Las influencias de llamado Estado Islámico en la región reviven a los grupos militares y parecen alejar la deseada ratificación del acuerdo de paz
Tres ataques en tres días. Tres incursiones terroristas en las provincias de Maguindanao, Cotabato del Norte y Sultán Kudarat, en el sur de Filipinas, justamente en los días de Navidad. Golpearon aldeas cristianas, con objetivos civiles, y dispararon ráfagas de proyectiles contra una iglesia católica llena de fieles en la vigilia de la fiesta de la Navidad. El balance es de por lo menos nueve muertos entre los fieles; hay nuevos desplazados, familias espantadas, turbadas por la ciega violencia. Pero un fuerte mensaje de solidaridad de Papa Francisco les da consuelo. Estas tres ofensivas fueron lanzadas para demostrar que la noticia de una debilitación no es correcta, y que los vínculos con el llamado Estado Islámico están más vivos que nunca.
Tres ataques que tienen principalmente un efecto político: demoler las últimas frágiles esperanzas de que se el Parlamento filipino traduzca en una ley (en extremis, antes del semestre durante el que se prepararán las nuevas elecciones presidenciales y generales en mayo de 2016) el acuerdo firmado el 27 de marzo de 2014 entre el gobierno del presidente Benigno Aquino jr. y los guerrilleros del «Moro Islamic Liberation Front» (MILF). El acuerdo fue celebrado en su momento como presunto signo del final de la guerra en el sur del país.
Lanzando su coordinada ofensiva natalicia, los Bangsamoro Islamic Freedom Fighters (Biff) (grupo que en los últimos meses declaró la sintonía ideológica con el Califato sirio e iraquí) alcanzaron su principal objetivo: obstaculizar completamente, por lo menos por el momento, el proceso de paz en el sur y posponer toda la cuestión hasta que haya un nuevo Legislativo. Será pues, el nuevo presidente de la República de Filipinas quien se ocupe de esta creencia inestabilidad del sur del archipiélago.
Los militantes de los Biff, que rechazaron desde el principio (en compañía de otras formaciones radicales como el grupo terrorista Abu Sayyaf) cualquier posibilidad de establecer pactos con el ejecutivo de Manila, pretenden hacer que permanezcan la precariedad y la tensión, mismas que durante el último año se han convertido en violencia esporádica pero incisiva, una verdadera espada de Damocles que pende sobre las vidas de los filipinos del sur.
Hay que recordar que desde la primera firma oficial del acuerdo no faltaron críticas contra el protocolo de acuerdo presentado. En particular, el documento firmado con uno solo de los movimientos guerrilleros parecía no incluir la galaxia de los demás grupos islámicos presentes en el territorio, como el Moro National Liberation Front.
Además, se han ido formando, con el paso del tiempo, nuevas células de combatientes que, al haberse separado de los grupos principales, rechazaron a priori la posibilidad de llegar a un acuerdo. Estas facciones eligieron desde el principio la vía de la lucha armada como única vía posible para alcanzar el deseo de la secesión.
Ahora, el gobierno de Aquino no puede más que aceptar el fracaso de los esfuerzos por detener la violencia y pacificar la zona. Miriam Coronel-Ferrer, jefa de la oficina presidencial que se encarga del proceso de paz, después de denunciar el intento de los «Bif de desestabilizar la situación y llamar la atención por su causa», invitó al grupo a «reconocer el deseo del pueblo de tener paz, tranquilidad y una vida normal».
La Iglesia católica pidió, justamente para insistir en la pacificación como presupuesto para una nueva era de bienestar y prosperidad para todos (musulmanes y cristianos), que el ejército de Manila limitara los «daños colaterales» en la campaña militar que comenzó en febrero de 2015 para contrarrestar a los Biff. La Iglesia también exhortó al gobierno a hacer cualquier esfuerzo posible para llevar a estos militantes a la mesa de negociación.
«Esperamos vivamente que consideren la posibilidad de una negociación. Todos sabemos que la ofensiva militar no trae nada bueno», insistió el obispo auxiliar de Manila, Broderick Pabillo. Pero los grupos que siguen sembrando el caos y boicoteando la paz, incluso después de la firma del acuerdo de 2014, se presentaron desde el principio como un obstáculo difícil de superar.
A pesar de todo, los obispos de Mindanao, la enorme isla en el sur de Filipinas, y en particular el cardenal Orlando Quevedo, nunca han dejado de creer en la reconciliación y han insistido en la necesidad de «intentar y volver a intentar, con cualquier esfuerzo posible», dejando siempre una «puerta abierta a la negociación, incluso con los que parecen irreducibles». Que todos durante el año jubilar puedan pasar (y se necesitaría un milagro) a través de esa puerta santa del diálogo en la que la Iglesia sigue poniendo sus esperanzas.
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