campos como las ciencias, la cultura, el arte-- que subrayaban al Pontífice los puntos más delicados de la profunda crisis de la Iglesia chilena; crisis que de algún modo se arrastraba desde los tiempos de Papa Wojtyla y que tiene en el centro de su reflexión la calidad de los nuevos obispos nombrados en los años pasados. 

  

Desde fuera, de hecho, la Iglesia chilena aparece sin proyecto, autorreferencial, a menudo a la defensiva y no especialmente entusiasta del magisterio del Papa Francisco, ni siquiera en los momentos y documentos que –como las encíclicas Lumen fidei y Laudato si' o las exhortaciones Evangelii Gaudium o Amoris laetitita-- han dado origen, en otras iglesias de la región, a grandes instancias de reflexión, análisis y discusiones. En el país a menudo sobre esta iglesia se usa la expresión “ensimismada”, es decir, “cerrada en sí misma”, justo lo contrario de lo que, desde hacia casi cinco años, pide y desea el Papa.  

  

Sería un error creer o hipotizar que la chilena es una iglesia contraria o crítica al magisterio de Jorge Mario Bergoglio. La situación no es para nada ésta y el problema tiene que ver con una suerte de estado de postración o convalecencia que parece hegemonizar la vida de esta comunidad eclesiástica que, siendo fuertemente clerical, termina por identificar toda la comunidad católica con la jerarquía. En Chile la comunidad eclesiástica en su verdadero y auténtico significado es extremadamente frágil. Existen solo los obispos y los sacerdotes, en especial los que se limitan a hacer de correa de transmisión a las directivas episcopales, sin márgenes legítimos y sensatos de autonomía, creatividad e iniciativa. En Chile sacerdotes de este tipo se arriesgan a quedar aislados y al ostracismo por vía del peso abrumador de un cierto tipo de autoridad episcopal que, a veces, no tiene nada que ver con el magisterio y el ministerio del obispo.  

  

La Iglesia chilena es una Iglesia herida. Sus muchas llagas, sufrimientos, forman parte de un largo elenco: de las difíciles relaciones con el gobierno saliente de la Sra. Bachelet (despenalización del aborto, reforma educacional, derechos civiles, cuestión 'Mapuche', solo por citar algunos), a los graves problemas de pedofilia, en especial los casos de encubrimiento (que involucraron también a algunos obispos), el suceso del obispo de Osorno, monseñor Juan Barros (nombrado por Francisco y muy impopular para una parte de los fieles), una prensa en general hostil y muy crítica con los tres cardenales del país (Ezzati, arzobispo de Santiago en régimen prorogado, Errázuriz y Medina) y la percepción generalizada que la chilena es una Iglesia fuera de su tiempo e incluso fuera de las últimas dinámicas de la comunidad eclesiástica universal.  

  

Las ambigüedades del gobierno chileno en su relación con el Vaticano y la cuestión boliviana 

  

Es cierto que desde hace meses el gobierno saliente de la señora Bachelet trabaja con generosidad por el éxito de la visita del Papa, pero también es cierto que hasta hace poco tiempo la visita de Bergoglio no era deseada. La verdadera, oficial y formal invitación (trámite una carta firmada por el presidente) del gobierno chileno al Papa Francisco para una visita llegó al Vaticano los primeros días del pasado mes de junio (hace seis o siete meses). Antes se había hablado verbalmente de una posibilidad parecida, una modalidad diplomática no suficiente para concretizar una visita apostólica. El gobierno, en dos diversas circunstancias, hizo llegar a la Conferencia episcopal chilena, a través de emisarios especiales, la sugerencia de convencer al Papa Francisco de desistir del propósito de visitar Chile (en aquellas circunstancias la hipótesis era un viaje en Uruguay, Chile y Argentina). Los obispos quedaron perplejos y avergonzados porque habían invitado ya al Papa, incluso por escrito y varias veces, y consideraban que el gobierno estaba de acuerdo.  

  

En resumen, por un lado se hablaba de una visita con palabras de bienvenida pero de manera confidencial pero oficial se intentaban desalentar los propósitos del Papa. ¿Por qué? Porque en la política interna y entre los partidos, todos en crisis de credibilidad, en el centro de críticas durísimas por razones relacionadas con la corrupción y otras malas costumbres, había regresado el “gusano boliviano”, es decir, la muy larga controversia entre Santiago y La Paz con respecto a la solicitud de esta última de una salida al Pacífico. 

  

Es bien conocido que Evo Morales, presidente de Bolivia, como todos sus predecesores, ha hecho esta solicitud un caballo de batalla también en vista de una tercera reelección y en este contexto, hace tiempo, por sorpresa, puso la cuestión bajo un arbitraje del Tribunal de la Haya. Chile, que considera que tiene razón, aceptó de inmediato. Llegados a un cierto punto sin embargo, por razones no del todo claras (y quizá relacionadas con hechos internos de los partidos y ambiciones personales) desde Chile ha comenzado una especie de campaña que “acusaba” al Papa Francisco de ser filo-boliviano, demasiado cercano a Evo Morales y por tanto, indirectamente, “hostil” al pueblo chileno. Así viene presentado por diversas partes y para ser convincentes por estos acusadores, a menudo escondidos por el anonimato, han atribuido al Papa palabras que él nunca ha pronunciado.  

  

El discurso del Papa en La Paz durante el Encuentro de los movimientos populares en julio de 2015 ha servido, en manos de los políticos de los dos países, para afirmar numerosas inexactitudes y dar vida a no pocas mentiras: se ha creado por tanto la imagen falsa del “Pontífice argentino más amigo de los bolivianos que de los chilenos”. Al respecto ha ayudado seguramente mucho la astucia de Evo Morales, que desde hace años no se cansa de atribuir al Papa frases y pensamientos que lo presentan como partidario y patrocinador de la causa boliviana, algo que es falso y sin fundamento.  

  

Frente a todo esto queda poco que añadir. La visita y su desarrollo está en manos del Papa Francisco que, estamos seguros, consciente de cada realidad sabrá como hacer llegar su mensaje de cercanía y afecto para la Iglesia y todo el pueblo de Chile.  

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